Gareth Bale, ‘Rey de Corazones’, logra su primer hat-trick en España en un partido en el que el Real Valladolid se limitó a ver, impávido, como la banca siempre gana.
A pesar del tópico que dice que segundas partes nunca fueron buenas, en multitud de trilogías el tercer film es el prescindible. El más sonado, sin duda alguna, es el de ‘El Padrino’, un intento de Francis Ford Coppola de poner punto y final a una historia que Mario Puzo decidió dejar inconclusa en un magistral libro rebajado a la consideración de best seller.
Otra de ellas es el fin de la saga Ocean’s, que tiene como actor principal al siempre infravalorado George Clooney. Después de una brillante y ocurrente primera entrega, la segunda estuvo más o menos a la altura gracias a la particular aparición en escena de Vincent Cassel como ladrón de guante blanco. La tercera, la que sobra, se equivoca al intentar exprimir la fórmula del éxito por múltiples motivos, uno de ellos, quizá el principal, Julia Roberts.
Casualmente –o no–, se da la circunstancia de que, en las dos películas prescindibles, Andy García ostenta un papel de cierta relevancia. Lo importante aquí, empero, no es juzgar al intérprete de ascendencia cubana.
Steven Sodenbergh tuvo a bien contar con él como triunfador engominado y prepotente, cuya fortuna se forja en un gran casino de Las Vegas. En su casa, como en cualquiera de la misma condición, la banca siempre gana, a menos que un plan genial, pergeñado por una gran mente, encuentre el resquicio –que los hay– para lograr saquearlo y llevarse el botín sin levantar demasiadas sospechas.
En el fútbol, como en el cine, en ocasiones los milagros existen. Por eso »Titanic’ siempre hace llorar, ‘Torrente’ revienta taquillas, ‘Lo Imposible’ también lo hizo, Clooney solo es tenido en cuenta cuando deja el activismo a un lado –disculpen la reiteración; convendrán con quien escribe en que debió llevarse el Oscar a mejor director por ‘Good Night & Good Luck’ sin ningún género de duda–.
Por eso, también, nos gusta el balompié. Porque, en contra de lo que un día dijo Gary Lineker, no es un deporte de once contra once en el que siempre gana Alemania. No. A veces, por extraño que pueda parecer, sucede lo inesperado y salta la banca. En ocasiones aparece algún afortunado que sorprende, bien porque el azar le sonríe o porque se cobra tales riesgos que al final vale la pena.
Pero ese no es el Real Valladolid. O no al menos el Real Valladolid que salió a jugar al Santiago Bernabéu. Al contrario. Pareció como si, descreído, rehusase jugar sabedor de que no tenía nada que ganar. Algo que, paradójicamente, convirtió el partido en un monólogo en el que tenía mucho que perder, puesto que si algo debía hacer era mejorar sus sensaciones, aun a costa de una goleada.
Fue, también, el prudente Ned Flanders, que por no cagar –con perdón– ni siquiera come. O, dicho de otro modo, no se arriesgó lo más mínimo por no salir trasquilado, como si ser cauto fuera sinónimo de ser inmortal. Como si el Real Madrid no fuera el sorprendente Homer, capaz de emborracharte y provocar que te cases con una prostituta a la mínima que dices «caramba, carambita».
El odiado vecinito se dio al menos esa alegría, aunque luego se tornase en estrés y sensación de culpa. Los blanquivioletas, ni eso. Prefirieron rezar cuatro padrenuestros, uno por cada gol que querían evitar. Debieron rezar otros cuatro, ya que, incluso, sin Cristiano en el campo, la capacidad ofensiva del conjunto que dirige Carlo Ancelotti es netamente superior a la de la práctica totalidad de los equipos del mundo.
Gareth Bale, el ‘Rey de Corazones’, hizo tres (bendita hernia…), que parecieron puñaladas asestadas en el hígado de los de Juan Ignacio. Y, por si las incisiones no resultaban castigo suficiente, Karim arañó otra vez, siempre incómodo, aunque siempre dé la sensación –o eso dicen– de ser inofensivo.
De Bale al caballero oscuro
Es galés, elegancia y con tableta, pero Gareth carece del saber estar de un compatriota de igual apellido y que responde al nombre de Christian. Caballero oscuro en sus ratos libres, por más que este apelativo se le adjudique a su tocayo Cristiano, es Xabi Alonso quien de verdad se le parece. Y si no, piensen bien: Allí donde reinaba el mal (juego), llegó él, de las sombras (en forma de lesión) para hacer de su Ghotham City, el Santiago Bernabéu, un lugar mejor.
Los análisis, poco profundos, hablan de una mejora del Real Madrid desde que cayó en su visita al Camp Nou, producida porque el silencioso gentleman ha reaparecido para reestablecer el orden en un equipo que antes ganaba (solía hacerlo, aunque, en honor a la verdad, no siempre) por la mera inercia resultante de contar con tantos millones galopando sobre el verde.
Y con eso no contó el Real Valladolid. Vio que no estaba el otro Batman y decidió juntarse más adelante que si él estuviera, pero no tuvo en cuenta los propios errores en el repliegue, manifiestos y reiterados, ni que, incluso sin el luso en el campo las alas blancas pueden volar.
Aunque no solo lo hicieron. Ni tampoco desde el inicio. Como los blanquivioletas estaban bien plantados, decidieron amasar el balón hasta encontrar un resquicio, y hallaron varios. Bien con la pausa, obligando a la defensa vallisoletana a meterse en el área, o bien por medio de la prisa, con su peligroso juego abierto, fueron incontestables dueños del partido.
Xabi Alonso, bien secundado por Luka Modric, su Robin particular, marcó el tempo y manejó las distancias a su antojo hasta convertir al Real Valladolid en un muñeco, como tantos otros, que luego otros golpean y rompen, restándole mérito. No obstante, conviene destacar la nula fe de Juan Ignacio y los suyos en el milagro.
Impávido, ajeno a la derrota, como si no le perteneciera, el conjunto pucelano dejó que la banca ganase con suma facilidad. Convidado de piedra al primer hat-trick de Gareth Bale en España y a la exhibición de Xabi Alonso, ni siquiera por debajo del marcador cobró riesgo alguno. Temeroso, no apostó, no fuera a ser que el Señor lo viese. Fue una mala secuela de sí mismo, a la que le solo faltó Andy García.