Gilberto ‘Alcatraz’ García no era parte inevitable del Real Valladolid; sus intervenciones se minimizaban en minutos residuales dispersos en las segundas mitades. En Valencia, elevado por un gol y una asistencia, su estancia viró.
La fortuna ha descendido sobre Gilberto García ‘Alcatraz’ de manera dispar. En su mente, desde que era un crío, habitaba un futuro en el que se veía más alto, flanqueado por una familia, y lejos de su país natal, Colombia, pateando una bola. Se veía viviendo de ello, ajustando cuentas con sus propósitos, cumpliendo con la palabra prometida.
Al sobrevolar el Atlántico, no sería alejado advertir los pensamientos que acompañaban el vuelo. Europa, sociedades, paralizadas por la crisis económica, que hace no demasiados años se jactaban de una realidad diametralmente distinta, arraigadas al mundo del fútbol porque ellas lo inventaron y dieron forma. Aunque una notable cantidad de ingredientes genuinos fueran aportados desde el balompié latinoamericano.
Brasil, Uruguay, Argentina o su ‘seleccionado colombiano’. Tampoco el pozo de sus pasiones, el fútbol, del que intentó extraer un porvenir, andaba tan escaso de argumentos como para decidir que, en Colombia, el margen de movimiento se había agotado para sus perspectivas. Pero Europa no entiende de márgenes. Al menos, estos aparecen con menos violencia y descaro. Proporcionan un suelo más llano, menos deslizante, para el futbolista que recae en las primeras divisiones nacionales.
Por eso, Alcatraz se despidió de un pasado achicado por la invisibilidad y llegó al Real Valladolid, asidero de históricos cafeteros como Maturana, Álvarez, Lozano o Valderrama. El hogar del pelotero colombiano en España. Todo se mostraba diáfano. Compañeros afables, dispuestos a poner el hombro, como el guardameta Jaime Jiménez; una entidad prestigiada en la última temporada por el fútbol pragmático, aparente, que se disponía a desarrollar una vez más; y una ciudad sosegada y manejable.
Los factores que envolvían a Alcatraz se presentaban benignos. En sus pies radicaba el derecho a saborear la oportunidad que recibía. La competición, en cambio, resituaría las cosas, ensombrecería hasta un cierto nivel lo que en un principio lucía agradable y el banquillo pasaría a convertirse en el principal apoyo Gilberto.
Rukavina, titular
Su competidor por el puesto en el lateral derecho, Antonio Rukavina, ha vuelto a ocupar el lugar que, durante el curso anterior, le perteneció sin ningún atisbo de alteración. Un terreno en el que se desveló como uno de los defensores laterales más fiables y llamativos de La Liga, tanto por su procedencia desconocida como por el rendimiento constante alcanzado –participó, como titular, en todos los encuentros ligueros salvo uno, a raíz de una sanción-.
Con Juan Ignacio Martínez capitaneando al Real Valladolid, el serbio ha continuado pasos análogos, rozando la infalibilidad en el once titular. Menos en el último partido de Liga.
Frente a un Valencia que ardía en las manos de su valedor, Miroslav Djukic, Toni Rukavina no jugó ni un solo instante. En su lugar, por vez primera en el primer tercio de temporada, Gilberto Alcatraz se situó en su posición natural. De una vez le miraron desde las alturas, disipándose la neblina que había intentado dominar el estado de ánimo del lateral colombiano.
En Mestalla, el retorno de la fe
Hasta la visita del club blanquivioleta a Mestalla, Alcatraz había sido titular en una única ocasión, que coincidió con la derrota frente al Villarreal en El Madrigal. En la primera salida del Real Valladolid, Juan Ignacio buscó reforzar las bandas mediante la ubicación de dos laterales. En la derecha, Rukavina formó en el lateral, mientras que Gilberto, además de debutar, se desenvolvió unos metros por delante. Pero el circuito falló, cometió un error en forma de penalti y fue expulsado.
Sus apariciones irían cayendo como densas y pesadas gotas de agua, perdiéndose por el sumidero sin trascender. De los trece partidos de Liga, el defensa cafetero ha participado en seis –dos como titular-, fuera de su demarcación, y sumando 190 minutos. Una influencia anodina que, de repente, se encendió en su primera titularidad desde el lateral derecho.
Alcatraz sirvió el primer gol del encuentro a Javi Guerra; anotó con decisión el segundo y culminó los noventa minutos. La fe lo volvió a acompañar. A partir de ahora, las exigencias se han modificado.