El triunfo en la pizarra de Juan Ignacio Martínez sobre Miroslav Djukic resultó insuficiente sobre el tapiz de Mestalla, donde el Real Valladolid no fue capaz de sumar más que un punto.

Si Miroslav Djukic tuviera la voz rota y fuera un cantante pendenciero, seguramente cantaría hoy ‘Dos camas vacías’, en honor al Real Valladolid, a su Valencia y el desamor. Resultaría cuanto menos llamativo ver cómo al inicio del corrido pronunciaría con ese acento tan serbio aquello de «ni tú bordas pañuelos, ni yo rompo contratos», pocos meses después de precisamente hacer eso por partir hacia un sitio donde, para ser su casa, no le tratan demasiado bien.
«Ni yo mato por celos ni tú mueres por mí», continúa diciendo Sabina con desdén y parte de razón. El almirante ya no es desprende la pasión de antaño ni Mestalla bebe los vientos por él.
Andan como peleados, no tanto porque ya no quede amor como porque este, en el fútbol, se deteriora si los puntos vuelan y el juego es pobre, lo que en una pareja viene a ser como si de una tacada te dejases la tapa levantada del servicio, la pasta de dientes sin cerrar y el lavabo lleno de pelo después del afeitado.
Seguramente algún hincha valencianista puede alegar, empero, que, con todo, cantarían a su técnico el ‘Y sin embargo’ del maestro de Jaén. Quizá, es posible, el propio Djukic sería capaz de afirmar que son gajes del oficio, que él no quiere un amor civilizado, como dice don Joaquín al cantar ‘Contigo’, y que para decir «¡con Dios! (Valladolid)» le sobraban los motivos.
La cuestión es que en el Nuevo José Zorrilla no habita el olvido. Más bien, seguramente, cerca de la Avenida Mundial ’82 deberían poner una calle que lleve por nombre Melancolía. Porque Djukic, en sus entretelas, seguramente sienta una cierta saudade de su época en Valladolid. Y Valladolid ha visto ya cómo pasaban diecinueve días, pero todavía no quinientas noches; todavía no ha aprendido a olvidarle.
Es posible que jamás lo haga. Maldito fútbol… Como si Juan Ignacio no mereciera una oportunidad. Como si no se la hubiese ganado en su continua búsqueda, sino de la excelencia, al menos sí de la prosperidad. Por ejemplo, en la misma casa de ese que un buen día decidió cambiar el mar en tierra por la tierra junto al mar; una relativa calma por un proyecto tan intenso como dudoso.
En Mestalla, Martínez decidió reforzar la zona interior, donde es fácil ahogar al Valencia, y apostar por la llegada en segunda línea del ruidoso Zakarya Bergdich, del revoltoso Daniel Larsson y de ‘Il Imperatore’ Rossi, ancla en defensa y cañón en la batalla. Y el plan funcionó, incluso cuando aparecieron los matices en forma de permuta. Solo se sumó un punto, pero pudieron –y debieron- ser los tres.
Los costados fueron terreno en barbecho, aunque por allí apareciera bien pronto Antonio Barragán al galope para sufrir un penalti que Éver Banega envió al limbo y en el que Diego Mariño bien pudo ser expulsado. No mucho más tarde, Alcatraz se asomó a tres cuartos de campo rival, casi de puntillas, para poner un servicio medido a la cabeza de Javi Guerra, que con un remate espléndido adelantó al Valladolid.
Curioso, cuanto menos. Ocupación central y aparición por fuera. No tan llamativo en otros partidos y otras citas, pero sí en un encuentro planteado como una batalla en zona central. Aunque, bien visto, ¿cómo sorprender, sino así? Dorlan Pabón devolvió la igualada al marcador a la media hora después de abandonar la banda y aparecer por dentro, haciendo relativamente bueno el plan previsto.
Si bien tuvo el balón, el Valencia fue poco más que las dos irrupciones de sus hombres de banda derecha. En parte, gracias a que el Real Valladolid, que jugaba de azul pero bien podía haberlo hecho de negro, era siempre el segundo en mover piezas. El Valencia, de blanco, no por hacerlo primero lo hacía mejor, sino que se atascaba y acumulaba posesión inútil.
Banega no apareció y Djukic decidió cambiarlo por Canales al descanso. Con metros por delante, los que dejaban los vallisoletanos, el cántabro podría haber hecho daño, y de hecho lo hizo en un momento en el que los de Juan Ignacio se descubrieron, aunque, de nuevo el técnico alicantino supo contrarrestar el movimiento rival haciendo que su equipo diera un pequeño paso adelante y le obligase a partir desde bastante atrás.
Antes de ese daño infringido, en el postrero gol del empate, Alcatraz apareció –esta vez sí- en el área para, con un potente derechazo, batir a Guaita y provocar que el sonido de viento se hiciera dueño de Mestalla. Después de una nueva igualada, los pitos pasaron de patentes a latentes durante unos minutos, los que necesitó el Real Valladolid para volver a irse arriba en busca de la victoria.
Valdet Rama eligió mal a la hora de culminar varias jugadas y Humberto ‘El Zorro’ Osorio se topó con un salvador Guaita en el tramo final del encuentro, dejando así en los blanquivioletas la sensación de que, aunque ganaron al ajedrez, a la hora de llegar a la línea de fondo y hacer reina, empataron con un conjunto valencianista que careció de fútbol y se vio salvado por dos chispazos de calidad.
Las sensaciones dejadas por el Real Valladolid con respecto al último partido, ante el Almería, mejoraron, con mucho, aunque tampoco tuvo mucho fútbol. El punto cosechado, sin embargo, sirve para afrontar el parón por selecciones fuera del descenso y, por tanto, de la zona de confort de los agoreros. La necesidad de sumar de tres en tres pervive y, con ella, nace otro afán: el de hacer buena la mejora ante Osasuna.