El Real Valladolid acaricia la gesta (2-2) después de haber traspasado el laberinto de otra remontada. Patrick Ebert falla un penalti en el ocaso del partido que escondía un valor triple.

Significaba la victoria. El simple y corto paso de la hazaña al sinsabor, de la fe a una decepción animal y vociferante, porque apenas rondaba la confianza por las entrañas del José Zorrilla después de que Griezmann aprovechara un balón muerto dejado en el área chica por Jesús Rueda. El zaguero, confiado en que su movimiento de quite no llevaba aparejado riesgo alguno, no apartó la pelota del área de Mariño. Entonces, el mejor futbolista de la Real Sociedad apareció, exhalando un soplido gélido que heló, aún más, la noche, ante el rostro hinchado e incrédulo de Juan Ignacio.
La mareante rueda en la que se había introducido el Real Valladolid con el resultado adverso recordaba a la misma que, por poco, no le precipita hacia el fondo frente al Sevilla. Aunque en esta ocasión, pudo desinflarla a tiempo y reconciliarse con la intermitente actitud desplegada en los encuentros que disputa en su casa.
El conjunto de Juan Ignacio se disponía en los albores del encuentro con un sistema defensivo de presión en zonas intermedias cuyo propósito era impedir una circulación de balón exitosa por lado realista. Recuperaba con cierta rapidez, favoreciendo transiciones continuadas que equilibraban a ambos equipos, aun cuando los blanquivioleta provocaron los primeros suspiros con un remate de cabeza de Larsson, encargado de estirar al equipo y dotarlo de profundidad.
La Real de Arrasate no pretendía esconder los puntos en los que podía ser superior al Real Valladolid. Incansables en zona ancha, desplazaban la mayor carga de jugadas ofensivas por la banda izquierda en la que corría Antoine Griezmann, acaparador hasta su salida del terreno de juego en el último cuarto de hora. El mediapunta francés alocaba a Rukavina y destapó la imperfección de Mariño cuando, adentrándose en el área, chutó y su disparo, relativamente defectuoso, se escapó de entre las manoplas del guardameta pucelano y entró en la portería.
La Real Sociedad intentó conquistar el balón por momentos y ofrecer su corona a un Griezmann que no se conformaba con rasgar por la izquierda, sino también por pasillos interiores en los que obligaba a atraer defensores blanquivioletas. Sin embargo, los de Jagoba prefirieron ir al ataque desde el dinamismo exagerado, molestando a la defensa del Real Valladolid al espacio.
El aturdimiento del equipo de Juan Ignacio en ataque organizado provocaba que el goleador Guerra descendiera metros para ayudar en apoyos y salida. La meta pasaba por sentirse cómodos en campo rival y empujar al muro txuri-urdín al balcón del área de Bravo. Por instantes, lo lograron, aun castigados por un déficit de ocasiones claras de gol y una preocupación obsesiva por vigilar las espaldas que Griezmann y Vela amenazaban con rebasar.
La entrada de Rubio por Baraja tras el descanso ofreció una distribución de balón más lúcida y que el Real Valladolid se juntara unos metros más adelante. El segundo tanto de Griezmann en el partido -nacido de un error defensivo de Rueda-, su sexto en los últimos tres enfrentamientos con los pucelanos, azuzó la actitud y la personalidad que los hombres de Juan Ignacio añoraban.
Uno de los movimientos de la reacción consistió en permutar la posición de Patrick Ebert a la banda izquierda, mientras que Omar –quien sustituyó a Rama- se instalaba en la contraria con el objetivo de encontrar un mayor número disparos –y arrastrar marcadores para ensanchar con los laterales- , ya que la Real Sociedad se estaba mostrando irrebatible en su marca a Guerra y Larsson.
Los de Jagoba desecharon la posibilidad de asumir riesgos con el balón en posesión y se entregaron al contragolpe, originando oportunidades para marcar que Mariño diluyó. El intercambio de ofensivas encendió una llama que el Real Valladolid está aprendiendo a manejar.
Omar, inquieto como un niño que contacta de nuevo con la pelota después de habérsele prohibido jugar en el patio, colocó un centro lateral que conectó con Larsson. Y el remozado delantero sueco volvió a marcar –segundo gol con la camiseta blanquivioleta-, inflando los pechos descreídos de quienes veían pasar por sus cabezas la sola idea de construir una gesta.
Sin apenas haber dispuesto de tiempo para resoplar, y con la salida del asidero de los txuri-urdines del terreno de juego, Larsson recibió en la frontal, y dando la espalda a todos, dirigió un pase de tacón a Guerra. Las agujas del tiempo parecían paralizarse hasta que el máximo goleador nacional –con seis goles-, enclavado frente a Bravo, alumbró la noche.
Las mismas agujas que se salían de su cotidianidad se revolucionaban a ojos de un Valladolid optimista, cuya fuerza desmontaba a una Real desgastada por la oportunidad perdida. Los de Juan Ignacio se volcaban, afanados, hacia el área realista. Y pese a la lesión de Guerra –sustituido por el debutante en La Liga, Zubi, a escasos minutos para el final-, los blanquivioletas pudieron haber vencido.
Unas manos de Mikel tras un disparo de Ebert dentro del área supusieron un penalti que el alemán falló. Significaba la victoria. El simple paso de la hazaña a la decepción. Un trabajo sin completar.