El Real Valladolid cae en el debut ante el Athletic de Bilbao en un partido en el que aún mostró desajustes defensivos y en el que le faltó claridad en la creación.
Como si fuera aún de pretemporada. Así fue el encuentro entre Real Valladolid y Athletic Club. Y no porque los contendientes no se lo tomasen en serio, pues el afán competitivo era obligado para empezar bien, sino porque a estas alturas los equipos todavía andan faltos de rodaje, como se vio especialmente en los bilbaínos, que tuvieron más problemas para terminar el partido.
No obstante, como el fútbol es así, aunque los de Ernesto Valverde mostraron menos y sufrieron más, se llevaron los tres puntos, que al final es lo que cuenta. Y no sería porque en Real Valladolid no lo intentó. Simplemente estuvieron más acertados en el área rival, merced, en parte, a varios desajustes defensivos blanquivioletas, y a que supieron cerrar mejor su puerta.
Tampoco es que debieran hacer un esfuerzo sobrehumano porque Iraizoz no encajara un segundo gol, pero se plantaron de tal modo que a los vallisoletanos les costó entrar sobremanera. Lo intentaron por todos los medios, pero no hubo manera; faltó lucidez en ataque, a pesar de que el dominio del cuero fue clarísimo, por momentos.
La apuesta por la posesión y el fútbol combinativo de los dos equipos convirtió la primera parte en una suerte de alternativas en la que, dicho sea de paso, frecuentemente se imponía el Athletic. No por exponer una mayor brillantez, sino por jugar mejor; esto es, porque daba un mayor sentido a su juego, gracias al mejor mediocentro ajeno a la bicefalia, Beñat, y al buen tándem defensivo que formó con el especialista Iturraspe.
De las botas del primero y la pizarra de Valverde nacería el primer gol, de Markel Susaeta, cerca de la media hora. El internacional dio sentido a un saque de esquina en corto, provocando una combinación letal que acabó en un pase suyo hacia Ander Herrera, que, de tacón, sirvió al goleador para que hiciera su cuarto tanto al Real Valladolid en su trayectoria profesional (tercero consecutivo).
En un abrir y cerrar de ojos, el partido, igualado, vio de nuevo su reflejo en el marcador, gracias a una variante que no por ser antitética con respecto al estilo preferente ha de hacerse de menos, el envío en largo. Uno preciso, como la práctica totalidad de los que jugó el Valladolid, acabó en las botas de Óscar, que dejó el balón atrás para que Patrick Ebert estrenase el casillero local.
El guión no varió hasta que comenzó la segunda mitad, en la que el Athletic de Bilbao dio un paso adelante, tanto a la hora de hilvanar como de presionar. No fue en falso, porque les sirvió para hacer el gol que a la postre valdría una victoria, pero lo pareció, porque, tras el tanto, la igualdad del primer tiempo y el inicio con el que amenazaron tras la reanudación quedó en agua de borrajas.
El hacedor del gol, Iker Muniain, aprovechó el balón escupido por el palo, en respuesta a un despeje con el que Marc Valiente trató de repeler un servicio de Iraola. Contó, el carrilero, con la connivencia de Carlos Peña, que descuidó su flanco en más de una ocasión en labores defensivas. Lo que no quiere decir que sea suya la culpa de la derrota, pues hubo más desajustes atrás, como se pudo ver con anterioridad en el gol de Susaeta, en el que Jesús Rueda se quedó colgado en la salida.
En los cuarenta minutos restantes, al Athletic se le olvidó atacar, aunque, teniendo en cuenta que los de Juan Ignacio se mostraron casi inofensivos, tampoco les hizo falta. Lo cierto es que los blanquivioletas lo intentaron por todos los medios, pero no hubo manera. Ni jugando con un punta ni con dos, algo que no se veía en el Nuevo José Zorrilla desde tiempos inmemoriados.
Más tarde comentaría Txingurri Valverde en rueda de prensa que su equipo estuvo mejor en los segundos 45 minutos que en los primeros. Por aquello de que fue en ese lapso en el que forjó el triunfo, sería, porque, fútbol, hizo poco. Renunció, incluso, a salir al contraataque. Aunque, en su descargo, conviene decir que se les vio físicamente un puntito por debajo de los hombres que tenían en frente.
Los vizcaínos formaron una falange frente a la meta de Gorka impenetrable. Sastre, que había hecho una primera mitad normalita, se vio de nuevo incapaz de secundar a Rubio y de conectar con Óscar, que apenas apareció. Como consecuencia de ello, Ebert se vio obligado a irse demasiado al centro, como luego Valdet, lo que provocó que las bandas cayesen en desuso y que en el interior hubiera congestión.
El albano-kosovar dejó un par de buenos detalles, insuficientes; como Osorio varios movimientos interesantes, con el mismo resultado. Así, a pesar de la insistencia, los de Juan Ignacio Martínez se vieron incapaces de lograr la igualada, a pesar de sus buenas intenciones. Como en tiempos pasados, se vio que se quiere tocar, y se trenzó alguna jugada de mérito, pero aún falta. Esto no ha hecho más que empezar.