Con Ramallets en el banquillo, el Real Valladolid logró, en la temporada 1962/63, su mejor clasificación histórica en el campeonato liguero, un cuarto puesto.
Antes del llamado santo hubo un gato. Uno cuyo mito pervivirá por siempre en el imaginario colectivo, incluso aun cuando sus paradas fueron principalmente en blanco y negro y las nuevas generaciones bien podrían hacer de menos sus logros, hábida cuenta de que, en la actualidad, las tabletas de chocolate, las botas de último diseño y el pelo platino son capaces de subir a un palco a recoger un título con la misma facilidad -o más- que los dioses de antaño.
Antes de que Iker Casillas fuera siquiera un proyecto, hubo otro guardameta que se forjó ser leyenda a base de vuelos y galardones, como los cinco que logró enfundado en la zamarra del Fútbol Club Barcelona, el club de su vida, como portero menos goleado. Fue, por lo tanto, también antes que el todavía azulgrana Víctor Valdés, pero después que Ricardo Zamora, quien da nombre al premio que probablemente debiera llevar su nombre.
Antoni Ramallets será siempre recordado como ‘El Gato de Maracaná’, apelativo que se ganó en el Mundial de Brasil de 1950. Para entonces, era ya pieza básica del Barcelona de la época, gracias a sus ágiles reflejos. Pero, también para entonces, ya había reservado, sin saberlo, un sitio en la historia del Real Valladolid, que años después reclamó.
Con veintidós años fue cedido a la entidad blanquivioleta, en la temporada 1946/47. Dirigido por Antonio Barrios, disputó con éxito la fase de ascenso a Segunda División. Este paso, no obstante, fue efímero. Y es que, sin desmerecer a la blanca y violeta, Ramallets estaba llamado a mayores glorias. Prueba de ello es que, después de dos años a la sombra de Velasco, se ganó un puesto en el once, titularidad y, a la larga, en la eternidad.
En sus catorce temporadas como profesional jugó casi 300 partidos y defendió a La Furia Española en 35 ocasiones. Con el Barça ganó seis Ligas, cinco Copas del Rey, tres Copas Eva Duarte, dos Copas Latinas y dos Copas de Ferias, mieles que no pudo saborear con la selección, más allá del cuarto puesto de Brasil, en cuyo campeonato ‘La Voz’, Matías Prats, lo rebautizó como ‘gato con alas’.
Una vez retirado, como otros tantos, dio un paso al lateral del césped, al banquillo. Y, de la misma manera que en su etapa de jugador, eligió Valladolid para nacer como leyenda. Si como guardameta lo fue todo después de ser blanquivioleta, como entrenador pudo serlo, aunque se quedó a medio camino. Sus inicios, empero, no deben ser menospreciados, máxime cuando, con él, el Pucela logró su mejor clasificación histórica.
Después del cuarto puesto en la temporada 1962/63, pasó al Real Zaragoza, donde ganó una Copa del Rey y una Copa de Ferias. De ahí pasó al Real Murcia, donde inició su declive con el primero de sus tres descensos (luego bajaría también a Logroñés y Hércules). Antes de los dos siguientes, volvió a dirigir en el Viejo Zorrilla, como sustituto del que había sido su técnico Antonio Barrios.
Calvo; García Verdugo, Pini, Pinto; Ramírez, Sanchís; Aramendi, Endériz, Morollón, Rodilla y Molina, mítico once con el que consiguió ser cuarto, no encontró en aquella nueva etapa de Ramallets como blanquivioleta un reflejo, pues fue incapaz de volver a la élite, a una Primera División que ‘El Gato de Maracaná’ nunca más vio. Tampoco importó demasiado. Fue, es y será leyenda. Y, con él, aunque quizá muchos no lo sepan, se va un pedacito de historia del Real Valladolid.