Miroslav Djukic deja el Real Valladolid tras dos años en los que el club ha pasado de jugar en Segunda a mantenerse de manera holgada en Primera.

La temporada 2010/11 había sido dura y, por qué no decirlo, concluyó con sabor amargo a decepción. Eran muchos los que confiaban en purgar los pecados de un descenso con un solo año en Segunda, pero no pudo ser. Ni Antonio Gómez ni Abel Resino consiguieron darle al proyecto la consistencia necesaria para volver a Primera en tan poco tiempo. Amoedo Chas, en Elche, se encargó de dar el golpe de gracia a una temporada aciaga.
Con el Real Valladolid convertido en un polvorín, llegó el verano de 2011. Abel se despidió casi por la puerta de atrás. después de no renovar de contrato, con García Calvo siguiéndole poco después. El club estaba a la deriva y comenzaba a descoyuntarse. Otro año en Segunda era difícilmente soportable. Hasta que apareció la sorpresa.
Carlos Suárez, en un arranque de valentía, decidió tomar las riendas y comprar casi el 60% de las acciones del Real Valladolid, del que llevaba siendo presidente nada menos que diez años. Con las hermanas Saralegui fuera, el nuevo máximo mandatario tuvo dudas sobre quién sería su valido en esta nueva aventura; Esteban Vigo o Miroslav Djukic.
Finalmente, y mientras parecía que las aguas recuperaban su cauce poco a poco, al menos en lo institucional, sería el serbio el elegido con la importante misión de no demorar ni un solo ejercicio más el regreso del Pucela a la liga de las estrellas. La existencia del club dependía en gran parte de ello.
Los comienzos
El percal que le esperaba a Djukic no era ninguna broma. Con tres años de contrato firmados, se vendió en la rueda de prensa de su presentación que en el proyecto se buscaba el ascenso para esa misma temporada, pero que si no se conseguía no se trataba de un fracaso. Se hace extraño pensar esas palabras cuando el técnico tendría que afrontar pocos meses después un vestuario que pasó varias nóminas sin cobrar.
La cuestión es que antes de una pretemporada con más luces que sombras, en la que ya comenzó a ver el estilo Djukic, empezaron a desembarcar jugadores que a la postre serían determinantes en el estilo de juego del serbio. Víctor Pérez, Balenziaga, Jaime… Hombres para formar una plantilla que desde el principio supo gestar el ‘Somos Valladolid’ que el técnico sembró en el vestuario.
A la vez que iban transcurriendo los primeros partidos de la temporada, con más o menos el éxito deseado para aspirar siempre a uno de los dos puestos de ascenso directo, el germen de Djukic comenzó a expandirse por Valladolid. La afición, acostumbrada a técnicos poco cercanos a la ciudad desde la marcha de Mendilibar, pudo comprobar con el paso del tiempo la verdadera implicación del entrenador en el proyecto.
En un acto del club en el que no tenía por qué estar, ahí estaba. En un entrenamiento, cuando se le acercaban los chavales a fotografiarse con él, no tenía ningún problema en quedarse dialogando con ellos. En un partido de balonmano o baloncesto, también aparecía. Con el paso de lo que terminó en una temporada demasiado sufrida, se fue destapando como un entrenador carismático y con personalidad.
Ni siquiera los problemas que saltaron a la palestra, desde el ya nombrado tema de los pagos retrasados a los jugadores o las dudas que surgieron cuando el Celta se hizo con el ascenso directo, hicieron que la imagen de Djukic decayera. Valladolid ya le había calado hasta los huesos y él había pasado a formar parte de la ciudad como uno más.
Somos Valladolid
Finalmente el ascenso se hizo realidad. Con el equipo en Primera, las deudas de un club que acababa de entrar en Ley Concursal se veían de otra manera.
El entrenador y la plantilla habían conseguido devolverle la ilusión por el fútbol a una afición que hasta hacía tan solo un año se había visto desahuciada. Djukic era ya el nuevo ídolo de Valladolid.
Pero lo mejor estaba por llegar. Si el técnico había conseguido capear los problemas en Segunda con un estilo de juego propio, la nueva temporada 2012/13 comenzaba con un objetivo todavía más ambicioso; mantener al equipo en la categoría con ese mismo buen gusto para el fútbol. Y vaya si lo consiguió.
En los primeros partidos, ante Zaragoza y Levante, el Pucela dejó claro que había llegado a Primera para quedarse haciendo lo que mejor sabía hacer. Fueron muchos los expertos que dijeron que el Valladolid ya jugaba en la categoría de plata bastante mejor que muchos equipos de Primera, pero además se demostró que el salto de categoría no afectaba a los planes de un Djukic que siempre ha reconocido que le gusta que su equipo sea el protagonista.
El resto es de sobra sabido. El buen hacer del Valladolid durante toda la temporada, con algún que otro inevitable bache de juego y resultados, ha terminado por dejar huella en todo el país como un club, una plantilla y un entrenador a los que les gusta el juego alegre, cumpliendo además con las expectativas de permanencia. Por si fuera poco, no de cualquier manera, sino con tres jornadas de sobra, algo que no sucedía en Pucela desde hacía más de diez años.
Ahora es tiempo de que Djukic se marche. Lo hace después de dos años y con un balance muy difícil de superar para el que sea su sucesor en el banquillo. Nada menos que un ascenso, una permanencia, un estilo de juego propio, unas cuentas que se van saneando y una afición que, más que quererle, lo idolatra. Esa misma afición que siempre se creyó el ‘Somos Valladolid’ de Djukic, encargado de firmar una hoja de la historia del Real Valladolid con letras doradas.