Jesús Moreno habla sobre la posible salida de Miroslav Djukic y la sensación que esta puede dejar en el ambiente.
Enamorarse y ser correspondido es, sin duda, una de las sensaciones más maravillosas que puede sentir el ser humano. Es contar el tiempo por latidos del corazón en vez de por segundos. Es sentirse frágil pero a la vez el más poderoso. Es vivir en una eterna primavera, entre días cálidos, de flores y cantos de pájaro.
Algo así le sucedió al Real Valladolid cuando conoció a su entrenador Miroslav Djukic. Se enamoró de tal manera que ni siquiera daba la sensación de que el club estuviera sumido en una crisis económica tan profunda que lo podría hacer desaparecer. Era tal el sentimiento que, como dice Mario Benedetti, Djukic llenó la desdicha de milagros y convirtió el miedo en osadía.
Pero el amor muchas veces, y por desgracia, no es eterno; y en un mundo tan profesionalizado como el fútbol donde el amor a los colores solo lo tienen los aficionados hasta el punto de que hay que pagar a los profesionales para que parezca que sienten cariño por el escudo que defienden, menos aún.
Por eso tan normal es que un profesional tan cualificado como Miroslav Djukic decida poner a prueba su pericia buscando retos mayores como que el aficionado se sienta decepcionado, más por las formas de ese largo adiós que por el fondo, por no ser ese Rodolfo Valentino de la meseta que conquistara el corazón del Almirante y seguir así haciendo el camino juntos.
Al fin y al cabo, solo decepciona aquel de quien se espera algo, y en Valladolid se esperaba que Djukic fuera la piedra sobre la que edificar la iglesia blanquivioleta. Sin embargo la salida del técnico, si finalmente se cierra esta etapa, no será un empezar de cero otra vez. El club debe apostar por el estilo implantado por el serbio, pues parafraseando V de Vendetta, Miroslav Djukic no ha sido más que un ideal –lo cual no es poco-, y los ideales no mueren, son a prueba de balas, y sobre ello debe de trabajar el Real Valladolid venidero.
En estos momentos el Pucela debe pensar en continuar recorriendo el camino que emprendió hace dos años, aun sin el técnico, porque tratar de retener al Almirante a toda costa no sería comprar la felicidad sino sobornar a la infelicidad, que dirían en Psicosis, y desde luego negativo a la larga para todas las partes.
Si finalmente Miroslav Djukic decide no continuar al frente de la nave, será el momento de demostrar, otra vez, que somos Valladolid, reafirmado en la idea de que el Real Valladolid es probablemente y a día de hoy con sus más de ochenta años de historia, lo único que hay más grande dentro de la entidad que el propio entrenador, será el momento de volver a emprender y pensar que, como somos Valladolid, lo de rendirse no es algo que se deba borrar solo del diccionario de los jugadores sino también en los aficionados, con un entrenador u otro.
Si finalmente Miroslav Djukic decide no seguir con nosotros, será el momento de darle las gracias por haber tenido que venir a recordarnos quiénes somos, por dejar su huella e implantar un estilo; le diremos hasta luego, ya que a buen seguro, como canta Andrés Calamaro, nos volveremos a ver, porque siempre hay un regreso y nuestros caminos volverán a cruzarse. Pero también, y como diría Arturo Pérez-Reverte, aquí se viene llorado de casa pues el Real Valladolid es demasiado grande como para detenerse en derramar lágrimas por la marcha de nadie.