El segundo portero del Real Valladolid, suplente en el campo, desarrolla un rol titular entre las taquillas del vestuario.
Aguarda paciente, conocedor de que la juventud de su compañero de posición le supera por los tres palos y de que su vuelo desciende metros por cada partido en el que no juega. Jaime Jiménez ha terminado por encajar la situación a la que le ha empujado la eclosión repentina, aunque no inusitada, de Diego Mariño.
El guardameta gallego se ha convertido en uno de los futbolistas jóvenes con más proyección en la puerta, agarrando puntos con sus manos e introduciendo la primera semilla de cada jugada de ataque del Real Valladolid. En el oscuro y ennegrecido túnel por el que transita el Real Valladolid, Mariño ha amontonado méritos para representar uno de los, por ahora, pocos elementos dignos que pueden disgregarse de un primer tercio de temporada desilusionante.
Jaime lo terminó encajando. En el amanecer de la temporada, aparecido de entre las primeras gotas de otoño y los primeros árboles anaranjados, el portero del Real Valladolid hizo resonar sus palabras, llanas y desequilibradas. Sentenció que la suplencia en los primeros partidos ligueros bajo el mando de Juan Ignacio Martínez respondía a una «injusticia que se hizo el año pasado» con él.
El director deportivo pucelano, Alberto Marcos, sostuvo que mantendría una conversación con el cancerbero para averiguar los motivos que le llevaron a esparcir a los medios de comunicación la ira que soportaba dentro.
En aquella campaña precedente, abandonó su hábitat natural en favor de Dani Hernández, después de que el conjunto albivioleta sumara un punto con el Espanyol en la jornada séptima. Ya tres fechas antes, la meta se fue alejando cuando, frente al Real Betis, perdió una resbaladiza pelota que terminó atizando la moral del Real Valladolid. No recuperó la titularidad hasta mediados de abril -197 días después-, cuando el estadio nazarí de Los Cármenes presenció una actuación que salvó al conjunto dirigido por Miroslav Djukic de otro cotidiano tropezón fuera del Estadio José Zorrilla.
Aquella aparición, tras una resignada ausencia prolongada durante un notable tramo del curso futbolístico, le insufló el aire preciso para continuar en la titularidad, recobrar la fe apaciguada y culminar la salvación en La Liga de una forma meritoria.
En la presente Liga aún no ha debutado. Mariño ha taponado las vías de su confianza, pero Jaime ha reconducido la impotencia y ha reforzado su posición dentro del vestuario, entre las taquillas, alentando a los más inexpertos y apaciguando la ansiedad originada de la derrota. Su adversario directo, Mariño, llegó a asegurar que mantenía con él una relación cercana y que el «comportamiento y actitud en los entrenamientos está siendo genial».
Además, otro de sus compañeros de equipo, Gilberto Alcatraz, agradeció el apoyo que le había brindado en los momentos más infaustos del lateral colombiano, abrazándole cuando marcó, al Valencia, su primer gol en Europa. Dos reacciones que deslizan una actitud canalizada y más propicia que nunca en un grupo de futbolistas golpeados por la indefinición e intermitencia en el juego, además de los resultados que han introducido al Real Valladolid en descenso.
El próximo viernes retorna la Copa del Rey al José Zorrilla, brisa tan gélida como anhelada para un guardameta que ha aprendido a cohabitar en el banquillo al mismo tiempo que emplea la veteranía y la amargura tolerada para dar aliento a sus compañeros.