El mejor Real Valladolid en Zorrilla se sustentó en la labor organizativa de Álvaro Rubio. Frente a los blanquivioletas, un Nàstic que trabajó con acierto el sistema de presión media
La calma y el timón del fútbol en Valladolid lo personifica un hombre: Álvaro Rubio. Titular con Timor en el doble pivote, sus pies tradujeron el temor inicial por caer en los reiterativos errores de anteriores duelos en el control. En sus pies se estableció el timón del encuentro con el Nàstic. Cuando se agotó su energía, en el segundo tiempo, el rendimiento coral del equipo pucelano aminoró y, en consecuencia, sus opciones de ganar.
Unas opciones que amasó más que un muy correcto Nàstic de Vicente Moreno. Los jugadores de Garitano saltaron al campo en su habitual 1-4-2-3-1, reforzados por el dictamen de tener que conquistar la pelota para cansar al oponente y disminuir sus ratios de peligro en el área de Kepa. Lo lograron. El capitán tomó el rol de organizador, de primer figura en la salida central. Se ubicaba entre centrales para ganar la ventaja numérica frente a De la Espada y Rayco. Sobre él se cimentó un dominio asociativo en la medular que los limpió de ansiedad.
En una disposición escalonada, Rubio distribuía en ancho, en corto y, en menor medida, en largo, una función atribuida a Timor. El pivote valenciano, en el mecanismo de iniciación del juego en estático, se acercaba a Óscar para ayudar a tejer la red y evitar un bloque partido. No en vano, el dominio del esférico, también del encuentro, no evolucionaba en mayor presencia en el área de Reina. De nuevo, el último pase se constataba como el déficit que acusaba el Real Valladolid.
Entretanto, en las acciones en que los pucelanos explotaban la transición ofensiva veloz apostaban por atacar el espacio en la zona de Mojica, en lugar de insistir por el flanco ocupado por Guzmán. El cafetero surtía de algún centro lateral bajo que a duras penas se traducía en remates claros. Y, enfrente, el Nàstic del orden y el trueno en banda: Assoubre.
Los tarraconenses, sin balón, formaron en principio con un 1-4-4-2 que no lograba opacar el sentido de juego de Rubio. Cuando robaban en posiciones centrales, no obstante, volaban con sentido hacia la banda derecha dominada por el extremo Assoubre. Especialmente veloz, su desequilibrio repercutió en mantener a los catalanes con posibilidades de derrumbar los planes de Garitano.
La presión ejercida sobre el Valladolid surtió el efecto deseado, máxime cuando Vicente Moreno la ajustó agregando el marcaje a Rubio por parte de un mediocentro para, al final, complicar el ciclo combinativo pucelano en creación. Inquietado Rubio todo era más difícil, la cuesta se empinaba y el cuadro castellano perdía parte de su grácil distribución de pelota, la más pulida exhibida por los pucelanos hasta la fecha.
Acumulación de delanteros, falta de luz
En el segundo periodo el Real Valladolid gozó de más ocasiones, aunque perdió parte de la tranquilidad y la lucidez mostrada en la primera mitad. Fue escenario del debut de Manu del Moral con la blanquivioleta y de una colocación táctica infrecuente.
Cuando el atacante andaluz saltó al campo por Guzmán, se orientó desde el principio a moverse entre líneas. Su pareja en el flanco derecho, Moyano, disfrutaba de más espacio para lanzar centros y el área de Reina, de jugadores pucelanos para buscar el remate.
Esta tendencia se vio acentuada cuando a 20′ del final Garitano retiró a Mojica por Diego Rubio. La premisa se reveló diáfana: más atacantes cerca de los defensores del Nàstic, con el olfato activado para capturar los envíos desde las bandas. En repliegue, Diego Rubio y Del Moral eran los primeros jugadores a la presión, seguidos en un segundo escalón por Rodri y Óscar, tendentes a caer hacia la banda derecha y a la izquierda, respectivamente.
No fueron reubicaciones exitosas –a 10′ del final Rubio dejó su hueco a Leão–, como se dedujo de lo acontecido tras la entrada del punta chileno. Óscar perdió influencia y la distribución, armonía. El Real Valladolid, en ataque, se polarizó en un 6+4 más acusado mientras las urgencias incentivaban la pérdida del timón y la calma, elementos simbolizados en Álvaro Rubio. Y un fútbol directo revestido de descontrol se hizo dueño del que antes había sido el dueño del control.
Cuatro delanteros pucelanos aguardaban su oportunidad en la franja del área. Apuntaban al cielo, por si caía la suerte de ganar lo que merecieron antes, cuando quizá era ya tarde.