Rodri acumula experiencias en seis clubes diferentes, dos de ellos fuera de España, y es recordado principalmente por dos goles

«¿Rodri? ¿El del Almería, el que nos marcó un gol con la mano y luego negó la evidencia?». Sí, el mismo. Ese es el nuevo delantero del Real Valladolid. Pero, oigan, adiós rencores. Pasado pisado, que decía la canción. Mejor pensar en los que marcará con el pie o la testa vistiendo la blanca y violeta.
Al fin y al cabo, no fue aquello ‘La mano de D10S’. Bien es verdad que valió tres puntos, pero no menos que no hubiera sacado de pobre a Juan Ignacio Martínez, que aquel día cayó fruto de su, digamos, triquiñuela. Y sin embargo, quién sabe, quizá Mariño se lo recuerde, ojalá en tono jocoso, cuando se encuentren en el vestuario. Él, Óscar o Rubio, los únicos que sobreviven al obligado derribo.
En fin, decíamos, no es momento de detenerse demasiado en aquello. Porque Rodri ahora es uno di noi, que diría el tópico italiano, y su «fútbol de calle», como lo definió un día Manolo Jiménez, estará al servicio de Gaizka Garitano. Será su nueve, o uno de ellos, o quizá algo más, ya que no es un jugador predominantemente de área y puede actuar, además de solo, acompañado o acompañando.
El caso es que en Valladolid se recuerda ese gol, entonces, una afrenta, pero tiene otro más lustroso en su historial. Uno que le sirvió, cuentan las crónicas de entonces, para entrar en la historia del Sevilla, junto –ahí es nada– al malogrado pero sempiterno Antonio Puerta o Andrés Palop. Y es que, a puntito de cumplir los veinte años, consiguió marcar un tanto que sirvió al conjunto hispalense para clasificarse para la previa de la Champions, todo un hito (sí, incluso pese a los títulos).
Siete minutos. Solo siete minutos precisó para hacerlo. En los Juegos del Mediterráneo, quién lo iba a decir, el mismo estadio donde hizo ese otro gol. Para más seña, llevaba once con el primer plantel sevillista; los cuatro primeros de la mano de Manolo Jiménez y esos siete gloriosos con Antonio Álvarez, efímero pero vencedor de la Copa del Rey de aquella temporada 2009/10.
Aquello prometió catapultarle. Y lo hizo. Sin embargo, el lanzamiento no fue muy lejos. Porque, aunque el curso siguiente pasó de hacer nueve goles a diecinueve con el Sevilla Atlético, su refrito con el primer equipo alcanzó solo los nueve partidos –tres en Copa, uno en la Europa League y cinco en Liga–. Asomó como un canterano prometedor, que, sin embargo, al año siguiente fue traspasado.
Como en casa, en ningún lado
Antes de eso fue internacional sub 21. Y, la verdad sea dicha, el traspaso no parecía malo. El FC Barcelona pagó más de un millón y medio de euros para convertirlo en el ‘hombre gol’ del filial, que estaba en Segunda. Debía ‘aprovechar’ la lesión de Jonathan Soriano y lo hizo a medias, ya que fue el atacante con más minutos –2.285 en 35 partidos– y marcó siete goles.
El bagaje, sobra decirlo, era insuficiente para plantearse siquiera una oportunidad en el primer equipo culé. Pero la cosa fue más allá, y salió cedido –con opción de compra– al Sheffield de la Championship inglesa, equivalente a la Segunda española. En la primera mitad del curso jugó doce partidos, pero terminó volviendo a España en el mercado invernal, en dirección a Zaragoza.
Fue reclutado por Manolo Jiménez, quien le había hecho debutar en Primera, en una ventana en la que llegó junto a varios jugadores más. Los fichajes fueron insuficientes y el Real Zaragoza acabó bajando a Segunda División, donde aún sita, y Rodri hizo dos tantos en doce encuentros.
La imagen que dejó, siempre batalladora, le sirvió para granjearse otra oportunidad en Primera, esta vez en el Almería. Estaba llamado a sustituir nada menos que a Charles, que se fue a Vigo a cambio de un millón de euros y con 32 goles en Segunda en el zurrón. En una temporada bastante aceptable en lo colectivo, se convirtió, junto a Verza, en el máximo goleador del equipo, con ocho tantos en veintisiete apariciones.
Aunque comenzó siendo bueno, su rendimiento, en cualquier caso, fue de más a menos; insuficiente para que el conjunto almeriense acometiera su fichaje definitivo. Y otra vez emigró, entonces traspasado, al Múnich 1860, entidad que poseerá aún sus derechos durante su estancia en Valladolid, y que lo ha cedido después de un año en el que dispuso de poco más de quinientos minutos y festejó un gol.
Las oportunidades de que dispuso Rodri en Alemania fueron escasas, pero no hay que olvidar que el Múnich 1860 pagó más de medio millón por su pase, acumulando así más de dos millones entre los dos traspasos que ha vivido en su carrera. La cifra habla a las claras de un jugador de potencial, aunque sus diferentes saltos hablan de la necesidad de una estabilidad.
Una cesión simbiótica
El préstamo al Real Valladolid, que incluye una opción de compra, puede otorgarle esa estabilidad. Para ello han de crearse sinergias que pasarán siempre por el atacante. Si se destapa como el tipo de jugador que es, quizá por fin encuentre un lugar en el que establecerse y asentarse de verdad. El club, en la Segunda División circunstancialmente pero con ansias de Primera, le ofrecerá volver a catapultarse, siempre que la cesión resulte simbiótica y el rendimiento propicio para que el crecimiento de todos.
Pero, ¿por dónde pasa esa simbiosis? Porque sea el guerrero que el nuevo modelo de juego que pretende establecer Garitano ‘pide’. Un atacante móvil, veloz, que pique al espacio, caiga a bandas y presione, como se ha visto que el vizcaíno solicitará a su delantero. Y que a todo ello le añada con cierta regularidad el sonido del gol, pues es de lo que los puntas y cualquier equipo viven.
Capaz de ser pillo, canchero, bregador e intenso, es más intuitivo y oportunista que técnico, aunque se le presuponga la calidad de cualquier hombre de vanguardia de élite. Si la muestra, si muestra todo eso y suma, aquel dichoso gol que nunca debió ser estará, de sobra, perdonado.