La ciudad de Valladolid había cambiado de manera sensible en la última década. Diez años atrás, en 2015, el longevo regidor popular Francisco Javier León de la Riva, cedió su poltrona al perder la mayoría absoluta frente al PSOE de Óscar Puente y la Izquierda Unida de Manuel Saravia. El cambio en el tablero político, en su momento tildado como histórico por la manera en la que el aura de De la Riva se había desvanecido, dibujó un horizonte distinto para una urbe que comenzaba a sacar la cabeza frente a la crisis laboral.
El músculo financiero e industrial de la capital de Castilla y León, mayor que el del resto de lugares de la Comunidad, había contribuido a sortear mejor los efectos de la pérdida de trabajo y la precarización de los empleos. Se repuso más rápidamente, comenzó a reducir la tasa de paro municipal y provincial y a percibir el futuro con esperanzas remozadas.
Algunos planes insertados en los programas políticos se habían estancado a raíz de la coyuntura económica, pero regresaron al foco cuando desde las altas esferas se entendió que el momento de sacarles rédito había llegado. Uno de ellos, que afectaba plenamente a la entidad de la Avenida Mundial 82, era el ‘Valladolid Arena’.
Este era un proyecto encabezado por el presidente Carlos Suárez y alentado por el Partido Popular cuando gobernaba en el Ayuntamiento. Suárez pretendía construir un centro comercial en unos terrenos anexos al Nuevo Estadio José Zorrilla y un pabellón deportivo que acogiera baloncesto y balonmano, para establecer un amplio centro sociodeportivo y mejorar la empleabilidad en el sector servicios de Valladolid.
No obstante, con la asunción en junio de 2015 a la Casa Consistorial del líder socialista Puente, amparado por una coalición con ‘Valladolid Toma La Palabra’ (IU y Equo) y con la connivencia de ‘Sí Se Puede’ (Podemos), al máximo dirigente del club pucelano se le entreabrieron varias puertas entre las que debía elegir para dar sostenibilidad al ambicioso plan.
Aunque en los medios de comunicación, la izquierda vallisoletana definió al Valladolid Arena como un mastodóntico sueño alejado de la sensatez que debía imperar en tiempos de vacas flacas, las diferencias fueron limándose hasta concluir en un punto: efectivamente, las pretensiones iniciales del proyecto deberían aligerarse y adecuarlo a la realidad, exigía el alcalde socialista, además de tutelar los procesos de selección de personal para el centro comercial, cuyo producto final distaría bastante del primigenio.
No comprendería las hectáreas iniciales previstas en el Plan General de Ordenación Urbana, aunque conservaría su esencia. Este último motivo, unido al trabajo que había andado Suárez en los años precedentes al inicio de las obras –comenzadas en 2018 y terminadas en julio de 2023– impulsó definitivamente la renovación del entorno del estadio blanquivioleta.
En paralelo a su labor más pegada a la arena deportiva vallisoletana, el máximo accionista del club –lo siguió siendo durante décadas- sacó provechó de su estrecha relación con el por entonces presidente de la Liga de Fútbol Profesional, Javier Tebas. Consiguió posicionarse como su portavoz de facto, fiel defensor de la Ley de Derechos Audiovisuales, germen de la actual Liga de Fútbol Español y candidato a erigirse en su próximo presidente.
El movimiento más astuto de Suárez fue, sin lugar a dudas, el de saber establecerse sin levantar estruendos entre una izquierda escéptica hacia el Valladolid Arena y una LFP, en 2020 transformada en LFE, que lo esperaba como el sucesor natural de Tebas. Su malabarismo ‘social’ le granjeó críticas positivas y le ayudó a limpiar las negativas que, desde su llegada a la entidad, lo habían acompañado, con varios descensos a Segunda División como carga más pesada.
Con todo, el Real Valladolid se integró como uno de los clubes fundadores de la nueva Liga de Fútbol Español, al haberse mantenido en la temporada 2019/20, con cierto desahogo, en Primera. En la última década, tras consumar el ascenso a la categoría de oro en junio de 2015, había aprendido a alimentar una línea de regularidad competitiva, solo pausada por un agónico descenso dos cursos después. En líneas generales, había crecido en Primera, en una línea semejante a clubes como Granada o Levante.
Los ingresos derivados del RD de derechos audiovisuales ejercieron de inyección vital para disminuir una deuda con Hacienda y acreedores superior en 2015 a los treinta millones de euros. Las arcas del club, históricamente huecas, ya no lo estaban tanto, aunque en los círculos internos se dudara incluso de la fiabilidad transmitida por el periodo de estabilidad del Real Valladolid.
Si algo se había clavado en la conciencia de los españoles tras la crisis económica era un sentimiento de descreimiento agudo hacia el éxito o, en menor escala, hacia la tranquilidad. Y Valladolid, de eso, sabía. Desde 2015, había aguantado en Primera los últimos nueve, lo que constituía un factor de esperanza que, tras él, desprendía un aroma a riesgo. Al riesgo del que se sabe desposeído de su destino.