La disposición de Chica a banda cambiada y de Chus en el lateral derecho perjudicó el juego ofensivo de un Valladolid empaquetado por dentro y huérfano en las alas

El Real Valladolid se atenazó tanto que parecía partido de la ansiedad por no haber sabido adaptarse a las contrariedades. El doble cambio de Rubi, que desde el inicio alineó a Chica en el lateral izquierdo y a Herrero en el contrario, condicionó demasiado el despliegue ofensivo de un conjunto estrecho, obstinado en avanzar por estrechos pasillos interiores en lugar de por las alas.
Añoró hasta el dolor la ausencia de Mojica y Hernán Pérez, aunque dispusiera de dos recambios capacitados para poder aportar en sus posiciones: Omar y Jeffren. El canario, participativo, abusó de querer estirar las conducciones con la zurda hacia el centro; el hispano-venezolano, en cambio, debió afanarse en ayudar en el 2×1 con Herrero, que sufría la velocidad de Samu. No había amplitud ni reacción al gol y a la energía que Keko y Portu depositaban en el juego albaceteño.
Al fulgurante inicio del bloque dirigido por Sampedro el Valladolid intentó contestar a través de una presión alta 4-3-3 para obligar a Dorronsoro a lanzar en largo y desquiciar el valiente fútbol de un equipo al que la adversidad parece haberle liberado de presión. Al contrario de un Valladolid que pasó de ser frío a ronear con la depresión por no haberse terminado de encontrar. Con pelota, el doble pivote Leão-Timor no conseguía establecerse en campo contrario ni favorecer la amplitud en los costados. Y, en transición defensiva, la línea de cuatro blanquivioleta se manifestaba lenta y descoordinada.
Aún sometidos a la incomodidad de un varapalo inesperado, y callados frente a la evidente carencia que amplificaba el hecho de que Chica no pudiera desplegarse en ataque, los pucelanos buscaron una permuta entre Jeffren y Omar, inocua, que se desmontó justo antes de que el Valladolid desarrollara su mejor fase del partido. En el tercio final de la primera mitad, el ataque asociativo de los blanquivioleta empezó a captar con más claridad los espacios en los flancos, aunque erraba en el área de la portería rival. Fue un arrebato, sin embargo, aplacado por el tiempo del descanso.
Vuelta a las bandas naturales
Al decretar el árbitro el descanso, de pronto, Rubi mandó calentar a Túlio de Melo y a Brian, lo que hacía barruntar un cambio de timón en la segunda mitad que insuflara naturalidad a la colocación del Real Valladolid en el 1-4-2-3-1. Los diez primeros minutos volvieron a arrojar más sombra que luz a las perspectivas de remontada del cuadro vallisoletano. Era momento, si no antes, de hacer debutar a Brian, por Chus Herrero, y de confiar en Túlio para ejercer de ‘9’ baja balones, por Jeffren.
De este modo, Rubi aproximaba a dos delanteros a los que se le presume gol, como De Melo y Pereira, con Óscar González. Aunque el Valladolid volvió a pecar de terco y promovió la evolución del juego por el carril central, bien vigilado por Edu Ramos y Mario Ortiz. En la izquierda, Omar enfatizaría en atacar la línea de fondo –antes de dejar su sitio a Díaz-, acompañado por un Brian que fue capaz de surtir varios centros peligrosos, y en el costado diestro Pereira y Óscar se intercambiarían posiciones, siempre con querencia a solaparse con Túlio para ampliar los espacios a Chica. Ésta fue la intención revelada por Rubi, si bien no se sintió sobre el campo porque el lateral derecho era frenado a media altura.
Al Valladolid, entretanto, le dañaba más el estado de ansiedad adelantada en el que se había sumergido que los retoques tácticos trazados por el entrenador catalán. Las decisiones precipitadas de optar al balón largo frontal hacia el ariete brasileño, como si se movieran en los estertores del partido cuando en realidad el tiempo aún no les había dejado de lado, presentaban una solución sencilla para la irreductible defensa manchega.
Finalmente, las acciones en ataque de los pucelanos quedaron achicadas a una suerte de previsibilidad frustrante, más cuando el equipo de Sampedro perdió por expulsión al lateral izquierdo Paredes para los diez últimos minutos. Sobre el campo, la inferioridad numérica del Albacete era imperceptible y, en cambio, la meritoria capacidad para sumir al Real Valladolid en un bloqueo que no pudo abandonar, palpable. La angustia de un equipo encorsetado, al que no haber podido agitar sus alas le costó una desgracia que cuestiona su fiabilidad para poder luchar por el ascenso directo hasta el final de la campaña.