El Real Valladolid rehuyó de la pelota en un primer tiempo de indefinición ofensiva; trató de dominar en el segundo y, en campo rival, recibió dos cornadas que valen una derrota más a domicilio
Existen partidos en los que tratar de encontrar la vertiente analítica, el porqué de lo sucedido, resulta tan difícil como debatir sobre política con quien no admite grises. A los errores en la colocación o en las acciones con balón o sin él, en ocasiones, es necesario añadir elementos externos como el propio escenario donde sucede el partido. En Palamós, convergieron dos factores que, desde el principio, condicionaron la manera de afrontar el trabajo ante el UE Llagostera y, en consecuencia, el propio juego, resolutivo y aplaudido en las anteriores tres jornadas: el viento y el terreno de juego.
El Real Valladolid rechazó arropar su juego en torno a la pelota desde el principio del partido, aunque tratara de virar el planteamiento en el segundo tiempo. En numerosas ocasiones, Javi Varas elegía la opción larga a proponer una salida jugada desde la defensa del 1-4-3-3 al que regresó Rubi con la incorporación de Leão como volante central. Mediocentro con tres futbolistas para bregar en zona ancha, pero juego directo por las dificultades de un césped trufado de hoyos e irregularidades.
A este condicionante se agregaba el intempestivo viento que golpeaba en la cara del Real Valladolid y favorecía el desarrollo del plan del Llagostera, perfectamente implantado. Los gerundenses supieron explotar a la perfección de sus posibilidades los avances en ambos costados, en especial el izquierdo, territorio de Ríos. El joven extremo izquierdo realizó varios centros laterales, además de proporcionar verticalidad y profundidad a la fase ofensiva de los locales.
Tuvo una significativa colaboración, por el flanco derecho, de Querol, junto al ‘9’ Sergio León, con querencia a caer a bandas. En la fase defensiva, el Llagostera se mostró ganador en las disputas y balones divididos, y riguroso en las vigilancias sobre los extremos pucelanos. El lateral derecho Masó, de hecho, supo minimizar el desborde de Mojica.
Durante los primeros 45’ minutos, el fútbol del Valladolid discurría en gran parte por las zonas centrales del campo, sin poder sacar ventajas en el carril del 10 ni explotar los espacios que pudiera abrir la defensa azulgrana. Completamente sometido por el viento y el césped, las conexiones blanquivioletas brillaban por su ausencia, como la figura de un conector entre el ataque y la línea de medios.
Óscar Díaz, ‘9’ en sustitución de Óscar González, regresaba de manera continua a la medular para promover ventajas, conservar la pelota y entregar a la ruptura de un mediocentro que recibiera de cara o un extremo que pudiera correr. Pero, entre las repetidas pérdidas de balón y las faltas, apenas pudo desplegarse el Valladolid en tres cuartos, ni llegar al área de René.
En el segundo tiempo, Rubi adoptó la decisión de dar un paso adelante para recuperar la pelota y, con su posesión, dominar al Llagostera. El precoz gol no hizo sino acelerar los acontecimientos y las decisiones puesto que, durante los diez minutos posteriores al tanto, en que el Real Valladolid no terminaba de instaurar una reacción efectiva, entró Jonathan Pereira por Jesús Rueda. El cambio hacía retrasar la posición de Leão al centro de la defensa, fortalecer el frente de ataque con dos puntas y dejar el timón de la medular para Timor y Rubio.
Es cierto que, a medias, el Real Valladolid consiguió la primera parte de su cometido: establecerse casi de manera definitiva en campo rival y achicar las posibilidades ofensivas de los catalanes.
Sin embargo, el desacierto para generar peligro en el área seguía minando el discurrir del encuentro. Sin oportunidades de gol, el técnico del Real Valladolid sentó a Jeffren y apostó por Omar, quien, por otro lado, mostró determinación para dar a los blanquivioletas lo que hasta entonces no habían tenido: progresiones hacia el área.
A falta diez minutos para el pitido final, Rubi echó el resto con la entrada del atacante del Promesas, Guille Andrés, quien sustituyó a Álvaro Rubio. El Real Valladolid, en ese momento, pasaba a formar con solamente un mediocentro, dos extremos y tres delanteros –hasta el final, se constituyó en una suerte de 1-3-4-3, con Javi Chica avanzado–. Pero, apenas sin tiempo para restablecer el dibujo, el Llagostera logró marcar el segundo tanto en un contragolpe que terminó por castigar a los pucelanos.
El Real Valladolid, camaleónico, fue superado por un césped en mal estado, por un viento desfavorable y, sobre todo, por un Llagostera que exprimió sus armas para recordar, de nuevo, que no existen rivales pequeños en la selva de la Segunda.