El sobresaliente desempeño defensivo despejó cualquier señal de peligro onubense e insufló calma para implantar superioridad en el campo rival y redondear una segunda mitad completa

El Real Valladolid necesitaba, después de cuatro partidos encadenados sin ganar en liga, incidir en el trabajo realizado ante el Elche en Copa del Rey y trasladar las sensaciones derivadas de un encuentro en el que, a pesar de la falta de gol, se mostró superior a su oponente. El paso para certificar la mejoría.
Resulta evidente repetir que el juego de los blanquivioleta no embelesa. De trinchera, si fuera un elemento se asemejaría al metal, por frío pero a la vez sólido. En caso de emparejarlo con un color, tendería al violeta desgastado, porque quiere imponer sus colores, pero no siempre lo logra. Pese a encontrarse, aún, a medio camino de cualquier deseo final del técnico Rubi, el Real Valladolid exteriorizó señales de esperanza, más allá de una victoria que se antojaba obligada para atemperar los ánimos de una afición insatisfecha con la imagen del equipo, toda vez que se encuentra en la zona alta de la clasificación.
En ambos periodos, la defensa vallisoletana se mostró impenetrable, no por evitar los goles del Recreativo, sino por ahuyentar cualquier atisbo de peligro cerca del área de Varas, con la salvedad de un disparo de Joselu, que se acercó al palo izquierdo del guardameta blanquivioleta.
El Decano fue un equipo inocuo en ataque, en parte, por la desenvoltura del bloque defensivo pucelano cuando no disponía de la pelota. La pareja de centrales, formada por Samuel y Chus, imprimió estabilidad en las pocas incursiones en tres cuartos de los jugadores onubenses, y Javi Chica se desenvolvió en todo el carril diestro, minimizando las opciones de impacto de Álvaro Antón, demasiado tendente a jugar por dentro.
Desde el vigor defensivo se estableció un fútbol ofensivo que volvió a desnudar sus carencias en el último tercio de campo, a la espera de la llegada de un delantero en el mercado invernal. Hasta entonces, Rubi está otorgando confianza en Jeffren como ‘9’, que no de referencia, por su continua movilidad e intercambio de posiciones con Bergdich. De hecho, durante un primer tiempo de dominio plomizo del Valladolid, el norafricano buscaba dañar a espaldas de los centrales y recibir el último pase.
Entretanto, en el mediocentro se producía una variación con respecto a anteriores partidos. El doble pivote, protagonizado por David Timor y André Leão, no fue horizontal y plano. Por el contrario, el portugués adelantó metros para buscar asociaciones con los jugadores abiertos y asentar la posesión cerca del área de Sotres. Escalonado, ayudó a nutrir la fluidez en la circulación de pelota, aunque en el primer periodo no se tradujese en ventajas dentro del área.
Hasta el gol.
El propio André, en una de sus subidas, sirvió una balón al área chica, donde irrumpió Mojica para anotar un gol que derrumbó al Recreativo.
Fútbol control
Para que el Valladolid materializara su superioridad sobre el césped influyó, inevitablemente, la lesión de dos de los cuatro defensores que el Decano había elegido de inicio: la salida del lateral derecho Córcoles y la posterior lesión del central Juanan obligaron a José Luis Oltra a modificar gran parte de su esquema tras el descanso. De esta forma, incluyó a Braulio, delantero, por el zaguero; a Joselu, punta, en el carril derecho donde, en defensa, pasó a desempeñarse Núñez, extremo de inicio. Este último movimiento espoleó al Valladolid, que buscó conectar con Mojica. El carrilero cafetero no cesó de imprimir verticalidad al fútbol ofensivo y desequilibrar a Núñez, a quien debía alentar mediante ayudas defensivas Joselu.
El desborde de Mojica por la izquierda proporcionaba, también, facilidades a Óscar González para atacar los espacios interiores y llegar desde segunda línea. En consecuencia, el Valladolid acariciaba el segundo gol en los primeros veinte minutos del segundo acto y se manifestaba superior a un Recreativo en repliegue, superficial y huérfano en ataque a pesar de contar con dos delanteros –Joselu, demasiado escorado-.
Sin embargo, con el transcurso del partido, la vehemencia inicial del Valladolid fue tornándose en calma y ‘contemporización’ para no dar lugar al sufrimiento postrero que ha acompañado la mayoría de sus victorias. Se trataba, entonces, de cuestionar la necesidad de asumir riesgos.
En el 70’, Guille entró al terreno de juego por Bergdich, con el fin de hacer daño a las espaldas de los defensores y molestar su salida de pelota; poco después, llegó el turno de Jeffren, que dejó su lugar, ya en banda derecha, a Óscar Díaz, pícaro en labores de conservación de la posesión en campo rival. Y, cuando apenas restaban cinco minutos para el final, Óscar González abandonó el partido por Álvaro Rubio, instalado en la mediapunta.
A diferencia de otras victorias, el gol del Valladolid no le ardió en las manos. Supo conservar el resultado, desplegar un fútbol ofensivo positivo durante la mayor parte del segundo tiempo y leer cada una de las fases por las que atravesó el partido.