El Sporting de Gijón despojó al Real Valladolid de su identidad en los treinta peores minutos de la temporada –Lugo aparte–, pero los blanquivioletas acariciaron su cuarta victoria consecutiva

El Real Valladolid ha obtenido un meritorio y valioso punto de El Molinón ante el único equipo invicto de la categoría, cuya juventud y fe constituyen dos armas tan poderosas que pueden hacerles luchar por el ascenso a Primera.
A pesar de no haber fichado ni un solo jugador y de cargar con una deuda de más de treinta millones de euros, el Sporting ha iniciado el campeonato protegido por una coraza que le ha convertido, como afirma el entrenador del Real Valladolid, Rubi, en uno de los bloques más intensos de la Segunda División. En la primera media hora de partido, lo demostró arrebatando la pelota al Valladolid. El modelo de juego de Rubi, ciertamente líquido, propugna la posesión de la pelota como medio para obtener ventajas que acerquen a sus jugadores a la meta de cualquier competidor: ganar.
Las mejores fases de los blanquivioletas en los seis primeros encuentros de liga han erigido a la pelota como protagonista. Es posible dominar el partido conquistando los espacios sin balón, pero el Valladolid encuentra vías más asequibles para ello mediante el juego asociativo. En El Molinón, solo dispusieron de, aproximadamente, quince minutos de superioridad, traducida en una oportunidad de gol de Alfaro y en el primer tanto oficial de Bergdich con la camiseta blanquivioleta.
Pero fue el Sporting de Gijón el que, sobre todo desde movimientos externos, giró el sistema de dos mediocentros y cuatro defensas del Real Valladolid y lo esquinó en su área –en los primeros treinta minutos y en periodos de mayor necesidad del conjunto de Abelardo, en especial tras el gol de Zakarya y en los diez últimos minutos–. La banda izquierda del Sporting fue escenario de superioridades encarnadas en Menéndez y Jony sobre Javi Chica. Una banda, la derecha del Real Valladolid, por donde atravesaba, en mayor cantidad, la lanza ofensiva de un Sporting desacertado en el último pase y en el remate a portería.
La defensa de los balones parados
La facultad del cuadro sportinguista, que lo estructura como un equipo más dominante de las alturas que del suelo, es el balón parado. Precisamente, el Real Valladolid está encontrando obstáculos en la resolución de jugadas de esta naturaleza. Las faltas escoradas, los balones de banda y de esquina han comportado serias dificultades para un sistema defensivo que, aún, comete «faltas innecesarias» –como ha lamentado Rubi en el análisis del partido, emprendido por Jesús Rueda la semana pasada–. Precisamente, a raíz de una falta cercana al área, Juan Muñiz envió un lanzamiento de pelota parada que cabeceó a gol Guerrero.
El Real Valladolid, tras el gol, guardó el resultado, que entendía positivo –lo es, por cómo aconteció el encuentro y a tenor del merecimiento de ambos equipos–. Tuvo su momento: los quince primeros minutos del segundo tiempo, en los que generó varias oportunidades, atacó con más reiteración la portería de Cuéllar y pudo sacar provecho de su calidad técnica, superior a la del Sporting de Gijón.
Los blanquivioletas no acumularon tanto balón como Rubi hubiera deseado. No tuvieron la continuidad que siguen buscando, pero supieron mantenerse enteros cuando el Sporting, rodeado de su afición, apretó y los superó. Rozaron, como aprendizaje positivo, un triunfo que a punto estuvo de forjarse en el mejor ciclo de partido de los vallisoletanos, la segunda mitad. Y sumaron un empate que los aúpa al coliderato.