El Real Valladolid Promesas se lleva los tres puntos contra el Real Oviedo en un encuentro vibrante, con alternativas y goles

Es difícil definir el encuentro entre Real Valladolid Promesas y Real Oviedo de otro modo que no sea una fiesta. Con vencedores y vencidos, por aquello de que los puntos se los llevó uno, y no el otro, pero fiesta, al fin y al cabo. Completa, para los locales, que consiguieron los tres puntos no ya gracias al postrero gol de Toni, que también, sino, y principalmente, gracias al trabajo inconmensurable de un equipo que dice que no, queno lo conforman promesas, que ya son realidad.
Parece arriesgada esta afirmación, habida cuenta de que en el once que saltó al pasto de inicio había un chico de dieciocho años, Mario Robles, dos de diecinueve, Toni y Anuar, y acabó jugando uno de diecisiete, Dani Vega. Pero vaya, que sí, que estos chicos ya están para competir en este tercer escalafón, pese a su bisoñez.
Zorrilla, decíamos, fue una fiesta, a la que asistieron casi 4.500 personas, casi la mitad, carbayones. Una barra libre de fútbol, a la que la gente llegó con tiempo suficiente como para confraternizar y calentar motores en el bar de al lado. Que si trae pa’cá esa bufanda, que si toma que te cambio la mía, que si gana tú, no, gana tú, saludos a Gijón… y, aunque separados, dentro la cosa fue parecida.
Los veintidós actores se contagiaron del buen ambiente desde que el madrileño Gascón Gálvez inauguró el encuentro, pitido mediante, y representaron una obra impropia de la categoría. No hubo uno que no quisiera el balón. Los dos equipos trataron de dominar al de enfrente, de ofrecer a quienes torcían por ellos el espectáculo que deseaban, y rompieron a jugar para mayor gloria de todos.
Esto provocó alternativas en el juego, aunque no ocasiones. Lejos de amedrentarse por las dimensiones de Zorrilla, el Promesas trató de aprovecharlas, a través de continuas rupturas y permutas propias del juego de posición que Rubén de la Barrera pretende y ansía. Cuando la posesión era pausada –rara vez–, esos espacios se utilizaban para ofrecerse. Cuando no, eran el salvoconducto para enviar un balón de descarga.
¿Y el Oviedo? El Oviedo era el llamado a tener el balón con mayor continuidad y acierto. Y lo primero sí, pero lo segundo, a medias, cuanto menos. En los primeros veinte minutos el partido pareció de balonmano. Luego, mediado el primer periodo, empezaron a pasar cosas. La primera fue que el filial se adelantó, con un gol que tuvo la rúbrica de Brian. El lateral cogió un balón en el pico del área, en el lado izquierdo, y soltó un zurdazo que se alojó en la escuadra contraria, allí donde no llega ni Spiderman.
Siete minutos después, en el treinta, Guille Andrés recogió en el balcón el esférico, se revolvió y la pegó al mismo lado, más abajo, e hizo el dos a cero. Y, antes de que los asturianos sacasen de centro, Eneko sustituyó a Dani Bautista, lesionado, como poco más tarde haría Diego Cervero con Omgba, este, por cuestiones tácticas. Y, ay, amigo, si alguien esperaba una mañana plácida, se equivocó.
Eneko, que es extremo, actuó como lateral por izquierda. Y Diego Cervero venía a ser la segunda referencia, a jugar con Miguel Linares en ataque. Con los cambios, Sergio Egea mandaba el mensaje claro de que aquí no se porfía ni se da nada por perdido. El mito de las patillas, de hecho, tendría como cometido precisamente encarnar esa fe que tanto le caracteriza. Y lo hizo. Vaya si lo hizo.
Linares acercó distancias en el minuto 38 y el #cerverismo irrumpió para empatar y hacer enloquecer a su parroquia –porque, con el permiso de Esteban, la doce carbayona es suya, más que de nadie–. Como luego reconocerían varios jugadores del Promesas, en ese instante parecieron deshilacharse, de manera que el descanso les hizo un favor.
Rubén de la Barrera apostó en la reanudación por contrarrestar el juego del Oviedo con dos puntas con Fran No, uno de los más experimentados de su plantel y su mayor artificiero. Se acumulaban así los jugadores por dentro, cuando Sergio Egea planteaba la superioridad por fuera, pero todo tenía sentido: los misiles eran tierra aire, y por arriba nadie mejor que él.
Con el cambio, por Mario Robles, el filial perdió vuelo, pero ganó en repliegue. Y no sufrió en exceso, lo cual, dicho así, es un triunfo que ha de ser matizado. Los ovetenses se hicieron con el dominio casi total de la posesión y siguieron a lo suyo; toque, toque, toque, abro a banda y a ver qué pasa. Los blanquivioletas se vieron encimados, pero no avasallados, ya que los azulones no tuvieron demasiadas ocasiones claras.
El atacar en ‘su’ fondo espoleó al Oviedo, pero no le dio brío porque el Promesas no se lo permitió. A base de trabajo, trabajo y trabajo, contuvo su arreón inicial y el dominio que le siguió… hasta que, a falta de poco más de un cuarto de hora, apareció la bisoñez (bien entendida). Fue entonces cuando entró Dani Vega, un juvenil al que le quedan cuatro meses para poder sacarse el permiso de conducir y cuya sonrisa –la de la boca y la de los ojos– delata.
Es un jugón, uno de esos a los que Andrés Montes –en gloria esté– preguntaría por qué sonríe como los demás. El extremeño, sobre el césped, no respondió al madrileño, pero sí a De la Barrera. Si juega es por algo. Porque puede hacer algo como lo que hizo, galopar en tres cuartos y embocar un gol como el que hizo, un golazo desde fuera del área ante el que Esteban nada pudo hacer.
Hablando de Esteban: el guardameta asturiano tiene 39 años. Fue internacional sub 21, y este humilde escribiente lo vio en el vetusto Pasarón de Pontevedra en un encuentro con el combinado nacional de esta categoría. Era el veinticuatro de marzo de 1998. Echen cuentas: cuando Esteban era internacional, Dani Vega tenía un año.
Pero volvamos al partido. El Real Oviedo, ni por esas se rindió. Así son los del norte –y especialmente en esa tierra. En el 86′, Eneko puso un balón al corazón del área que Señé envió a la red. De nuevo empate. Pero, de nuevo, el Promesas se reharía, con un coltragolpe lanzado por Ayub que finalizó Toni, ajusticiendo al veterano cancerbero carbayón. Y ahí murió el partido. Bueno, no. El Oviedo siguió a lo suyo. Pero ya no tuvo tiempo ni para llevarse una ocasión a la boca.
Con el pitido final, Zorrilla enloqueció más aún. Lo que antiguamente era la Preferencia A y el fondo sur. Los locales, por la victoria del filial, pero tanto o más agradeciendo la visita y emplazando para la próxima vez a una hinchada que nada tiene que envidiar a las inglesas o argentinas, ya no digamos a otras españolas. Sirva la lección, de humildad, de pasión, fe y hermandad, para responder a aquellos que preguntan «por qué el fútbol». La respuesta es evidente. Por fiestas como la de hoy. Por aficiones como la del Oviedo.
Real Valladolid Promesas: Julio; Carmona, Ramiro, Iván Casado, Brian; Mario (Fran No, min. 46), Anuar; Ángel (Dani Vega, min. 71), Toni, Javi Navas; y Guille Andrés (Ayub, min. 82).
Real Oviedo: Esteban; Nacho, Jonathan Vila, David Fernández, Dani Bautista (Eneko, min. 30); Jon Erice, Héctor Font; Susaeta (Señé, min. 74), Omgba (Diego Cervero, min. 35), Sergio García; y Linares.
Árbitro: Rascón Gálvez (C.T. Madrileño) amonestó a los locales Carmona, Brian y Anuar, y al visitante Eneko.
Goles: 1-0, min. 23: Brian. 2-0, min. 30: Guillé Andrés. 2-1, min. 38: Linares. 2-2, min. 45: Diego Cervero. 3-2, min. 76: Dani Vega. 3-3, min. 86: Señé. 4-3, min. 88: Toni.
Incidencias: Partido correspondiente a la sexta jornada en el Grupo I de Segunda B disputado en el Estadio José Zorrilla ante 4.300 espectadores, 2.000 de ellos ovetenses.