El Real Valladolid cae goleado en el Sánchez Pizjuán en un partido en el que perder entraba dentro de lo posible en la misma medida que se antojaba necesario evitar dejar una imagen tan pobre
«¿Dónde se encuentra la medida real del Valladolid?» es una pregunta que todo aficionado blanquivioleta que haya visto los partidos ante el Fútbol Club Barcelona y el Sevilla Club de Fútbol se habrá planteado viendo este segundo encuentro. La respuesta, tan fiel con la realidad como a la vez vacía de contenido, la formuló a la inversa y sin querer, pues entre sus cualidades no estaba la de vidente, Manolo Preciado –que en gloria esté–: «Ni antes éramos el Bayer Leverkusen ni ahora la última mierda que cagó Pilatos».
Hace ocho días, si a muchos de esos hinchas se hubiese hecho en las inmediaciones del Nuevo José Zorrilla una referéndum en el que se plantease la conformidad ante la posibilidad de sumar tres de los seis siguientes puntos, probablemente la inmensa mayoría habría contestado que sí, que claro, que cómo no. Pero como las crónicas y análisis de los hechos han de hacerse a posteriori, pues hete aquí que el balance no parece tan positivo.
La cosa es que el vencer el pasado sábado vino a ser como conseguir camelarte a la chica más guapa de la discoteca, aun sin afeitar, y con inoportuno invitado en la punta de la nariz que amenaza con convertirte en Miliki o con evolucionar como el primero de tus pokémon. Perder contra el Sevilla, como se hizo, es un gatillazo en toda regla; algo así como preguntarle a la ínclita de camino a casa si ella era más de Pikachu o de Charmander.
El plan inicial para el Sánchez Pizjuán resultó ser el mismo que el último triunfante, con la salvedad de que, a la fuerza, faltaban dos de sus protagonistas, Carlos Peña, sancionado, y Álvaro Rubio, lesionado. Y, para desgracia de Juan Ignacio, Zakarya Bergdich y Lluís Sastre ni siquiera se les acercan en prestaciones, el primero por desordenado y el segundo por limitado.
Limitado porque le faltó capacidad para llevar la manija, como demostraron algunos errores en la salida y su escasa repercusión en el juego, y por la negligencia cometida en el penalti que inaugura el marcador, diáfano. Y desordenado porque sí, porque no hay jugada en la que esté en su sitio, algo que en ataque puede a llegar a provocar un alegre desconcierto pero que en defensa resulta fatal.
Tampoco es que fuera la culpa de ellos dos de la derrota, ojo. Sirva lo anterior para poner en contexto uno de los motivos por los cuales el Real Valladolid cayó. Otro es que, otra vez, y ya van unas cuantas a domicilio, el equipo salió «a ver qué pasa». Y cuando uno sale así, lo más habitual es que le pinten la cara, como en reiteradas ocasiones ha quedado demostrado. No fue intenso y le dejó jugar cómodos a Rakitic y Marko Marin que, precisamente cojos, no son.
El alemán provocó la pena máxima de la que se sirvió el croata para hacer el primero y dio el segundo a Gameiro, que hizo también el tercero, este, desde los once metros, después de que Velasco Carballo señalara una mano inexistente de Mitrovic dentro del área. Antes, cerca del descanso, Valdet Rama pudo acercar a los blanquivioletas de falta directa, pero Beto hizo la parada de la tarde.
Fue única, por reflejos y porque el Pucela tampoco pintó mucho más. Óscar pudo marcar, como Guerra antes de hacerlo, pero la sensación reinante es que las ocasiones marradas no habrían cambiado mucho el panorama ya que, en realidad, el Sevilla estaba siendo superior. Lo constató en el cuarto gol y en alguna que otra oportunidad más, aunque, no obstante, sin excesiva claridad.
No tocaron a arrebato porque tocaba dejar los goles para la vuelta de la Europa League, donde tienen una empresa harto complicada, la de remontar la eliminatoria ante su máximo rival. Tampoco lo hizo el Valladolid ni siquiera después de acercarse en el marcador, habida cuenta de que mañana será otro día y el del Rayo otro partido.
La derrota, ciertamente, no es un drama por la cosecha inesperada comentada al inicio. Por esta, hay que mantener la mente fría y recordar al sabio, que dijo aquello de ‘Keep Calm & Real Valladolid’. Aunque, a la vez, deja un sabor amargo porque parece haber dejado la resurrección a medias. Pintaba en bastos para afianzar el teórico reencuentro, pero la pobre imagen del equipo vuelve a dar con sus huesos en descenso y a provocar dudas.
Cualquier atisbo de recaída debe ser borrado de un plumazo el sábado ante el Rayo. Para espejismos, Villarreal. La permanencia pasa por dejar de jugar a ver qué pasa; por alcanzar una regularidad. En el Pizjuán se perdió una bala, en Zorrilla no debe haber balas perdidas.