El Real Valladolid cae ante Osasuna en una desapacible noche –en todos los sentidos- en la que ninguno de los dos equipos mereció ganar. La derrota deja a los de Juan Ignacio en puestos de descenso.
«Papá, para ver esto, habríamos estado mejor en casa». La frase, lapidaria y desgarradora, pertenece a uno de tantos niños que acudió al Nuevo José Zorrilla a ver el partido del Real Valladolid ante Osasuna.
La afirmación encierra tras de sí varias realidades. La de Perogrullo, que en la Avenida Mundial ’82 empieza a hacer un frío del carajo. Como para imaginarse un partido a mediados de diciembre, entre semana, a las diez de la noche. El resto, menos obvias, hablan del juego del equipo, de nuevo ramplón, y de una sensación de abatimiento que, en los minutos finales del encuentro, congeló a la grada más si cabe que las bajas temperaturas.
Dirá alguno que el crío, de no más de ocho o nueve años, no es del Pucela. Pues sí, lo es. A su manera, si lo prefieren. Pero no por sentirse decepcionado deja de sentir los colores. Y su rostro, además de las palabras, lo decían todo: estaba, con perdón, jodido.
Y lo estaba porque ‘su’ Real Valladolid lo está. Y el que no lo quiera ver, tiene un problema. Los blanquivioletas, decíamos, no están bien no porque no hayan podido ganar al rival de menor nivel que ha pasado por su feudo en lo que va de temporada, que también, sino porque sigue sin mejorar las sensaciones. Carece de sentido, y lo que es peor, de alma. Ahora, excusas, sobran.
Primero era la falta de Óscar y de Víctor Pérez. Luego, la mera mala suerte. Después, el cambio de estilo. Más tarde, los goles encajados, demasiados. Posteriormente, que varios de los puntales del pasado año no están bien. Lo próximo, seguramente, será que Manucho ha cambiado de peluquero o que a Juan Ignacio se le repiten las comidas demasiado aceitosas.
No es que falte razón en alguna de las anteriores afirmaciones. Salvo las dos banalidades comentadas en último término, probablemente las demás sean ciertas.Pero de nada vale penar. Como diría un buen amigo de este portal, aquí se viene llorado de casa. Y luego se salta al verde y se lucha. Sin remisión. No porque la pasión gane puntos, sino porque ayuda a intentar evitar perderlos.
Si uno revisa el Real Valladolid-Osasuna con detenimiento, convendrá en afirmar que el conjunto rojillo no mereció ganar. Ni de lejos. Baste decir que a la hora de partido Andrés Fernández perdía tiempo en pos de un empate dulce, que los de Javi Gracia se tapaban con un descaro sin parangón en la categoría y que si tuvieron ocasiones de gol al margen del tanto de Oier fue por el mal repliegue de la zaga local.
Durante el primer periodo, por momentos, presionaron arriba y obligaron a Diego Mariño a sacar en largo. Con el paso de los minutos, conforme los de Juan Ignacio fueron amasando posesión, fueron dando pasitos atrás para, sin llegar a colgarse del larguero, al menos sí enturbiar el juego pucelano a base de acumulación de hombres en poco terreno delante de su frontal.
Y así no lució Guerra, que no tenía rebufo por el que acelerar, ni Larsson, que por más que cayese a banda o se lanzase al espacio no encontraba espacios. Algo parecido ocurrió con Zakarya Bergdich, a quien la reducción de metros destapa como jugador de escasa técnica, y con Patrick Ebert, de nuevo más protestón que catalizador o bombardero. Vaya, que el plan funcionaba.
También, en parte, porque Sastre y Rubio se sopalan, en el espacio y en el tiempo. Esto es, sin llegar a encontrarse verdaderamente próximos, se pisan al jugar en paralelo y no son capaces de generar con una circulación más veloz y fluida. Funcionan como cabeceros, en la salida, pero no mezclan bien cuando el balón pasa el centro del campo. Y el equipo lo paga; más aún si a ello se le suma lo anterior, que no hay espacios en tres cuartos y que por bandas no se sorprende.
Con todo, el Real Valladolid mejoró en la segunda mitad –no podía hacer otra cosa, en realidad-, prescindió del mal trago de dejar al aire sus vergüenzas en la creación y los centrales empezaron a buscar más en largo al siempre volátil Osorio, cuando el cafetero ingresó en el césped, y a un Valdet Rama con menos ahínco pero más capacidad para encarar que Bergdich, a quien sustituyó.
De esta manera, la banda izquierda creció y surtió de varios balones peligrosos a la vanguardia, donde ‘El Zorro’ desconcertaba a los centrales para que Guerra, ahora sí, se sintiera a gusto y encontrase remate. Lo hizo en un par de oportunidades, varias de ellas francas, pero envió una demasiado alta y se encontró en otras dos con Andrés Fernández, principalmente una en la que el meta pamplonica sacó una mano magistral a un remate con marchamo de gol.
En estas, mientras el Pucela le ponía al encuentro una mijita de fe, la mejor jugada de ataque de Osasuna en todo el partido acababa con un centro lateral al que Diego Mariño respondió mal y que Oier envió a la red, convirtiendo el plan —su plan- en perfecto; la racanería en triunfo. Aunque, ojo, entiéndase este vocablo no en sentido peyorativo, sino contextualizado: Guste más o menos el estilo con el que la forjaron, la victoria hace que no se pueda reprochar nada a un conjunto sólido como el rojillo.
Cierto es que, a pesar de esta afirmación, puede decirse casi objetivamente que no merecieron los tres puntos. Es bastante probable que tampoco lo hiciera un Real Valladolid que, al contrario que su rival, continúa sin saber exactamente a qué juega, algo que sigue penalizándole sobremanera, y no solo eso, sino que, además, tampoco pone fe a lo que intenta (quizá por esa confusión).
Pero, decía Jesús Moreno y conviene recordar de nuevo, aquí –quien dice aquí dice al estadio donde haya tres puntos en disputa- se viene llorado de casa. Y si no va a ser así, mejor no salir del calor del hogar, como decía el niño del inicio del relato. La afición, o al menos parte, empieza a hacer suyas las palabras del pequeño. Juan Ignacio y los suyos no pueden, pero sí deben aplicarse lo primero.
A estas alturas del curso no hay un solo equipo que no haya afrontado varios de sus partidos con contratiempos. Sin ir más lejos, el propio Osasuna llegó a Valladolid sin Oriol Riera y Sisi, quizá sus dos mejores jugadores. Y sin embargo, ganó. Ahora, ya en descenso, la necesidad de que el Pucela lo haga cuanto antes ya sí, es perentoria.