El Real Valladolid empata a dos ante el Málaga después de remontar el tanto inicial visitante y cuajar un buen partido.

Anda el Real Valladolid como tristón; cariacontecido. Con el topicazo interiorizado de que si adquiere los derechos del Circo Mundial, con el que tan buena relación tiene, los enanos se convertirán en gigantes cabezudos y los fieros tigres en gatitos. Otro tema es que luego le permitiesen inscribirse o no en la liga de circos, que de eso también empiezan a saber. ¡Si hasta lo que pasa en Salamanca nos afecta! La vida… El fútbol…
Hablando de fútbol, que se supone que es lo que se debe hacer en este espacio, por momentos los hombres de Juan Ignacio lo practican muy bien. Pero luego llega el rival, llámese como se llame, enfadado, da un golpetazo sobre la mesa que asusta, como si en lugar de por adultos el equipo estuviera formado por niños de nombre compuesto, a los que escucharlo completo de la voz de la madre indica que algo malo han hecho.
Bernd Schuster, que es un tipo rubio y con bigote, fue el último en poner ese tono trascendente e intimidatorio. Y sus jugadores, que encarnan su voz y voluntad, fueron los encargados de llevar a cabo la reprimenda en forma de gol, a los veinte minutos, cuando Tissone filtró un magnífico pase a la ruptura de Santa Cruz, que definió habilitado por Peña.
Hasta entonces el Real Valladolid no había pecado de travieso, precisamente, aunque sí parecía estar pergeñando algo. Hizo que el Málaga, el del juego vistoso, se convirtiera en el que también es, en el efectista que no duda cuando el rival es inquieto: se planta y espera, cruzado de brazos, hasta encontrar el momento idóneo para el imprevisto golpeo, que suele venir acompañado de una mirada asertiva que viene a significar «para que te estés quieto».
Y vaya si lo estuvo el Pucela. Pasó de tener el balón y de llevarlo hasta las inmediaciones del área, buscando el resquicio por el que hilvanar con Guerra o el espacio al que ‘El Zorro’ Osorio se movía, a perder la posesión y sentarse cabizbajo en una esquina, a pensar en Salamanca y los enanos, a la vez que susurraba que, «para una vez que me llegan», gol.
El Real Valladolid se quedó en el rincón de pensar hasta que, en el descanso, llegó papá Juan Ignacio para decir «venga, chico, levántate, que no es para tanto». Entretanto, el Málaga dio buena cuenta de esa fama que le precedía, de, efectivamente, ser algo más que el equipo menos goleado de la Primera División. Así, Portillo y Morales lucieron por dentro al ritmo que marcaba Tissone.
El caso es que los blanquivioletas creyeron a su padre, ignoraron ese «que te… que te…» de su madre andaluza y se volvieron a meter en el partido. Omar sustituyó a Rama nada más reanudarse el encuentro y poco después Sastre, lesionado, tuvo que dejar su sitio a Fausto Rossi, que se hizo con la manija. Los goles, empero, llegaron a balón parado, en los primeros veinte minutos.
Patrick Ebert botó dos saques de esquina con precisión, al corazón del área, donde encontró primero a Javi Guerra y más tarde a Humberto Osorio. En un pispás, con ocho minutos entre un tanto y otro, el Pucela volteó el marcador y cambió la cara, de pesadumbre a la alegría, y las sensaciones, de pesimismo y derrota a inerte ganador, como se vio durante un buen rato, fruto del buen juego.
Bernd Schuster no se conformó y dio entrada a dos hombres de clara vocación ofensiva, El Hamdaoui y Pawlowski. Y ambos pudieron ser determinantes, pero se quedaron a medias. El primero a punto estuvo de marcar, pero su balón se estrelló en el travesaño, después de golpear en un defensa, lo que provocó el vencimiento de Mariño. El polaco, en cambio, sí lo hizo, para, a la postre, salvar un punto.
El tanto del empate es una genialidad, por el giro y la ejecución, una volea inapelable, sin dejarla caer, aunque debe ser contextualizado, porque sin parecer a priori un error grave, la falta de contundencia para cortar el cuero antes de que lo recogiese Camacho terminó por cobrarse dos puntos que habrían venido de maravilla por las circunstancias en que se habrían sumado.
Sin embargo, el Real Valladolid podría llegar a la novena jornada con seis puntos, en caso de caer en el Camp Nou, como es previsible que suceda, y sin ganar en los últimos cinco envites y durante casi dos meses, puesto que el partido contra el Sevilla es el veinte de octubre. Por si no fuera suficiente con Salamanca y los enanos. Aunque algo bueno ha de extraerse de ello, y es que el equipo, a pesar de todos los pesares, compite.
Lloverá menos (hablando de llover: gran acierto poner por megafonía una canción que dice «no importa que llueva si estoy cerca de ti», a la que se le podría cambiar por Real Valladolid el ‘nananá nanana’) cuando los lesionados –contra el Málaga cayeron Omar y Sastre- se recuperen. Y cuando de verdad el equipo y la afición se crean que no, que no es para tanto, y que, por más que mamá nos reprenda, llegó la hora de levantarse.