Jesús A. Zalama habla de la afición de Zorrilla no solo como poco animosa.
Ya en momentos de oro, no grabados en tan preciado metal, circulaba la sorna sobre nuestra capital. Quien aquí acudía dispuesto a finiquitar litigios se topaba con el no hallar atisbo alguno de poder hacerlo, y es que, aquí «somos Valladolid».
«¿Vos sois Valladolid?», preguntaba Góngora a sabiendas que así era, mientras con funesta mano escribía cosas horribles sobre el olor que imperaba sobre la ciudad del imperio, sobre nuestras calles, o sobre la tez blanca que cubre en variados meses nuestras frías y vetustas piedras. ¿Y todo ello para qué? Sin duda, para reflejar como éramos y para vaticinar, sin pretenderlo, como somos.
Muchas personas son las que a mí han llegado con el ruego de escribir cuán triste les parece el aspecto que nuestro Zorrilla presenta cada vez que aquí jugamos. Personas interesadas en encontrar un altavoz que difunda el estado de inanición que según ellos transmite nuestra grada. Ellos mismos se meten en el saco, y es entonces cuando les digo que para qué pretender hallar tal fin, si de sobra saben cómo es nuestra afición porque forman parte de ella. Así somos, Valladolid. Capaces de denunciar nuestras propias actitudes. Para que no parezca esta la única mirada positiva que se pueda verter sobre este asunto, aquí escribo.
No animamos, es verdad, o por lo menos no todo lo que deberíamos. Pero, ¿es esa la única característica notable en una afición? Tampoco somos los más envalentonados hinchas sobre la faz de la Tierra, como tampoco somos los que en mayor número acudimos al estadio. Somos sinceros, sentidos y orgullosos, y esto no nos lo quitará nadie porque lleva demasiado tiempo con nosotros.
Sinceros porque nosotros mismos reconocemos que nos falta ese empuje que si alguna vez tuvimos, nos hicieron perder. Si no se anima, no será por falta de ganas, sino de costumbre, o en todo caso, porque tiempo atrás nos robaron el ánima.
Sentidos porque nuestras lágrimas son hiel que nos quema por dentro. Lloramos con cada desgracia que nos sirve el equipo, y no por no exteriorizarlo nos duele menos. Que abran el pecho a un «pucelano viejo» y certifiquen lo hundido que está su ánimo por tantas lanzadas que le asestaron.
Y somos orgullosos. No atacaremos al rival que nos visita con la fuerza con la que arremetemos contra quien nos intenta doblegar, hundir o menospreciar, pero coraje y rabia rebosan por nuestros costados cada vez que pronuncian el nombre de nuestro equipo en vano.
Afición, entónese con orgullo su nombre y no padezca osadía el presentarse como se es. No somos tan malos porque no presentamos villanía, ya que somos un valle que huele a fútbol, sin que haga falta el que se nos oiga desde fuera, porque si es ocasión, ya rugimos por dentro.