Jesús A. Zalama dedica un relato al punta malacitano a las puertas de su vuelta a la titularidad.
Se protege las espinillas y, con decisión, se pone las medias. Se enfunda la camiseta. Sabe ya que juega, y que hoy el ritual de la vestimenta le será fructuoso, sabe que hoy sudará la elástica.
Pasan por su cabeza muchas cosas, cada tres fotogramas ve la portería, no se olvida de ella, nunca lo hizo, quizá haya tenido que hacer ejercicios de mnemotecnia desde la banca, y desenchufar el cerebro del campo para cargar las piernas sentado. Nunca dejó de ser un legionario del gol, más su novia, por mucho que le esperara al final de todo, nunca se dejaba ver con claridad. Estuvo en la reserva, y ahora que se pide acción, vuelve.
Es lunes, comienza una nueva semana. Se vuelve al trabajo (cada vez, menos), a la rutina, a las labores que configuran al hombre. Es tiempo de empezar, en algunos casos como en el de nuestro protagonista, de cero, porque así lo han querido algunos.
Agacha la cabeza, y ve sus botas. Contienen entre plástico algo muy preciado, algo por lo que hoy cerca de quince mil personas verán a la Real Sociedad, y no al Córdoba, por ejemplo. Pero eso es agua pasada, y este molino no se mueve solo.
Camina despacio, tranquilo, por el túnel de vestuarios. Otra metáfora más de un camino que se acaba, con final, con luz al final. Resopla, y luego tose, para encubrir que eso era algo más que aire que se escapaba de su boca. Solo por sus ojos vemos lo que de verdad contiene por dentro…
– ¿Y si marcara? –se pregunta quien tantas veces lo hizo. Mirada al frente, mientras recorre lentamente con su mirada los números que sus compañeros llevan marcados en la espalda. Sabe que no está solo, sabe que será ayudado, pero también sabe que lo suyo no es solo una batalla que se gana o se pierde, sabe que su lucha es ejercer la misma, amén de ganarla o perderla, sabe que es su turno.
Pisa el césped, se duermen sus piernas, se congela su paso. Mira lo que tiene al lado, y con gran pena se dice a sí mismo: – Hoy tampoco. Busca perder la mirada en el horizonte, y sin quererlo la ve. Allí está, plantada más robusta que la misma hierba, inmutable, impenetrable. Casi siete metros y medio que marcan la barrera entre el ser o no ser, entre el quedar o el seguir, entre reír y llorar.
Conoce esos tres palos con redes, igual que conocía la bocana del túnel de vestuarios que ya atravesó. Y entonces se da cuenta: la portería es un marco igual que cualquier otra puerta. Hay que también abrirla, e igual que caminaba despacio y tranquilo hacia el césped, tendrá que recorrer el camino que lo separa de la portería. Porque ya no es reserva, ya lo llaman a filas.
P.D.: Real Valladolid 1 – Real Sociedad 0 (Gol de Javi Guerra).