Gonzalo Quintana, compañero de Radio Marca Valladolid, habla de la temporada de Alberto Bueno; de su huella en el ascenso.
Es el futbolista blanquivioleta diferente. No es cómo los demás. Por lo que hace en los terrenos de juego, por su trayectoria, por sus características, por su personalidad… por todo, Alberto no es un futbolista más.
Fuera de los terrenos de juego, Alberto Bueno es un chaval más, amigo de la misma gente con la que compartía minutos en los terrenos de juegos de la Concepción o en las categorías inferiores del Real Madrid. Estar en la cantera de un club grande siempre deja huella, pero más si, como fue su caso, te conviertes en uno de los máximos goleadores de ‘La Fábrica’ blanca.
Así es también con los medios de comunicación, un completo profesional. Nunca sacará los pies del tiesto ni hará alguna declaración que pueda perjudicar a cualquiera de sus compañeros. El vestuario está por encima de todo y él es consciente de que los medios son un mal necesario del futbolista.
Estar en el Real Madrid conlleva una gran presión y responsabilidad. Aun así, a Alberto nunca le ha pesado tomar decisiones. Nadie le regaló nada, pero afrontó sin amarguras la necesidad de salir de Madrid -después de ser, como hemos comentado, uno de los máximos anotadores en categorías inferiores de la entidad- para triunfar y ser futbolista.
Los buenos siempre generan debate y a menudo son prejuzgados por todos con retahílas que todo el mundo conoce de memoria: «¿Pueden jugar Óscar y Bueno juntos?», «no tiene carácter», «no presiona», «no defiende»… infinidad de cuestiones; aunque los buenos tienen que jugar siempre.
Es imposible obviar que la mejor racha del Real Valladolid en liga coincide con Alberto Bueno sobre el campo. En la banda izquierda. En un puesto que no era el suyo. En un sitio donde juegan jugadores de otras características.
No importa si eres el diferente. Y más, por supuesto, si al lado juega Óscar González. Preciosistas, se entienden de maravilla. Casi sin mirarse, los dos saben que estaban hechos de algo especial. De algo que no tienen los demás. Como si llevasen más de diez años jugando juntos y estuviesen poniendo a prueba a los demás. A rivales y a compañeros.
Siempre ha aportado algo, de nuevo, diferente. Aquellos veinte minutos en Riazor con cuatro diagonales espectaculares de cuarenta metros a Nauzet son una de sus cartas de presentación. Nadie ve esos pases y mucho menos los ejecuta.
A todos nos gustaría haberlo visto más. Es una de las únicas pegas posibles de la temporada, y otra vez Alberto se quedará con la sensación de que quizá se ha quedado a mitad de camino -esta vez más cerquita que nunca- de consagrarse. El poso lo ha dejado y la retahíla, tras cuatro o cinco partidos consecutivos en el once, era por qué al fútbol no pueden jugar doce.