El Real Valladolid cae eliminado en los octavos de la Copa del Rey después de que Alberola Rojas decretara un penalti increíble a instancias de Gil Manzano y de la tecnología. Verde empató y Alcaraz falló un penalti; uno más
El Real Valladolid quedó apeado de la Copa del Rey en los octavos de final después de no ser capaz de voltear el resultado de la ida. Y no fue capaz porque no le dejaron; otra vez el dichoso VAR apareció para hacer de todo menos justicia, eso que venía a equilibrar, porque si Alberola Rojas había acertado en primera a instancia al no señalar penalti en la caída de Hugo Duro dentro del área, erró cuando Gil Manzano le advirtió de que quizá debería revisar.
Después pasaron cosas. Antes, también. Pero fue decisivo el gesto de la pantalla y que se acercara a mirarla. Antoñito se había tirado y había encogido el pie acompañando la carrera del canterano del Getafe, que arrastró la pierna para tropezarse con las de Antoñito, que las retiró cuanto pudo pero no podía desaparecer. El ligero choque produjo la caída después de que se viera como, cuando iba a apoyar la izquierda, la retiró para caer al suelo. Luego se levantó y se marchó con Ángel. No medió ni una sola protesta. Hasta ellos sabían que no era.
Ángel marcó el cero a uno y puso la eliminatoria más cuesta arriba, con la necesidad de hacer tres goles. Mientras, Zorrilla bramaba y pedía a sus dirigentes que alcen la voz, que toca, porque sí, toca, aunque solo sea por molestar y porque otros lo han hecho, no tanto porque pueda existir una mano negra, una confabulación o un club de ‘no sergios’. Toca porque en Vigo hubo una mano, otra contra el Atleti y contra el Valencia un fuera de juego que no fue. Porque, aunque sea sin querer, aquellos que aplican la norma están fallando en la unificación de criterios y, esta vez, en la interpretación. Esa acción repetida cien veces no se castiga ni un cuarto de ellas.
Dominio previo y posterior
No cabía esperar otra cosa que un Real Valladolid con solo un par de titulares pero mucha hambre para intentar mejorar las sensaciones de la ida y voltear el global adverso. Tuvo el cuero desde el principio y la posesión, esta vez sí, trajo ocasiones, aunque no muchas muy claras. Joaquín a balón parado, Verde con un tímido remate y Cop después de un buen centro de Nacho las generaron mientras el Getafe no generaba nada, hacía lo suyo, o mejor dicho, lo de Bordalás, más grave. Perdió tiempo desde el calentamiento y trataba de cortar el juego como fuera, aunque sin éxito.
Verde, intermitente, dispuso de una segunda oportunidad antes del descanso, como aventurando lo que estaba por llegar. A la tercera fue la vencida y empató como solo sabe hacerlo: con un golazo. Puso la zurda de oro para remachar un centro llovido desde el otro lado en otra acción a pelota parada y otra vez Zorrilla se congeló, porque por un momento hubo miedo otra vez al VAR, el coco moderno.
Pero si los nervios no habían jugado en contra de los blanquivioletas –podría haber pasado, la hinchada encolerizó y hubo en la primera parte una pequeña tángana– sí lo hizo el cansancio, que favoreció que los azulones discutieran superada la hora de juego más el dominio pucelano e incluso que pudieran disponer de una ocasión para sentenciar, con un testarazo de Bruno al palo.
Los cambios de Plano y Ünal no sirvieron precisamente para retomar ese dominio, y el ‘Geta’ se liberó hasta que llegó la agresión de Bruno convertida en penalti (y solo amarilla). Sin VAR. Fue un milagro, aunque, claro, vistas las ejecuciones de estos, como con una pistola de agua, habrá preferido Chichizola que fuera pena maxima que falta directa. Alcaraz lo tiró manso, al centro y el error fue la sentencia para un Real Valladolid que siguió queriendo vencer, si bien daba ya un poco igual.
Ciertamente, el fallo propio e impropio evitó la posibilidad de la machada final y heroica. Pese a no acometerla, fue uno de los mejores partidos de la temporada de los blanquivioletas, a los que le faltó fortuna para ganar y seguramente para pasar. Porque aunque suene a fútbol ficción, de no ser por el castigo de la tecnología –de quien la aplica– otro gallo habría cantado.