El Rayo Vallecano plantea un encuentro sin balón en el que su solidaridad coral anuló la eficacia del rombo blanquivioleta. Hasta que apareció Míchel

El rombo del Real Valladolid estuvo cerca de torpedearse a sí mismo. El sistema que emplea Paco Herrera, en ausencia de la figura de un verdadero extremo, ofrece ventajas pero, también, contrapuntos que pueden transparentar los puntos débiles del juego pucelano.
El Rayo Vallecano desentrañó los boquetes con los que anular el dispositivo ofensivo blanquivioleta. Y todo comenzó a los 3’, cuando Manucho finalizó una acción rápida por banda tras un error en el medio del campo de Leão.
La presión inicial de los vallecanos, ajustada para acumular piernas en zonas interiores, dio sus frutos en los primeros compases.
La configuración sin balón del equipo de Baraja experimentó, en el primer periodo, varias modificaciones. El Real Valladolid descartó someterse al peso agregado de ir por debajo en el resultado, y mantuvo el plan: avanzar con balón, sin perder los nervios, línea a línea. Una idea que cayó en la previsibilidad y abundó en un dominio yermo cuando el ataque alcanzaba los tres cuartos.
La presión rayista, entonces, se reforzó con base en el trabajo de sus extremos Embarba y, en especial, Aguirre. Estos ayudaron a cegar la clarividencia de Míchel, Jordán y Álex. Sin fluidez en la circulación interior y sin delanteros abiertos (José y Villar se desenvolvieron más pegados al centro) que picaran al espacio, pues escasearon los desmarques de ruptura a las espaldas de los centrales visitantes, la posibilidad de crear peligro disminuía. Chocaban contra la poca amplitud de su esquema, el escaso éxito en la generación de huecos y el buen posicionamiento de los franjirrojos.
Así, el Rayo establecía una pegajosa barrera, liderada por el doble pivote Beltrán-Baena, frente al balcón del área (con influencia en todo el margen de los tres cuartos de campo), que los pucelanos no consiguieron rebasar hasta el segundo tiempo. Cuando recuperaban la pelota, trataron de herir por la banda de Javi Moyano.
En el segundo periodo, los problemas de los castellanos para acelerar el juego más allá de la franja ancha se agravaron. Faltaba una marcha más, un movimiento distinto, un cambio de orientación. Desarbolar, un uno contra uno, un centro lateral. Un contragolpe. Ritmo.
Sucede, en ocasiones, que cuando más lejos se distingue el cambio necesario, de repente, llega. Lo hizo porque Míchel, mucho más activo en el segundo acto, inició una maniobra que José concluyó en el gol del empate.
Herrera retiró a los pocos minutos a Álex López (un cambio que, afirma, ya tenía decidido), por Raúl de Tomás, como preludio del tanto de la remontada. Nuevamente, Míchel emergió para servir el gol a Villar. Dos jugadas que rompieron con los debes del Real Valladolid en la primera mitad.
Tras culminar la remontada, el Real Valladolid perdió el control del encuentro y comenzó a sufrir la reacción rayista, personificada en la entrada de Guerra y de Trashorras (por Beltrán, muy destacado). Pero, si antes había aparecido Míchel para desbloquear el atasco, después llegó el turno de Pau Torres, que desbarató el empate a Javi Guerra.
El Real Valladolid, en la figura de Míchel y en el acierto de José, Villar y Torres (si bien hubo otras actuaciones reseñables en los blanquivioletas, como la de Balbi), cambió el sino de un rombo al que el Rayo estaba moldeando casi a su gusto. Mantuvo la compostura después de un gol que llegó muy pronto y remontó después de 88 partidos sin hacerlo.