El delantero madrileño lidera el festival ofensivo de un Real Valladolid que no encontró rival en el CD Mirandés

Cuando en verano firmó por el Real Valladolid, Jaime Mata fue presentado de un modo bastante similar al del pequeño Simba. A él nadie le cogió en brazos, pero vino a ser su fichaje como anunciar al futuro rey león; un atacante que debía marcar las diferencias –como venía haciendo– en Segunda División.
Lejos de ser su cómplice, Paco Herrera –a la sazón, Rafiki– lo confundió. Perdido en la banda pasó las semanas, lugar con el cual el entrenador insistió e insistió, como el mono cuando vacila, hasta que dejó de hacerlo y le enseñó el camino. Le enseñó que el pasado puede doler y que podía huir de él o enfrentarse a él. Y erigido ‘nueve’, como al joven león que ya le ha crecido la barba, el madrileño decidió que era hora de espantar esos fantasmas y ser el rey.
Claro, que todo fue un poco más fácil gracias a los cómplices que encontró. ‘El Niño’ José –que en 1994, cuando la película se estrenó, todavía no había nacido– y la mejor versión de la temporada de Juan Villar se vistieron de su Timón y de su Pumba particulares.
Juntos recordaron que «ningún problema debe hacerte sufrir» y que «lo más fácil es saber decir Hakuna Mata-ta«. Y con ellos disfrutó la afición, necesitada de un partido como el que cuajó el conjunto blanquivioleta ante un por otra parte paupérrimo Mirandés. Y junto a ellos bailó el resto del equipo, sereno como en alguna otra ocasión, divertido como pocas veces y letal como nunca.
Esta interpretación de la película es muy de andar por casa, pero sirve para relatar la sonrisa que generó la goleada. En otra versión podrían ser Joan Jordán y Míchel los dos acompañantes del punta madrileño en su camino hacia el reinado del nueve, pero no; aunque su partido fue excelso, los que pusieron la diversión fueron los delanteros.
El tridente funcionó como nunca después de revelarse como poco útil en las primeras jornadas, seguramente porque fue más natural, con Villar y José en los costados y Mata en vanguardia, y también porque los dos interiores estuvieron acertados en su lectura: no se solaparon, se encontraron siempre a diferentes alturas y donde debían, se vieron y se encontraron liberados y con confianza para generar buen fútbol.
Si a los tres minutos Álex Pérez se topaba con el larguero en lo que pudo ser el primer gol, dos después lo haría José, en un testarazo, después de un buen centro de Moyano –el enésimo este curso– y de un buen movimiento de arrastre de Mata. Así, se confirmaba pronto en forma de tanto un buen arranque que se vio solamente empañado por un pequeño tramo de indeterminación que quiso ser dominio del CD Mirandés.
El dos a cero fue de bella factura, por cómo acabó, con un buen servicio de Míchel, y otro cabezazo inapelable, esta vez de Villar, pero sobre todo por cómo nació. El Real Valladolid la tocó desde atrás con tanta rapidez como acierto, solventando la papeleta ante cualquier opositor hasta que llegó a los pies de Jordán. El catalán, orientado hacia la izquierda, pudo seguir por ese lado, cargado, pero recortó en tres cuartos y la envió al otro lado para que desde allí llegara otro gol.
Nocaut en la segunda parte
La segunda mitad comenzó como la primera, con un gol tempranero. Llegó desde los once metros, por mediación de Mata, que sufrió una pena máxima de esas que uno hace o recibe por la calle: él iba hacia un lado y el defensa hacia el otro, y donde uno suele pararse, mirar al frente y sonreír si va atento a la jugada, el zaguero tiró hacia adelante, como distraído, y se lo llevó por delante.
Si el Mirandés del debutante Claudio Barragán antes había hecho más bien poco, después no hizo nada. Cayó en la cuenta el propio técnico de que iba perdiendo por tres a cero y pasó a formar con dos delanteros, pero ni por esas. El Real Valladolid estaba tan sereno, atrás, pero en el resto de líneas también, que no le hizo ni cosquillas.
Los blanquivioletas olieron la sangre y se desmelenaron. Por un momento parecieron dudar un poco entre si ir a asegurar o buscar el nocaut, como el boxeador que se encuentra en el décimo round con casi todos ganados. Como jugaba en casa, se dijeron que lo mejor era enviar a la habitación del sueño a los burgaleses.
Si el encuentro no acabó antes fue porque aquí no hay vía del cloroformo que valga; se ha de jugar hasta el noventa y pico. No obstante, visto el marcador final y las sensaciones que dejaron unos y otros, podría decirse que el KO fue real, porque al final los rojillos encajaron cinco goles como pudieron encajar ocho (y aunque suene exagerado casi no lo es).
Mata marcó el cuarto esta vez a servicio de José, de nuevo con la testa, con la que poco después pudo volver a marcar Juan Villar. Raúl de Tomás, que entró por el bigoleador, rozó el gol en el primer balón que tocó y lo logró en el segundo, con una muestra de técnica en el control exquisito con el exterior y la definición por encima del portero para sellar la goleada.
Solo faltó que viera puerta Drazic para que el festín de los atacantes fuera completo. No importó. Disfrutó el Real Valladolid y disfrutó su afición, que no hizo la ola quizá por vergüenza torera o por miedo a que el frío la convirtiera en escarcha. También dio igual; ya se sabe que no es sencillo ser capaz de acompasar a toda la grada para provocar ese movimiento. Más fácil que eso, sin duda alguna, es saber decir Hakuna Mata-ta.