El Real Valladolid cae en un partido flojo, en el que fue inofensivo con el balón y encajó dos goles prácticamente idénticos

Hay días que se te tuercen desde que te levantas. Días de frío, ya como estos, en los que te cuesta abandonar el abrazo cariñoso de tus sábanas. En los que hablas con la cama y le dices «cariño, déjame ya, que llego tarde al trabajo». Y entonces la abandonas y calientas un café en el microondas. Tanto que cuando agarras la taza, buscando el calor, se te cae y dices «maldita sea mi estampa». Empezamos bien…
La pereza te atrapa en la ducha y sales tarde al trabajo. Y mientras llegas a la parada ves al bus, y corres, pero justo cuando llegas a su altura arranca. «¡Pero si me ha visto!», lamentas, con los brazos abiertos como el delantero que pide un penalti en el noventa. Ya llegas tarde, pero menos de lo que lo suele hacer tu compañero. «No pasa nada», crees. Pero sí pasa, porque llegas a la oficina y el ascensor está averiado. «Bueno, un poco de ejercicio no viene mal», asumes.
Y luego mandas por error a tu jefe una foto del negro del WhatsApp, y esa compañera con la que flirteas te dice que está empezando a conocer a otro, y el compañero que llega tarde todos los días no viene porque está resfriado y te toca comerte alguno de sus marrones. Y de repente estornudas, y notas que no te encuentras del todo bien y extrañas las sábanas, acurrucarte entre ellas, y viene tu jefe y te dice que muy bonita la manguera pero no era necesario, no tengo jardín. Y piensas que tú sí, tan grande que Puente debería nombrarte concejal.
Y acabas la jornada y entras a Instagram. Y te acuerdas de tu ex, y entras a su perfil, y sin querer le das a ‘like’ a su última publicación. Y mientras farfullas un «mierda» estornudas de nuevo, y el cuerpo tirita y te cierras más la cazadora. Y se te rompe la cremallera. Y dices «para qué carallo me habré levantado», o bien sustituyes el vocablo gallego por el órgano sexual femenino si no eres de allí. Y por fin llegas a casa y te acabas la botella de coca-cola, y bajas al indio de la esquina y la compras sin cafeína sin darte cuenta. Cuando lo haces, lloras. Y te metes en cama. «Hoy no».
Foto: LFP
Cambien lo de derramar el café por un gol del Elche en el primer minuto. La pereza para abandonar la cama y el calor de la ducha por la sorpresa de ese tanto. Lo del bus, llegar tarde y tener que subir a la oficina por las escaleras por una primera mitad en la que al Real Valladolid le tocó ir a contracorriente. Lo del compañero, con ser inofensivos. Y la situación con su jefe, con irse al descanso perdiendo. Lo del ex es como volver a encajar de la misma manera que sucedió en el primer tanto. Lo de la cremallera, que los cambios no funcionen. Y el drama de la coca-cola, el final del partido; saber que hoy es uno de esos días que no. Uno de esos que es mejor que acaben, como esos dichosos noventa y tantos minutos del Martínez Valero.
En el feudo ilicitano, el Real Valladolid cayó ante un conjunto, el de Toril, que no fue mejor y tampoco lo necesitó; le fue suficiente con aprovechar una inusitada endeblez defensiva del rival para ganar. Y es que después de la firmeza mostrada otros días en este apartado, los blanquivioletas fueron inconsistentes en esta parcela: distantes por fuera y blandos por dentro.
Así, con el partido a medio empezar, un centro desde la izquierda poco encimado culminó con el remate a la red de Álex Fernández, después de que Rafa no acertara a despejar de un testarazo. El mediocentro, que lleva el ‘9’ a la espalda, puso las cosas de cara a su equipo, que plegó velas en campo propio y esperaba a que de otro error Pedro y Nino pudieran sacar algo más.
A su vez, el tanto provocó nervios e hizo que el inicio fuera atropellado, como si al Pucela le pudiera el miedo escénico. Una vez se serenó, comenzó un monólogo sin gracia, en el cual los vallisoletanos tiraban de pases horizontales como si fueran tópicos sobre regiones y arriba no se movía una rama, o por lo menos bien. Juan Villar y Raúl de Tomás anduvieron por ahí, negados, ofuscados, y aunque dispararon alguna vez, no crearon peligro alguno.
Las dudas de la zaga visitante, sobre todo en los costados, permitían al Elche crecer cuando transitaba, aunque lo hiciera con pocos jugadores. Pasada la media hora, Edu Albacar estuvo a punto de pillar desprevenido a Becerra, que repelió bien la falta lejana enviándola a córner. Se puede decir que fue lo máximo que pasó antes del descanso, dejando al margen el disparo de De Tomás a la cara de Juan Carlos que obligó a parar durante un par de minutos el envite.
Paco Herrera buscó un giro haciendo un doble cambio al descanso: Markel por Balbi y Sergio Marcos por Joan Jordán. Pero si este estaba precipitado, su sustituto fue incapaz también de brillar. Y si el argentino estuvo mal, el vasco estuvo un tanto apático, sin mucha culpa de nada pero con poco mérito en su juego. No obstante, cabe decir que esa fue la tónica general: aunque el Pucela fue poseedor principal del balón, solo en algún atisbo de Drazic, último cambio, generó algo.
En el tramo final, en el que se acrecentó el quiero y no puedo de los visitantes, se repitió la situación del primer gol. Después de un saque de esquina, nadie amenazó siquiera en la segunda jugada, lo que permitió que hubiera un servicio solitario de quien centró al corazón del área para que Álex Fernández se impusiera por arriba a Pérez e hiciera el segundo.
En lo restante, Drazic fue el único que le puso un poco de fe, tirando de Raúl de Tomás, obcecado hasta el final. Solo ellos dos salieron a una contra en esos minutos finales, que acabó con un disparo fuera del serbio, que tuvo otra intentona vana, como en vano fue el gol del excastillista después de que hiciera una falta.
El silbatazo final fue incluso de agradecer para un Real Valladolid al que no le salió nada. Hay días que no y este sábado fue uno de ellos. El próximo, en el que se enfrentará al Numancia, no podrá serlo si los de Paco Herrera no quieren frenar del todo su crecimiento.