Fe. Aquella virtud por la que se cree en algo que no se puede ver ni demostrar. Simplemente, se acepta el motivo de fe y ya está. No hacen falta más argumentos ni explicaciones.
Crees en algo y nadie te lo rebate, porque afirmas algo con total rotundidad pese a que no tengas motivos aparentes para hacerlo. Los aficionados del Valladolid nos enfrentamos estos días a una prueba de fe muy grande.
El Pucela es como una montaña rusa esta temporada. Empezamos arriba, bajamos para asomarnos al infierno de Segunda B y desde hace un mes hemos retomado la escalada.
Ahora, otra vez, los jugadores nos dan motivos para creer, para volver a ilusionarnos con la idea de que de verdad se puede ascender. Estamos a dos puntos del play off, no estamos lejos. Pero, ¿son lo bastante firmes estas sensaciones para que los aficionados nos las creamos? ¿O debemos creer en ellas casi ciegamente?
Hace apenas mes y medio estábamos muertos, no había posibilidad de ascender. Hasta el día de Huelva. Ahí fue el punto de inflexión. El equipo ha entrado en una buena racha desde aquel partido, de eso no hay duda. Pero igual que se han ganado cuatro de los últimos cinco partidos, se pueden perder.
Es lo que tiene la Segunda, es imprevisible. Hasta el más modesto puede dar la campanada en cualquier jornada. ¿Por qué creer entonces en este Real Valladolid?
Pues por la misma palabra con la que he empezado el artículo: fe. No podemos asegurar que la racha de buenos partidos vaya a alargarse durante mucho tiempo.
Tampoco es seguro que el equipo sea capaz de mantener la dinámica positiva en la que ahora se encuentra. Pero hay una creencia ciega en que de verdad podemos volver entre los grandes, a Primera División, resurgiendo de nuestros propios fallos.
Eso es tener fe en el Real Valladolid. Aquel que no quiera creer, que levante la mano, porque estará reconociendo su error. Ser seguidor de un equipo supone esperar que éste se supere siempre, que consiga llegar un poco más lejos.
Aquel que abandona la fe y la esperanza en que se puede mejorar, habrá perdido la ilusión por el fútbol. A fin de cuentas, y como decía el retórico Quintiliano, el que pierde la fe ya no puede perder nada más.