El lateral izquierdo rosarino ha sufrido en los últimos encuentros fruto de la desatención de sus compañeros del costado izquierdo

En los años noventa, era habitual ver a un ciclista francés, Richard Virenque, subir puertos con la lengua fuera. Inmerso en el ‘caso Festina’, su reputación fue dudosa a raíz de aquello, pero se redimió después de la pertinente sanción hasta convertirse en el escalador con más maillots a topos conseguidos en el Tour de Francia. Más recientemente, un tipo más raro de nombre Thomas y apellido Voeckler adoptó su gesto de sacar la lengua y montar el numerito cada vez que sufría, mientras se retorcía en la bicicleta en alguna dura rampa.
No es la madre patria Argentina un país con mucha tradición ciclista, por más que algunos como Eduardo Sepúlveda, los hermanos Haedo o Maxi Richeze estén empezando a poner a este deporte bajo el foco en los tiempos actuales. Ni es ‘El Lucho’ Balbi corredor. No de esos. Él corre por la banda, sobre todo en fase defensiva. Pero si defendiera su costado montado en una bicicleta, viendo los precedentes más recientes, a buen seguro adoptaría el gesto aquel de Virenque y lo haría con la lengua fuera. Porque a sufrir le obligan, y no precisamente porque sin querer le hagan escuchar a Shakira y a Carlos Vives.
Y es que en los dos últimos partidos, en el Anxo Carro frente al Lugo y en Zorrilla frente al Huesca, el lateral rosarino ha sufrido sobremanera, evidentemente, no por gusto, sino por la desatención de su costado de sus compañeros en labores defensivas. En el primero de los dos encuentros esto cambió con la entrada de Ángel, que lo fue todo. En el segundo volvió a entrar el madrileño en banda durante la segunda mitad, pero, cuando se quiso dar cuenta, miró al electrónico, el Pucela iba por debajo y lo de sufrir atrás o no ya daba igual.
Antes, el rosarino se vio sometido a varias situaciones comprometidas y amenazas de uno contra uno o, incluso, de dos contra uno, lo que, independientemente de su capacidad de resolverlas individualmente, habla a las claras, por reiterado, de un balance defensivo pobre, en el que esa soledad proviene de una mala acción defensiva o inacción de los llamados a las ayudas.
La misma intención atropellada de intentar dominar en la mitad del terreno de juego rival que provoca que la creación no sea como debería está llevando a que atrás, sin balón, en esa zona izquierda, la débil, se sufra. Aunque André Leão como mediocentro defensivo intenta llegar, es incapaz de abarcar tanto campo como está obligado por la ‘oleada’ central enemiga y por ese espacio que el interior ‘alto’ y/o el extremo de ese lado permiten.
Aunque el Real Valladolid quiere dibujar un 4-3-3, la mala disposición de Míchel le está llevando a ser una suerte de 4-2-1-3 que ni genera en la fase de circulación/iniciación en campo rival ni destruye como jugador presionante o que repliega. No es cuestión de querer personalizar; es que Míchel ni acaba de ser bisagra ni termina de estar lo suficientemente cerca como para ayudar en el lado en el que debería aparecer como interior.
¿Es solo su culpa? Probablemente no. Seguro que no. Pero más claro que esto si cabe es que lo que parecía ir a ser un rombo ha mutado en dos líneas de tres, y en la primera, por ofensiva que sea la vocación del interior-llegador, este no está exento de inmiscuirse en labores defensivas. Es más, si se quiere ser justo con la función del ‘8’, este debe llegar, no estar casi como un ’10’ –aunque eso es harina de otro costal–.

Volviendo a Balbi, aunque es un especialista defensivo, ha demostrado que necesita jugar arropado. En estos choques últimos se ha visto en él a un lateral que intenta tapar, más que anticiparse o cortar el juego. El tackling es un recurso que maneja, pero casi cuando se ve desbordado. Y, debido a este carácter, parece necesitar ayudas para no verse desbordado o sobrepasado por una situación de amenaza. Esto es: parece sentirse seguro con otro defensor cerca, porque es sobrio en la marca, pero sufre para ser efectivo si hay espacio o una superioridad rival. Y, tal y como se ha dicho, con la presencia del volante tapón no vale, no porque no le baste a ‘Lucho’, sino porque este deberá estar pendiente (como poco, también) del avance rival por posiciones centrales.
Una posible solución a este problema –y quizá también al de fútbol– sería continuar con la mutación y empezar a optar por un 4-2-3-1 que libere a Míchel no solo de facto, sino también de iure, y que obligaría al retorno del extremo de esa banda, un extremo, dicho sea de paso, hasta el momento inestable, con Mata desplazado desde la delantera, su puesto natural, o con José viviendo más cómodo aprovechando su querencia interior.
Otra alternativa más clara desde este punto de vista sería continuar con el 4-3-3 pero fortaleciendo esa zona central, con un interior más natural de lo que hasta ahora ha demostrado ser Míchel, ya sea Jordán, el Sergio Marcos de turno o un ‘8’ inventado como pudiera ser Ángel. Aunque también se podría seguir así, esperar el cambio sin cambiar nada, esperanzados con que el ’21’ se acople a un rol en el que hasta ahora no se le ha visto cómodo ni lúcido. Lo que está claro es que sea lo que sea por lo que se opte, si arropa a Balbi, sin duda el rosarino lo agradecerá.