El Real Valladolid tropieza en la misma piedra y cae frente a la SD Huesca en un partido que debió ganar plácidamente

El Real Valladolid ha cogido cariño a la piedra en que tropieza. Tanto que va camino de hacerla redonda como la pelota, de desgastarla tanto en los bordes que acabará tomando forma de rotonda. A su lado, la chica de la curva va camino de convertirse en solo una mujer desorientada. «¿Aquí me maté yo? Mira y aprende», parece decir un equipo, el blanquivioleta, al que el bloqueo le puede.
El caso es que a este Real Valladolid no se le puede creer, y no solo porque los resultados adversos le resten credibilidad al juego. Es que además, adoptando acento argentino y esa expresión de relator, hay que decir que es difícil comprender lo que ésta sucediendo. No juega, ni por asomo, tan mal como para encadenar cuatro derrotas consecutivas. Y sin embargo…
Otra vez, ante el Huesca, volvió a suceder. Lo de no ser inferior y perder. Sin jugar un gran partido, porque no lo fue, los blanquivioletas merecieron una mejor suerte ante un rival menor, al igual que los precedentes. De hecho, debió ganar cómodamente, aun sin ser cuajar una actuación descollante. Porque ocasiones tuvo como para ser acreedor de un resultado mejor.
Sigue siendo Paco Herrera, y a la sazón, su equipo, presa de una idea que no cuaja, la de insistir con Míchel y Álex López juntos sin más compañía que Leão en el centro del campo. Esto lleva al ferrolano a ser menos determinante de cuanto podría serlo en campo rival y, por derivación, o porque la idea del rombo y de acumular centrocampistas que la amasen ha desaparecido, a que en la mitad del campo que pertenece al rival no haya tanta acumulación de pases ni de hombres.
O por lo menos esa es la sensación. Que el Real Valladolid tiene la posesión, pero en su propio terreno. En el enemigo no genera sensación de dominio, o al menos no aquel que puede demostrar y que se vio en las jornadas iniciales. Y con todo y con eso amenaza, como lo hizo ante la SD Huesca. Aún en el primer periodo, Raúl de Tomás tuvo dos oportunidades que se perdieron por poco, como el disparo de Juan Villar que repelió la madera. Con el tiempo casi cumplido sería Moyano el que bordearía el gol con un centro que se fue envenenando poco a poco.
Hubo más, pero esto fue lo más claro. El arreón inicial oscense fue minimizado con la omnipresencia de André Leão, los retazos de Álex López cuando superaba la línea que separa las dos mitades del tapete y con el querer de Villar, que fue mucho y poco acertado.
La sensación de vulnerabilidad del rival volvía a ser tan evidente como que Míchel no se encuentra en este sistema. Por lo que fuera, quizá por la amarilla que había visto Leão, quizá porque posee un físico rutilante que le permite ocupar más campo o quizá por ambas cosas, al descanso Luismi sustituyó al luso. Míchel siguió en el campo y su efecto fue mismo: nulo.
De hecho, la permuta descompuso al equipo, solo que hubo un oasis que hizo que más de uno se llevara a engaño. El gol de Raúl de Tomás, a la media vuelta, elevaba el ánimo y despejaba el desasosiego. Más aire pudo dar Juan Villar tres minutos después, cuando remató a los pies de Sergio Herrera. Pero erró, y poco a poco los oscenses se adueñaron del balón.
En el minuto 65, Álex López relajó la marca en la frontal y permitió a Camacho rematar a gol y devolver las tablas al marcador con muy poco, porque los de Anquela apenas habían ofrecido nada. Otra vez un error en el área propia penalizaba; costaba caro. Sin tener el esférico tanto como en la primera mitad, los blanquivioletas volvieron a generar algo de peligro, a través de José, desacertado.
Íñigo López cabeceó en el 72′ una falta botada por Camacho y avisó a los locales. Y, tirando de tópico, quien avisa no es traidor, igual que el que perdona paga. Cuatro minutos después, Prieto Iglesias señaló el punto fatídico en un agarrón de Guitián, una decisión protestada y que sacaría de quicio al Pucela. Samu Sáiz marcó y la cara fue la de otras veces; de tanto para nada.
Quedaba un cuarto de hora por delante, pero a los de Paco Herrera se les nubló la vista. Empezaron a protestarlo todo y cayeron como novatos en las artimañas del Huesca, que pulsó el botón de ‘activar francotirador’ cuando las cosas se le pusieron de cara y a cada mínimo soplo de viento caían como si el tirador hubiera dado en la diana. No obstante, si no se revirtió la situación es porque la incredulidad de los vallisoletanos bloqueó cualquier atisbo de reacción.
Una semana más se podría echar la culpa al empedrado y hablar de nuevo de qué malos son los árbitros, pero una semana más se estaría ocultando con esto una crítica más justa, sino por acertada, al menos sí porque es hacia lo propio, hacia lo que uno puede cambiar. Flaco favor haría el Pucela enrocándose hablando de los colegiados, acierten o yerren, cuando es él el primero que falla. Así regaló 45 minutos en Lugo y así concedió un halo de vida al Huesca, que como otros antes, acabó sorprendido y sonriente.
No se puede creer, diría el relator argentino, que el Real Valladolid haya perdido estos cuatro partidos. Si no lo ve todo salvo los goles, pensará que al menos ha empatado. Pero no, ha caído. Consecutivamente cuatro veces. Y porque yerra, aunque haga también cosas bien. De esos errores debe aprender si no quiere que ante el Levante llegue la quinta.