Bagnack allanó el camino a los suplentes de Paco Herrera, que cuajaron una primera mitad muy buena. En la segunda de nuevo el rival creció, pero no se llegó a sufrir

Al Real Valladolid le gusta jugar. Lo demostró en la Copa del Rey como lo había demostrado en la liga. Posee tantos registros, aún en los albores del curso, que se puede permitir el lujo de poner un señuelo al rival. El Real Zaragoza, como antes el Real Oviedo y el Girona, puede dar buena cuenta de ello.
Como a los otros dos equipos a los que ganó, el cuadro que dirige Paco Herrera le dejó margen de crecimiento, sabiéndose seguro sin balón. Y al final no sufrió, pero se vio así, sin el esférico, y ya se sabe: cuando no lo tienes tú, y sí el de enfrente, la acción más azarosa puede conllevar peligro.
Los blanquivioletas volvieron a ser camaleónicos a pesar de que los once eran suplentes –lo fueron al menos ante el Girona–. Como si fueran los otros once, los de la liga, salieron presionantes, y con ‘solo’ eso bastó. La zaga zaragozana era un flan y regaló multitud de balones, hasta el punto de que pareció que si el Real Valladolid quisiera podría golear.
Bagnack pecó de poco tenso en un control cuando apenas habían transcurrido cinco minutos, Míchel andaba por allí, robó, corrió y definió bien frente a Ratón para hacer el cero a uno. Era la primera en la frente de un conjunto, el de Luis Milla, que quiere tenerla, sacar el cuero jugado desde atrás, pero que desde luego con los suplentes no puede. No por confianza, sino por capacidad; no parece que, por ejemplo, el cancerbero la tenga pasa salir en corto, a tenor de sus múltiples errores.
No cabe duda que esa acertada presión influiría a la hora de minar la idea y la plasmación de lo que los maños intentaban. Míchel lideraba al equipo en esta faceta, aunque no era el único que encimaba. Al contrario, por momentos, durante el primer periodo, se vio a casi todos los de negro y violeta pisando campo rival a la vez, sino todos salvo el portero.
Merced a esto se dieron esas imprecisiones y, una vez el robo se había producido, el peligro rondaba la portería. En jugada y a pelota parada, como se vio rondando la media hora, cuando Guitián estuvo cerca de responder a los pitos con gol tras un saque de esquina que se topó con el larguero. Fue una más: con más o menos peligro, los pucelanos las remataban todas.
Acto seguido como si hubiera sido preludio del cero a dos, este arribó, en una buena acción combinativa en la que participó Guzmán, muy activo en los minutos que tuvo, y que remató sin querer Bagnack, que venía persiguiendo a Raúl de Tomás y prolongó su noche aciaga y la sensación de ser el mejor jugador rival.
Otra vez después del descanso hubo un matiz en la presión, que pasó a ejercerse en un repliegue medio en el que tampoco los suplentes sufren en demasía, o por o menos eso pareció. El Real Valladolid se sabe seguro también sin balón y así volvió a hacerlo saber con su planteamiento, solo que, claro, el no tenerlo te hace conceder cosas aunque no seas del todo vulnerable.
Cierto es que ese paso atrás es un impulso, un engaño que precede al intento de contragolpe. No hubo muchos y tampoco los materializó, y como el Real Zaragoza se acercó en el marcador con el gol de Popa, y después de aquello lo siguió intentando, pareció como si los de Paco Herrera sufrieran. Y no, pero ganaron otra vez apretados.
No tuvieron ocasiones demasiado claras los de Luis Milla para empatar, aunque algún agorero pudo mirar al pasado y pensar que podía llegar la igualada; «nos pasa siempre». Y ya no, por suerte, aunque podría, porque no acaba de haber un partido redondo, tranquilo del todo, aunque tampoco sea la cosa para alarmarse.
La imagen fue buena y llegó el tercer triunfo en cuatro encuentros. Y además esto es la Segunda, aunque el envite correspondiera a la Copa del Rey, dada la categoría del rival. De hecho, seguramente lo extraño fuera lo otro, que se le viera ya afinado, como el ciclista que la revienta la primera semana del Tour. Y es que esto es muy largo…
Es muy largo, pero no hay que engañarse: pinta bien. El tiempo dirá si llega la pájara. Por lo pronto, obtenido el pase, el Pucela puede presumir de haber logrado algo más: enseñarse a sus veintiún rivales que si el titular no funciona hay otro tío esperando con tanta hambre o más.