El ferrolano dio ante el Girona un paso adelante sobre el césped y fuera de él, jaleando a la afición en los minutos finales
el triunfo ante el Girona con Álex López
Foto: Real Valladolid
La afición es un clamor: Álex López es un jugador de otra categoría. Y no debe nadie rasgarse las vestiduras por decirlo ni hacerlo implica, ni sobre todo implicará, dejar de disfrutarlo; quizá al contrario. No es por desdeñar lo propio, es por reconocer lo que es justo. Su capacidad para generar fútbol está por encima de la práctica totalidad de los jugadores de Segunda.
Tres jornadas le han bastado al ferrolano para hacerse con el lugar jerárquico que se le preveía. En cuanto Paco Herrera ha introducido un nuevo matiz táctico y le ha dado una mayor libertad ha lucido, para empezar, ante un Girona que no pudo contenerlo durante la primera mitad. Más alejado de la base de la jugada, formó parte de la fase inicial (salida), aunque el peso recayó en André Leão prácticamente en exclusividad y él entraba en juego en la segunda fase (creación).
De esta manera, unos metros por delante con respecto a sus anteriores actuaciones, estuvo más cerca de la generación y de la finalización, hasta el punto de marcar un gol en la segunda parte, aunque la jugada fue invalidada por encontrarse en fuera de juego. Aún pendiente de seguir afinando la forma, fue sustituido. Como si de una amenaza se tratara, Herrera dijo luego que «aún» no es el que conoce, pero «va camino de ello».
No obstante, la hinchada ha visto suficiente como para ovacionarle en su despedida frente a los catalanes. Antes de que esto sucediera arrancó varias onomatopeyas de admiración. Los ecos del «ohhh» por el sombrero que hizo en el primer periodo aún se mezclan con gaitas, dulzainas y otros sonidos que proceden y emiten las casetas regionales; son casi audibles desde los coches de choque. Y si no, hagan la prueba: esperen a que el reggaeton y otras músicas infernales sean silenciados al concluir la noche; ya verán.
Foto: Real Valladolid
Líder fuera también
En las últimas temporadas, no solo en la última funesta, el Real Valladolid había adolecido de ese jugador que se mimetiza con el público, que enchufa a la grada, que se la pone por montera. ‘O Capo’, carismático, es de esos, no solo dentro del rectángulo verde. No solo atrae para sí marcas y miradas mientras juega; también fuera tiene aura de líder.
Seguramente afronte el retorno con papá con cierto revanchismo, con el ansia de reivindicar un fútbol al que nadie en primera encontró cabida. Quizá por eso, y porque es pura pasión, vivió el tiempo de descuento fuera del banquillo, en pie, intenso especialmente en los noventa últimos segundos.
«Es importante esa unión y empezar a ilusionar otra vez a la gente», decía al acabar el choque, al tiempo que se escudaba en que «en el banquillo se pasa muy mal» para razonar su comportamiento, pasional y de animador. La respuesta la conocen todos los que allí estaban: Zorrilla apretó, y de qué manera, para empujar como un hombro y como un hombre más.
La rabia con la que López cerró los puños cuando el árbitro decretó el final es ilustrativa de sus ganas, de lo que él es y de lo que el Real Valladolid ansía: la ambición y el hambre no son un decir, el verbo fácil de otros. Este equipo quiere de verdad aspirar a cotas altas y enganchar a quien parecía perdida, una afición que ya jalea y saborea a un Álex López que promete, en silencio, con el balón en los pies, ofrecerle tardes de gloria.