Vuelven a Zorrilla los goles del salvaje oeste, y con él, el anhelo de un final feliz y sangriento; con muchos goles y en Primera

Si Roger fuera música, sería el tema principal de ‘Django Unchained’. Porque así, desencadenado, fue su fútbol en el Nuevo José Zorrilla. Es más: debería empezar ya, ahora mismo, y sin que nadie lo dude un instante, una colecta para que Luis Bacalov, compositor de la citada canción para Tarantino, hiciera una adaptación al delantero. Piénsenlo; recuerden el film. Cambien Django por Roger. Al que no se le erice la piel es que no tiene alma. Si a alguien le pasa, que pruebe a mirarse en el espejo.
Algo que, por cierto, Roger Martí ha hecho; se ha visto en el espejo y se ha imaginado nuevamente feliz, ataviado con la blanca y violeta. En el oeste, salvaje, pudo parecer menos pistolero, a las órdenes de Lucas Alcaraz y su ya dos veces exentrenador Rubi –a la sazón, Stephen, el negro negrero, y monsieur Candie–. Pero Braulio, doctor Schultz, nunca ha dejado de confiar en él.
Dejemos a un lado las alusiones al film. Con su retorno del salvaje oeste, vuelven los goles al José Zorrilla, vuelve alguien que mostró tales capacidades de encandilar que puede ser considerado el hijo pródigo que vuelve al redil.
Nadie, durante el curso pasado, generó tantas filias. Nadie fue tan amado, y seguramente pocos se lo ganaron tanto. Se dice que el gol es el orgasmo del fútbol, y nadie como él generó placer. Hubo quien llegó al culmen más veces; no con su personalidad, con su carácter batallador, generador inequívoco de empatía. Por eso, entre otras cosas, su lesión nos dolió a todos. Por eso y por su risa niña, y por los soplidos a cada revólver después de desenfundar y ajusticiar al rival.
Salvador de segundo apellido
Su segundo apellido, y esto no es literatura, es Salvador. Bendita su madre y familia, porque, en Valladolid, el apellido le viene al dedo. Así es visto, desde ya, desde el anuncio de su vuelta. Como cuando volvió tras aquella funesta lesión, Zorrilla y su afición se agarran a él como clavo ardiendo, en el anhelo de un tiempo mejor que, quieren, llegue a través de sus goles.
Como el forajido elegido sheriff, por su atino en el disparo, capaz de disuadir a otros malhechores de sus intenciones es recibido con los brazos abiertos, como agua de mayo, con la alegría irracional del gol en tiempo de descuento, que diría aquel. Cuenta además con el favor de todos por lo emotivo, por la sensación que dejó de no poder darlo todo; llevar, en fin, al Pucela a Primera.
Nadie en el último lustro, a excepción de Javi Guerra, por siempre ‘Heartbreak Nine’, ha desencadenado semejante fervor. ¿Hemos dicho de nuevo desencadenado? Póngase a ello, Bacalov, que la colecta comienza. ¿Querrá Tarantino rodar la secuela?
Bueno, en realidad da igual. Basta con que sea parecido el final. Ya saben, feliz y sangriento (entiendan la metáfora), con Roger marcando un puñado de goles y llevando tras de sí a lomos de un corcel al Real Valladolid de vuelta a Primera.
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