El mediocentro gallego, vuelve al Nuevo José Zorrilla –la que fue y considera su casa– cinco años y medio después

La vida, a veces, da segundas oportunidades. Quizá no porque ella quiera. Quizá porque somos las personas quienes queremos. El caso es que se dan. Por convicción a veces. Por compasión otras. O simplemente porque sí.
El fútbol no es muy distinto; quizá sí en lo de la compasión. Nada peor que la caridad, pues por ella, cuentan, entra la peste. Ofrece a veces, sin embargo, una ocasión al reencuentro, normalmente, a reeditar viejos logros, a recuperar el hilo con viejas amistades o amores.
El paradigma hoy es ‘El Apache’ Tévez. Volvió a La Bombonera, a ser el ídolo, a la joda en el boliche (o eso dicen) y Fuerte Apache y sus gentes. Hizo honor al tango, y campeonó. Aunque también puede salir mal, o cuanto menos regular. ‘El Niño’ Torres, en el Atleti…
Un poco indie, entre los gustos musicales de Borja Fernández se encuentra Quique González. A buen seguro le gustará –¿y a quién no?– el maestro Sabina, que un día hizo alusión a eso de volver, y no con la frente marchita. Considera el jienense que está mal hacerlo allí donde fuiste feliz, no sin parte de razón. Ahora bien, hay quien le contradice.
El mediocentro gallego es un pez de ciudad, que diría la canción. De Valladolid, para ser exactos. Lleva cinco años y medio alejado, pero todavía la considera su casa. En el Nuevo José Zorrilla fue pez en el agua, quizá, donde más rindió. No es extraño que el fútbol le haya vuelto a traer a orillas del Pisuerga, desde este lunes veinticinco de enero hasta finales de junio.
Por el camino le pasó lo que en la película a Nemo. Primero un poco, cuando se acercó al bote llamado Getafe. Luego, mucho, cuando fue seducido –que no capturado– por el fútbol indio. Y aunque entretanto hizo un amago de escapar de aquella pecera, con sus meses en Eibar, retorna ahora después de que Carlos Suárez y Braulio Vázquez sean Norman y Dory.
Lo cierto es que, aunque haya pasado el tiempo, y ya decoración de la pecera sea bien distinta, no le costará adaptarse. Por más que guarde detractores, es tal el recuerdo que dejó que mucha gente le seguirá queriendo. Y será un capitán sin brazalete, alguien con ascendencia, con veteranía, que más que nadar remará por el bien común.
Aquel centro del campo
Sigamos con los refranes. Dice uno que cualquier tiempo pasado fue mejor, y seguramente en este caso sea verdad. Con 35 años, no se podrá pedir milagros a un jugador que hacía de su físico su mayor virtud.
A esa unidad y jerarquía se le sumará su alta competitividad, que dará calidad a los entrenos y tratará de no desentonar cada vez que juegue, partiendo, se supone, de un rol secundario (coincide su fichaje con el punto álgido de la sociedad Rubio-Leão, quizá de siempre).
Sin embargo, es inevitable recordar tiempos pretéritos, en los que él y Álvaro Rubio eran titulares en un equipo sorprendentemente ascensor, el de José Luis Mendilibar y el de los récords. Alcanzó en aquella época, como blanquivioleta, su plenitud y madurez, junto a aquel con quien de nuevo compartirá vivencias.
En aquella histórica temporada 2006/07 jugó 37 de los 42 partidos ligueros. De sus 2.545 minutos, 2.016 fueron junto al riojano, el equivalente a 22’4 envites y nada menos que el 79’2%. Juntos, formaban un centro del campo rocoso, bregador y pragmático, capaz de catapultar a un equipo que contaba con mucha calidad delante, algo que, salvando las posibles y/o evidentes distancias, sucede de nuevo en la actualidad.
Borja era el guardaespaldas, y siguió siéndolo en los cursos siguientes. En el primer año en Primera le costó un poco más serlo, ante la presencia de Vivar Dorado en el plantel. Y así, en liga dispuso de 1.497 minutos, repartidos en 31 apariciones. Hicieron pareja durante 1.214 minutos, el 81’1% de los minutos del hoy retornado, que sustituyó cuatro veces al logroñés.
En la 2008/09, aun sin ser indiscutible, el gallego recuperó la titularidad. Haris Medunjanin se sumó a la rotación, lo que no obstó para que jugara 1.934 minutos repartidos en veintinueve partidos. De nuevo, con Rubio como principal acompañante, en 1.695 minutos, un 87’6% de los totales. Asimismo, entró en una ocasión en sustitución de su habitual compañero de fatigas.
El la campaña 2009/10, su última, la del descenso, Borja volvió a actuar en 31 ocasiones, si bien los continuos problemas de Álvaro Rubio disolvieron prácticamente su sociedad y solo estuvieron juntos en 828 de los 2.484 minutos que Fernández disputó, por lo tanto, un 33’3%.
Pese a esta cuestión, si uno suma el total de las cifras ofrecidas, verá cómo Borja y Álvaro Rubio jugaron juntos en la primera etapa del primero en el Real Valladolid durante 5.753 minutos, prácticamente el equivalente a 64 partidos (63’9). Aunque el ourensano se fue al Getafe habiendo jugado 128 encuentros ligueros, sus 8.460 minutos son igual a 94.
Dicho de otro modo: la primera estancia de Borja como blanquivioleta no se entiende sin el gran capitán a su lado, una cuestión que cambiará o no en función de los designios de Miguel Ángel Portugal. Lo que está claro es que, pese a las novedades, pese a los muchos cambios que la plantilla ha experimentado, el ya nuevo-viejo jugador del Pucela se sentirá otra vez como si esta fuera su casa; como pez en Valladolid.