Un Real Valladolid incapaz sucumbe por la mínima ante el Girona en un partido sin fútbol, con sabor añejo

Año nuevo, vida nueva; dicen. En el caso del Real Valladolid, sí y no. Sí, porque comienza cambiando las sensaciones y los resultados del final del viejo. Y no porque lo ofrecido en Montilivi ante el Girona suena a añejo, a lo que dejó la práctica totalidad de 2015. Vaya, que nuevo, eso, a medias; más bien, debería decirse ‘año nuevo, fantasmas que vuelven’.
Aunque trataron de amasar el esférico, los blanquivioletas se sintieron desde el inicio incómodos por la elevada presión rival, que llevó a los de Machín a recuperar muchos balones, muy rápido y, bastantes veces, en posiciones de riesgo para la defensa visitante, que sintió el peligro, de buenas a primeras, sin resentirse.
Porque no recibió gol, claro. Porque ocasiones sí recibió. Así, Mata se topó con el palo a los diecisiete minutos, y veinte más tarde un disparo de Jairo chocó con Marcelo Silva, se envenenó y casi termina alojado en la puerta de Kepa. El guardameta vasco debió emplearse a fondo poco después para evitar el gol de Eloi. Antes del descanso, Mata volvió a intentarlo, pero esta vez el tiro dio en el lateral de la red.
Las cuatro oportunidades locales no hallaron respuesta vallisoletana. Ni tan siquiera se puede hablar de atasco; el Pucela no llegó ni a activarse.
Diego Rubio fue una sombra de Rodri, con la salvedad de que acabó menos veces en el suelo. Óscar, que había probado antes del partido para ver si estaba en condiciones de jugar, o no lo estaba o no lo pareció. En alguna ocasión bajó a recibir, como para justificar la probatura, incluso más allá del centro del campo, donde Leão estuvo inoperante y Álvaro Rubio incapaz, pero lo hizo para nada. Y las alas tampoco aportaron.
Entre el tedio, el empate al descanso fue el menor de los males, revertido en una decepción mayor aún cuando, a los tres minutos de la reanudación, Jairo marcó. Coris y Eloi, siempre activos, combinaron por el costado derecho del ataque catalán y el segundo puso un servicio al segundo palo, donde el sevillano, solo, remató de un testarazo a la jaula.
La reacción por parte del Real Valladolid fue nula. Siguió pasivo, sin juego, y lo que es peor, también sin alma. Y tampoco la entrada de Timor y de Guzmán sirvió no ya para avivar, sino para encender la llama. No hubo estímulo ni reacción, ni siquiera provocado por el llamativo peinado del valenciano.
‘El Espartano’ lució un corte indio, que se ajusta a lo que en ocasiones hace sobre el césped, pues lo único que hizo fue una amarilla a destiempo. Lo que es fútbol, ya tal, que diría el otro, aunque tampoco se le pueda culpar, dado que sus vicios y virtudes son de sobra conocidos. En fin; que eso, el fútbol, brilló por su ausencia incluso cuando el Girona se replegó y dejó dominar.
Y, en el tramo final del envite, los de Portugal casi caen en la trampa, ya que lo que querían los de Machín era que el Pucela diera un paso más hacia adelante para cogerle en un renuncio al contragolpe. Así, mientras los visitantes no dispararon una sola vez entre los tres palos, los locales dispusieron de oportunidades varias para hacer el segundo.
Las mejores ocasiones, tímidas todas, fueron para Villar, con un disparo que golpeó en la parte externa del poste, un remate de Rubio propiciado por una dejada de ‘El Duende de Aroche’ y otro de Samuel tras un centro de Timor. Por contra, las del Girona sí fueron francas, y así, Kepa evitó el dos a cero hasta tres veces seguidas en los diez últimos minutos. Mata, incluso, llegó a marcar, pero el gol fue anulado por fuera de juego.
Sigue de esta manera siendo Montilivi territorio comanche –y no solo por el peinado del ínclito– para un Real Valladolid que volvió a ver a los fantasmas del pasado; que se topó de nuevo con su imagen más pobre. Siquiera otras veces pecó de inocente o de torpe, pero tuvo fe. No así esta, siendo, con todo, la derrota más que merecida.
Lo bueno, si acaso, es que este martes vienen los Reyes, y si bien se ha merecido carbón, cabe recordar que el mercado de fichajes se enfila con 400.000€ con los que intentar salvar la mediocridad, en la medida de lo posible. Si los magos no son capaces de hacer honor a su segundo apellido, quizá a medio plazo lo único que quede será ir pensando ya en la reconstrucción. Ojalá que no.