El fútbol es algo maravilloso. Persigue milagros curiosos por donde quiera que va, sabiendo que en cualquier lugar puede darse uno. En cualquier rincón puede surgir un talento inesperado. En La Seca, municipio de la provincia de Valladolid, Eusebio Sacristán acostumbraba a jugar con un balón contra los muros de sus casas. En las calles del pueblo, Eusebio soñaba en redondo. De esas calles y plazas al José Zorrilla, en realidad pasaron pocos años. De soñar con la gloria a jugar frente a sus amigos, familia y vecinos. Eusebio logró el primer milagro.
El equipo blanquivioleta pudo disfrutar del fútbol de Eusebio durante cinco años, desde su debut en 1982 a su primera salida del club en el verano de 1987 en dirección a Madrid. En esos años, no solo fue parte de uno de los mejores Real Valladolid de la historia (ganando la Copa de la Liga en el 84), sino que logró colarse entre los centrocampistas más completos y creativos del club en toda su trayectoria. En el Vicente Calderón, el centrocampista logró una subida de escalón más que llamativa, pero su fútbol no se vio recompensado por el estilo con el que jugaba como colchonero. Ese año, sólo pudo disputar 32 partidos. Eusebio tenía 23 años y seguía soñando con poder sentirse clave en la medular. Y entonces llegó Cruyff. Eusebio iba a ver cumplido el segundo milagro.
De ser un centrocampista secundario en un equipo que no entendía como él el fútbol a formar parte de la historia de uno de los mejores clubes de la historia de este deporte. El FC Barcelona quería, en 1988, dar un giro a su realidad. Y se iba a fijar en Eusebio para intentar apuntalar su capacidad para dominar en el centro del campo. La realidad del equipo, más que propicia para Eusebio, logró hacer ver al jugador de La Seca que en el club catalán se hablaba su mismo idioma. Como en Valladolid, su llegada al equipo logró hacerle participar en el mejor hito de esos años para el Barça. En 1992, no solo participó en la final de la Copa de Europa contra la Sampdoria, sino que fue el jugador que provocó la falta que convertiría Ronald Koeman en la primera ‘orejona’ del Barcelona.
De ahí pasó al Celta en 1995. Fueron solo dos años, en los que el centrocampista se ganó el cariño de los gallegos. Pero su cabeza volvía a estar cerca de su gente. De Valladolid, de La Seca, del José Zorrilla. El equipo blanquivioleta lo recibiría con los brazos abiertos dos años después, para vivir otra de las grandes épocas de la historia del equipo, pero esta vez como un gran veterano, ganador, experimentado. Un nuevo líder para que un Valladolid en plena ebullición siguiera viviendo el impacto de un trabajo bien hecho y referencia en esos días. La vuelta a casa fue más que necesaria para despedirse como siempre quiso. Ante los suyos, ante sus amigos y familia. Ante el equipo en el que consiguió el milagro de convertirse en futbolista profesional a pesar de las dudas y las dificultades.
Eusebio no consiguió el tercer milagro de su vida por volver al Pucela, ni por convertirse luego en entrenador en banquillos como el de la Real Sociedad, el Celta o el Girona. Tampoco por serlo en el Barça Atlétic. El tercer y último milagro de Eusebio Sacristán logró cumplirse tras recuperarse de una caída durísima de la que salió con sus amigos y familia, con la dignidad, el pundonor y la valentía que siempre le caracterizó, tanto dentro como fuera del césped del José Zorrilla. Levantándose y siendo ejemplo de lucha, de integridad e incluso de humanidad, con una fundación como la que lleva su nombre, siendo principal valedor de un viaje en el que este último milagro no es, ni mucho menos, el paso final.