El Deportivo Alavés vence a domicilio a un Real Valladolid que se rompió luego de la expulsión de Nacho al llegar el primer cuarto de hora de partido
Puede que las nubes que sobrevolaban el estadio José Zorrilla en los instantes previos al inicio del partido fuesen un presagio de lo que estaba por venir. Puede que el inicio de una lluvia que casi no cesó en los noventa minutos de encuentro sirviese para sumar dramatismo a la trágica historia que acontecía. Puede, simplemente, que la meteorología constituyese un mero añadido al Halloween por adelantado que sufrió el Real Valladolid durante esta jornada del domingo. Aunque más allá del tiempo que tiñó de grisáceo el panorama, lo que está claro es que los chicos de Sergio González naufragaron en medio de una tormenta que azota al Pucela con virulencia. Victoria para el Alavés, los blanquivioletas que siguen sin ganar y que se hunden más en el pozo.
El duelo era de alta tensión, como bien lo había definido un Sergio González que acabó el cruce con gesto entre el enfado y la preocupación, quizá por ser consciente de la gravedad de las circunstancias. La consigna, pues al estilo Luis Aragonés, porque solo valía ganar, ganar y ganar, cosa que también tenían clara los alaveses. Dos novedades, reflejo también de la intencionalidad ofensiva de los vallisoletanos: Weissman y Janko, titulares. Y a darle velocidad, que ya está bien eso de verlas venir, a la expectativa de que las cosas salgan como por ciencia infusa o por pura fortuna. Hace tiempo que a los de Zorrilla no les toca la lotería. Y eso que en el presente partido el equipo compró un par de boletos. Ni con esas.
Los primeros quince minutos fueron una delicia. Oye, oye, que la cosa funciona. ¿Y Janko? Pues como Pedro por su casa, imprimiendo agresividad al juego y llegando a línea de fondo. Conexión Suiza – Chile entre el lateral y Orellana. Y Toni que también se sumaba a la fiesta, pues suya fue de una de primeras oportunidades del enfrentamiento, precisamente a pase de Janko, a lo que el murciano respondió con una brillante media vuelta. Los de Pisuerga dominaban y la lluvia casi que favorecía, ya que aumentaba el ritmo del juego. Todo según lo previsto.
Cuán caprichoso es el destino, sin embargo, que pasado el primer cuarto de hora sucedería una acción que daría totalmente la vuelta a la tortilla. El Alavés, que apenas había intervenido con algún centro de peligro de Edgar Méndez por la derecha, vería cambiar su suerte a razón de otro error defensivo del Pucela (cuantos van ya), que marcó el inicio de una concatenación de infortunios, VAR incluido, y que concluyó con un penalti pitado y una expulsión que descuajeringó los planteamientos del Real Valladolid y condenó a este último a una caída en picado. Fue al llegar el minuto 17, después de un fallo en el despeje de El Yamiq, cuando Nacho derribó en el área a Lucas Pérez justo antes de culminar el uno a uno contra Roberto. El VAR, además, dictaminaba que la cosa requería una sanción aun mayor. Y ahí que fue el colegiado, luego de reajustarse un pinganillo que parecía no resistir bien al caer de las gotas, para enseñar la tarjeta roja al madrileño, que ya en el vestuario vería como el delantero babazorro lanzaba su disparo al larguero. Y menos mal, porque, de lo contrario, el desastre podría haberse adelantado.
Con la roja vino el baile de piezas y Carnero entró por un perjudicado Weissman al que los aficionados pucelanos aún no han visto brillar, probablemente porque el sol hace bastante que no sale por la meseta castellana. A partir de ese momento, los blanquiazules tomarían las riendas del partido arrinconando a un rival que se acogió a la fórmula de salir a la contra a ver si hay suerte y a intentar aguantar el paso de los minutos. La cosa no pintaba bien y no habría que esperar mucho para comprobarlo. Pasada la media hora, una fantástica combinación entre Peleteiro, que le puso un caramelo en la olla a Lucas Vázquez, terminaba con un fantástico gol del asturiano que gritaba con furia para redimirse del penalti fallado. El videoarbitraje, sin embargo, determinaría que antes de iniciar la jugada había fuera de juego, con lo que el tanto quedaba anulado. Y hasta ahí llegó la suerte del Real Valladolid, que se iría los vestuarios con la camiseta empapada, a sabiendas de que el chaparrón aun se antojaba largo y costoso.
A poco de empezar la segunda parte, de hecho, Tomás Pina asestaría el golpe mortal a su oponente al culminar otra genial acción de Peleteiro, de los mejores del choque, y abrir la lata en un Zorrilla donde solo quedaba rezar para que la cosa no fuese a más. Roque Mesa y Marcos André entraban a un césped ya encharcado para intentar poner algo de inventiva, si bien lo que ocurriría es que el Pucela acabaría disolviéndose bajo la lluvia, como un terrón de azúcar en un vaso de agua. Fue entonces cuando comenzó el festival de un Lucas Pérez al que solo le faltó la diana, y al que los palos, primero, y Roberto y El Yamiq, después, amargaron una fiesta que no fue tan mala puesto que los de Machín se llevaron los tres puntos.
La sentencia a un partido que desde el primer tanto visitante había estado dominado en absoluto por un solo vestuario, salvedad de algunas acciones aisladas del recién entrado Marcos André y algún centro sin sentido desde la banda, llegó en los instantes finales gracias a un chicharro de Borja Sainz que acababa de entrar al campo acompañado Martín Aguirregabiria y Manu García. El VAR, que tuvo harto trabajo, como puede comprobarse, daría el «ok» al 0-2 definitivo, que, con el pitido final, enviaría a las duchas a dos clubes que llegaron en condiciones similares, pero que acabaron en situaciones bien distintas. El Real Valladolid naufragó en medio de un chaparrón que amenaza en convertirse en huracán. El cielo, que comenzó un ligero gris, es ya negro por la capital del Pisuerga. Paraguas y chubasquero, amigos, por lo que pueda venir