El Real Valladolid, que rescató un punto gracias a un penalti dudoso convertido por Guardiola, aplaza su victoria en la Liga después un partido en el que solo brilló Toni Villa
Pasó una nueva jornada para el Celta y Real Valladolid como una tarde de domingo pasa sin trascendencia por el calendario. El último domingo de septiembre, siempre algo aciago, pues el octubre huele a otoño, a lluvia y a frio helador, se cerró con un empate a uno y la sensación del que espera una comida interesante, perfectamente aliñada, y se encuentra con un plato ramplón, al que hay que añadir a mayores un poco de sal y pimienta. Ese aliño, la sazón y el plus que requiere un bocado para distanciarse del almuerzo mundano de todos los días, fue lo que le faltó al partido en Pisuerga correspondiente a la tercera jornada de la Primera división.
La jornada comenzó con brío, arrojando rayos de luz como los que bañaban los laterales del Zorrilla. La alineación de González, protagonizada por un doble lateral izquierdo que permitía liberar a Toni Villa, con el brazalete y la responsabilidad del capitán, auguraba un equipo más valiente y ofensivo que el de citas pasadas, aunque pronto se tornó plano y aburrido.
El juego del Pucela, que podría describirse como «funcional», puesto que sirve para salir del paso y para rascar algún punto jornada tras jornada, se vio como de costumbre limitado por las cadenas de los requisitos defensivos y la falta de un creador de juego que, a excepción del citado Toni, que no es tal (cierto es que fue el que más «chicha» le puso al asunto), impide la fluidez en en juego de ataque y la creación de ocasiones claras de peligro. Pobre Guardiola, que pensarían muchos. Normal que se ría cuando pitan un penalti. Es de las pocas veces que se ve solo contra el guardameta.
Los centros un tanto imprecisos desde la banda de Orellana y las internadas de un Raúl Carnero que se vio perjudicado por esas dichosas cadenas, antes mencionadas, impidieron a los de Sergio entrelazar demasiadas jugadas con criterio, si bien el Celta tampoco causaba demasiado peligro.
Ocurre, empero, que en este tipo de partidos tan difusos e inconcretos cualquier cosa puede pasar. Y quiso la fortuna que el tiro de Denis Suárez se fuera por encima del travesaño tras una jugada que permitió señalar a uno de los que menos acertado estuvo en todo el enfrentamiento, el recién llegado y ex granota Bruno González. Era el minuto diecisiete.
El resto de la primera parte fue más bien un quiero y no puedo de ambos conjuntos que se embarraron en la pelea por el control del balón. Emre Mor se llevaba la tarjeta amarilla al filo de la media hora por un planchazo a Fede San Emeterio, quien tampoco tuvo su mejor día. Y ya van «un puñao», como dirían por la tierra de su antiguo vestuario. Toni Villa seguía siendo la mejor alternativa y los únicos chispazos de sabor en un insípido festín. Festín que vino a alegrar el «xenio» de Iago Aspas, con un golazo justo antes de llegar al intervalo, de esos que hacen querer ver la jugada repetida para comprobar que sí, que efectivamente el remate era posible, por mucho que a priori no lo pareciese. El gallego abría la lata. Un disparo sin ángulo sacado absolutamente de la nada. Para enmarcar.
Las permutas en la segunda parte dieron entrada a Pablo Hervías, por parte del Real Valladolid, y a Brais Méndez, por parte de los visitantes. El Pucela seguía siendo algo ligeramente superior y durante los primeros veinte minutos, quizá por el tiempo de descanso en la caseta y la charla motivadora del entrenador, el banquete parecía añadir algo de gusto, así como el que enjuaga su boca con una buena copa de vino que hace que todo pase y den ganas de más. Un tiro al larguero de falta de Nacho Martínez fue el preludio del penalti o, mejor dicho, «penaltito», que convirtió Sergi Guardiola antes de encarrillar los últimos veinte minutos. El disparo del ariete ponía el empate en el marcador, el cual no se movería a pesar de los intentos de sendos técnicos, que darían entrada a San Mina por Nolito y Araujo por Beltrán, y a Plano por Toni Villa. Sin este último, las luces se apagaron definitivamente.
El cuadro vallisoletano, que sigue sin poder ilusionar, prorrogó así una semana más su estreno con victoria en Primera y permitió a los celestes de Óscar García sumar un punto que también se antojaba algo soso, como un descafeinado de madrugada o como un tentempié de aeropuerto. La tarde tristona de fútbol de este último domingo de septiembre se marchó como vino y dejó tras de si un encuentro sin sal ni pimienta. Lo único, el berrinche final del goleador Aspas, que pensando haber recibido una falta, agarró el balón con las manos, con la correspondiente sanción a él y a uno de los miembros del cuerpo ténico. Se quedó en eso, en un mero berrinche.