Un paradón del guardameta del Real Valladolid al tiro de penalti de Aspas logra un punto para un Pucela demasiado tímido al ataque

Quiso Jordi Masip que el partido de este miércoles ante el Celta se cerrase con un reparto de puntos y con «tú a tu casa y yo a la mía», que aquí no ha pasado nada.
Y cierto es que no pasó nada durante buena parte del encuentro, que retrató a dos equipos que tuvieron más miedo que vergüenza, o igual las dos cosas, porque en ningún caso se acercó a lo que se espera de un duelo por la permanencia.
El Real Valladolid tiene grabado lo de las líneas bien juntitas y aprovechar las que se tengan, y podría ser un plan perfecto, de no ser por que tiene de ocasiones lo mismo que el José Zorrilla de cálido en invierno.
Bien sea porque a Toni se le nubla la vista cada vez que pisa área o porque el tanque de la gasolina se gasta entero en defensa, lo cierto es que para que los blanquivioletas consigan un tanto tiene que ocurrir, lo menos, un milagro.
No quiere decir esto último que los locales estuviesen mal, que no lo estuvieron, mas lo que pretendía ser un cruce de esos con barro en las espinilleras y pulmón a pleno rendimiento se quedó en un entretiempo, que, de no ser por el guardameta catalán, hubiese tenido un final más amargo.
La estrategia de las líneas bien juntitas funcionó; mejor en la primera parte, que todo hay que decirlo. Aspas nada de nada (que malo es eso de bailar Joaquín), y Rafinha, más de lo mismo, con algún peligro desde la esquina o a balón parado, pero sin lograr imponer un ritmo entrecortado, y no precisamente por las pausas de hidratación, que todavía no está la cosa como para correr varios minutos sin meter un poco de refresco al gaznate.
También ocurre que en Valladolid se empieza rechazando los tres puntos y según avanzan los minutos se opta por el «mejor algo que nada». No es fácil mantener el plan defensivo los noventa minutos y a partir del intermedio se vio que al Pucela tendría dificultades para mantener la igualada. El Celta le metió otra marcha y, claro, la cosa se complicó.
Olaza empezó a tomar protagonismo y a Salisu ya se le multiplicaban las fugas. Balón por aquí, balón por allá, un fallo de Míchel y Aspas que da el primer aviso. Masip se estira cual gato. Hay que calentar las manoplas. Vaya si hacía falta. Denis Suárez que entra y el partido que se le va de las manos. El Valladolid se aplica el cuento. San Emeterio, que si líneas juntas y un déjà-vu llamado Butarque. Tocaba sufrir.
Llega el minuto setenta y hay córner a favor de los visitantes. La mano de Alcaraz, que, a falta de público, estaba claro que no era por estar jaleando a la grada, lleva la bola al punto de once metros. Masip pone el pie en la línea, que ya se han repetido muchos penaltis en Zorrilla. Aspas coge carrera y el meta vuelve a vestirse de felino. Paradón. Paradón. Paradón. Quiso Jordi Masip que el partido no quedase en tablas.
A falta de que el mini-infarto despertase al Pucela, los veinte minutos restantes fueron una repetición de incongruencias, por parte de un tedioso Real Valladolid, y un toque más de picante —pero nivel pica-pica de quiosco— por parte de un Celta que tampoco estuvo a la altura de lo esperado. Total, que cero a cero y porque quiso Masip. Lo bueno es que el calendario da otra prueba en escasos tres días. A los de Sergio les toca el Atleti.