El Real Valladolid–FC Barcelona fue un partido inolvidable que desató la pasión por el balompié de un joven que vivió el encuentro, junto a su padre, en el estadio José Zorrilla

El Nuevo Estadio José Zorrilla celebraba inmenso un apasionante partido de fútbol. Era 16 de abril de 1997. El olor a cerveza, humedad y césped conjuntaba con el sonido de la multitud, animando a sus colores y jaleando a sus jugadores, que ya sudaban en el campo durante los minutos de calentamiento.
Un padre y su hijo llegaban al estadio pronto, porque el muchacho deseaba ver a sus ídolos desde cerca, todo el tiempo que fuera posible. Jugaba el Real Valladolid contra un FC Barcelona que no ganó esa liga, quedando segundo tras el Real Madrid de Fabio Capello. En ese 1997, Vicente Cantatore era director de orquesta de un Pucela histórico, con figuras perennes como Peternac, Torres Gómez, Víctor o César Sánchez.
En ese partido, para ese muchacho, aún los números importaban poco. Hacía dos años que su hermano le había regalado un vetusto videojuego de fútbol. Además de suponer la primera dosis obsesiva de fútbol táctico y estadístico, supuso para este muchacho su saque de centro particular en ese deporte.
Con esos primeros toques el pequeño había encontrado un amor que difícilmente abandonaría ya. Todos esos recuerdos convergieron ese día de abril en un conglomerado de emociones que le llevaron a disfrutar y grabar cada momento que vivió entre las gradas de ese estadio. Y con ello, no olvidarse jamás de la figura de su acompañante, que lo había hecho posible.
El padre del muchacho se había criado con fútbol, aunque desde joven siempre le habían atraído más los guantes de boxeo. Llegó a ser preolímpico sin llegar a los 20 años y consiguió ganarse el respeto de los que con él competían. Tras años como boxeador amateur, se casó y tuvo familia. En el equipo de su barrio entrenó muchos años a quienes querían jugar cada domingo al fútbol. Su apodo, Terry, le venía al pelo, por el célebre entrenador que dirigía por aquel entonces al FC Barcelona. Su fútbol llegó a sus hijos, que bebieron de ese sentimiento.
Uno de ellos, el menor, aún hoy ve fútbol en el sofá mientras su padre chuta y grita instrucciones. Aunque ya no huela a la tierra en la banda de ese campo de barrio ni ayuden sus instrucciones a completar una jugada de gol. Ese muchacho, que sigue disfrutando del fútbol junto a su padre, sentía ese 16 de abril del 97 la misma afición que sentiría él cuando vio por primera vez a tantos ídolos en el viejo Zorrilla. En esa unión, en ese traspaso, nace la magia de este deporte. Esa tarde de abril el Real Valladolid y el Barcelona jugaban en el estadio pucelano para alegría de un padre y su hijo. Y como ellos tantos otros, o al menos eso quiero pensar. Por poder compartir ese sentimiento tan distinto de sentarse en un frío estadio mientras se vuelve, poco a poco, más y más caliente con los minutos de juego y los cánticos de aliento.
El resultado fue lo de menos, realmente. Un 3-1 a favor de los locales. De ese equipo de la ciudad que supo doblegar a un Barça brutal, con Ronaldo Nazário en sus filas, marcando el único gol culé, junto a estrellas como Guardiola o Stoichkov. Fernando y Víctor, por partida doble, rubricaron un resultado de ensueño para un Pucela crecido. De ese día no conservó la entrada. Solo guardó el recuerdo y la bufanda que su padre compró tras el duelo, que le acompañaría ya siempre. Aún hoy me siento a ver partidos junto a él, que vive con pasión y huele, desde el sofá, el sudor de los que entrenó, y sé que disfruta de la compañía del hijo al que llevó a conocer a sus ídolos, ese día en el que lo acercó un poco más a una pasión que ahora se ha convertido en su vida.
Por él y por esa inutilidad evidente de mis pies para poder siquiera ser un decente jugador, como también decía el gran Galeano, escribo sobre fútbol. Él, mi padre, me regaló enamorarme de mi sueño. Hay quien dice que el fútbol no es más que un deporte en el que veintidós personas pugnan por un balón. Yo a quien dice eso le afirmo que jamás ha sentido lo que es de verdad este deporte. Que no ha visto más allá del juego, de todo lo que transmite y alimenta. Que no se cruzó nunca con el camino de las familias hacia el estadio. Que no ha conseguido, como yo, ver un partido al lado de mi padre…