Mario camina con paso firme. Se ha puesto su uniforme de gala: su camiseta del Real Valladolid con la bufanda al cuello. Ha salido de casa con tiempo suficiente para dar un paseo hasta la parada del autobús. Parece mentira: antes de todo esto, caminar más de cinco minutos se le hacía un mundo y, ahora, aprovecha la más mínima oportunidad para echar a andar.
Unas calles más arriba, Laura se prepara para subir al José Zorrilla. Lleva toda la mañana dando vueltas por su pequeño apartamento. Ella, que ha visto al Pucela tocar la gloria y caer a los infiernos, jamás se había imaginado una situación así. Está nerviosa y no ve la hora de dejarse la voz mientras suena el himno.
Ya en el autobús, Mario ve a la gente distinta. «¿Será verdad que toda esta situación nos ha hecho mejores?», piensa. Hasta el señor del transistor, que siempre subía refunfuñando, le ha dedicado una sonrisa y ha intercambiado con él un par de palabras. «Me gusta el once, creo que ese muchacho del filial nos va a dar muchas alegrías», comenta, y Mario no puede creer lo que está oyendo.
En los aledaños del estadio, el ambiente ha sido el de las grandes citas. Jamás se había visto un recibimiento con tanta gente. Mientras aferra la mano de su nieto, Laura piensa que no ha podido escoger mejor día para llevarlo por primera vez al fútbol. El pequeño mira asombrado todo lo que sucede a su alrededor. Aún no lo sabe pero, dentro de unos años, ese será el mejor recuerdo de su infancia.
Poco a poco, las gradas se van llenando. Mario saluda a sus vecinos de asiento y descubre a un nuevo compañero. Es Lucas, el nieto de Laura, que mueve una bandera que casi es más grande que él. La abuela sonríe orgullosa, aunque en sus ojos se nota la tristeza al ver que Manolo, su fiel acompañante durante tantas temporadas, no animará más con ellos. «Este maldito bicho se lo ha llevado», le dicen desde un par de filas más atrás.
El niño continúa agitando su bandera hasta que los jugadores saltan al césped y la gente se pone en pie. «Banderas blancas y violetas, voces que cantan goles y gestas…» Mario y Laura se miran, incapaces de reprimir las lágrimas, como tantos otros entre los más de 25.000 aficionados que no han querido faltar a la cita.
El balón echa a rodar mientras la fiesta continúa en la grada. No faltan los aplausos, los cánticos e incluso las protestas si la decisión del árbitro no complace a la afición. A falta de diez minutos para el final, el Real Valladolid marca y el tiempo se detiene. Mario y Laura se funden en un abrazo, de esos que durante tantos días han estado prohibidos. El pequeño Lucas los mira extrañados. «¿Por qué lo has celebrado así, abuela», pregunta. «Porque los goles que vendrán, con los que tanto habíamos soñado, son ya una realidad».