Quién nos lo iba a decir. El mundo al borde del colapso, en una situación sin precedentes y que, de momento, empeora día a día en nuestro país, y muchos lo que más echamos de menos es el fútbol. Qué digo el fútbol, el deporte en general. Algo parecido a una pelota, un balón o un volante. Si esto lo lees en voz alta suena incluso más egoísta. Los seres humanos somos así, egoístas.
Se están muriendo personas a lo largo y ancho del planeta. Tu madre se arriesga todo los días a infectarse, y a infectarnos, porque tiene que ir a limpiar una clínica privada. Tu hermano está teletrabajando desde su casa en Madrid y es enfermo crónico, uno de los grupos de riesgo para este COVID-19 maldito. Y yo, maldito, pensando en el puto fútbol. En esas estamos.
Quizá, el ser periodista deportivo podría exculparme una pizca de la cascada de críticas que recibiría si esto se publica en Marca o AS, pero en verdad no. No tiene perdón. Si ya se te hace largo cuando tu equipo pierde un viernes, y no juega hasta el domingo de la semana que viene, imagínate esto. Pero al final ‘solo’ es fútbol: un juego que se ha introducido en nuestras vidas como el oxígeno imprescindible que recorre el riego sanguíneo y es, por tanto, vital de necesidad. Porque que me pregunte yo en medio de este caos cuándo voy a volver a ver a mi equipo del alma saltar al terreno de juego, tiene delito. Que lo haga mi madre, que está arriesgando su vida día a día por un salario mal pagado pero tiene tiempo para preguntarse cómo se va a resolver el descenso en Primera si no se puede reanudar LaLiga, no la deja en mejor lugar. O mi hermano, por el que cruzo los dedos y deseo con todas mis fuerzas que este virus pase de largo sin mirarle, que me despierta con este mensaje: «Vengaaa Damián, que hay novedades en el deporte».
Tal vez no es el fútbol lo que más nos preocupa y sí la excusa a la que agarrarnos. Porque cuando entremos al estadio, recordemos el olor a césped y ruede el balón, todo esto, ya habrá pasado.