Anuar, símbolo del Real Valladolid, repetirá el camino del que abandona, valiente, su hogar
Si llegara el caso en que tuviera que darle alguna recomendación a Anuar, esta sería que en la maleta siempre hay poco de todo, salvo de ropa interior. Quiero decir: quizás sea lo más imprescindible, pero por esa misma razón no va a tener problemas en encontrarlo rápido y en cantidad, también en Grecia.
Poco más que eso y desearle suerte al que considero el verdadero estandarte de la auténtica afición del Real Valladolid. Lo digo sin tapujos, pero también con el convencimiento de no hallarme equivocado. Anuar ha sido hasta el día de hoy el ejemplo para todas las categorías inferiores y una vez que arribó el primer equipo -no sin antes verse totalmente fuera y tras muchos sacrificios- siempre ha sido el capitán que muchos hubiéramos deseado. Quizás no tendría por qué haber sustituido a Moyano en eso de portar el brazalete, pero sí parece incomprensible que no fuera uno de los tres o cuatro capitanes de la plantilla cuando, recordemos, es quien más años lleva en este club.
En cualquier caso, repito que poco más se puede decir a alguien cuando se marcha si no es la primera vez que lo hace. No debemos olvidar que para llegar a Valladolid tuvo que dejar su Ceuta natal a una edad mucho más complicada que la suya actual, por no hablar de que su situación ahora es mucho mejor que la de entonces (al fin y al cabo, es ya un futbolista profesional y cobra como tal).
Sin embargo, su partida y los comentarios surgidos tras la elección de su destino sí me invitan a la reflexión. Es curioso observar cómo hay a quien le sorprende que haya preferido marcharse fuera, al Panathinaikos, antes que a un Segunda División en España. No conozco a Anuar más de lo que le pueda conocer cualquiera aficionado del Real Valladolid, pero sí que sé que aquellos que lo han tenido complicado y han superado diferentes situaciones no dejan de marcarse nuevos retos. Les va en el ADN. El ceutí es así y conoce lo que es cambiar drásticamente de contexto.
En la educación superior británica, existe la tradición de que los alumnos desarrollen un año de sus estudios en el extranjero. Muchas veces, por y para la experiencia vital inherente a la evolución como persona más que por la ampliación de conocimientos exactos sobre el campo que estudian. El caso del mediocentro a préstamo ya en Grecia no me parece tan alejado de este concepto.
Como punto final, solo cabe añadir que las decisiones que comportan una salida de la zona de confort siempre me han parecido dignas de alabanza. Anuar no se va a ganar millones como si de un retiro profesional se tratara, se marcha con la dura tarea de convencer allí y aquí, y tendrá que saber que todos los réditos que obtenga fuera pueden servir de nada una vez vuelva. Y entonces, igual, le toca meter más calzoncillos en la maleta.