Los blanquivioletas fueron inferiores a los locales en todo momento y remaron a contracorriente sin posibilidad alguna de conseguir algo positivo

Foto: LaLiga
El Pucela perdió en Mendizorroza contra sí mismo. Sin ir más lejos, se inmoló. No hay que restar méritos al Deportivo Alavés, pero los chicos de Sergio González lo hicieron casi todo en la victoria local por 3-0. Nunca apareció el Real Valladolid reconocible y que, exceptuando la segunda parte del Camp Nou, había encandilado a propios y extraños.
Porque se comenzó a remar cuando el barco ya se había hundido. Tanto que se iba perdiendo 2-0 al descanso. Cuando se reaccionó era muy tarde. Día aciago, de esos en los que no sale nada a derechas. Ni izquierdas. Toca jornada de reflexión después de este palo.
Un buen gol de los vascos marcado por Joselu suponía el primer golpe. El tanto fue del ex del Depor, pero bien podría haber sido de otros dos jugadores locales. Hasta tres futbolistas estaban en situación de recibir esa pelota. Es quizá la explicación más clara de cómo transcurrieron las cosas.
Aunque la imagen que retrató el encuentro fue el error de Masip, que terminó con el segundo tanto de los de Garitano. De nuevo un balón por alto. Todo lo peor que le pudo pasar al catalán en una jugada pasó. Tomás Pina solo remató plácidamente el esférico. Otro día ‘horribilis’ para un portero blanquivioleta en el campo babazorro. Los aficionados castellanos tuvieron a Yoel en la retina.
Incluso hubo oportunidades para que el Alavés marcase el tercero. El descanso se recibió como una buena tormenta en medio de la sequía. Dando gracias al cielo. Pero para tormenta la que se presupone que fue Sergio en el descanso. Porque su cara en el banquillo era de pocos amigos.
En la segunda parte, el Pucela mejoró. El doble cambio, con la entrada de Anuar, dando músculo a un centro del campo desaparecido y atascado, y Sandro en punta, acompañando a Ünal y Guardiola, dio otro aire al equipo. Había que exponerse y tratar de, por lo menos, acercarse al área de Pacheco.
Uno siempre se acuerda de los que no están, así que durante el transcurso del partido muchos, incluido el que escribe estas líneas, jugamos a pensar qué hubiera pasado con Joaquín en el campo. Su equilibrio y salida de pelota era fundamental contra un conjunto que presiona y encima en cada situación del juego.
La guinda del pastel
Toda atisbo de esperanza se rompió con el penalti, infantil, de Alcaraz a Duarte. La patada a la pierna del rival dentro de área fue clara y ahí todo terminó. Lucas Pérez marcó por séptima jornada consecutiva.
El cronómetro fue corriendo y se intentó minimizar daños para que el resultado no se convirtiera en una goleada sonrojante. Aviso a navegantes para el Pucela, que vuelve a comprobar que, sin estar al cien por cien, no será capaz de ganar ningún encuentro. Ni estará cerca. La esperanza es que el Real Valladolid de Sergio suele aprender a base de golpes.