Sandro, que sigue sin ver portería, lanzó a la grada un penalti que hubiese recompensado el enorme esfuerzo del Real Valladolid ante el Atlético de Madrid
No es fácil incomodar al Atlético del Cholo. No es fácil ver a este equipo torpe, fallón, lento y sin sus jugadores de arriba rondando el gol constantemente.
En definitiva, no es fácil competir contra el conjunto rojiblanco, aunque este domingo el Real Valladolid consiguió mirar de tú a tú a su rival y tuvo en su mano –en el pie de Sandro, para ser más precisos– una victoria que hubiese compensado el grandísimo esfuerzo blanquivioleta.
Sol, mosaico en la grada y una entrada espectacular. Así vestía el estadio José Zorrilla al inicio del encuentro después de congregar a su afición horas antes en sus aledaños.
Era el día. Había ganas de que jugase –y ganase– el cuadro vallisoletano. No se preveía un partido ligero. No al menos de esos encuentros en los que el minutero pasa sin trascendencia, bolsa de pipas en mano, postura cómoda y bostezo indiscreto entre jugada y jugada.
Era el Atleti, era el Pucela y era un partido de Primera División. Vamos, que las pulsaciones iban a estar al máximo. El choque correspondiente a la jornada número ocho de la Liga comenzó con dos equipos que hacían alarde de su intensidad presionando arriba y disputando todos los balones sobre el campo; algo que se tradujo en algún que otro planchazo sancionado con amarilla, véase Toni, y un codo a la cara como el que propinó Morata a Óscar Plano. Pocos amiguismos sobre el césped. La lucha por lograr los tres puntos es lo que tiene.
Tal era la concentración defensiva y los pocos espacios que se condecían sendas escuadras que los primeros minutos transcurrieron sin apenas ocasiones, donde el protagonismo se concentró en el centro del campo. Joaquín, como mediocenteo, ejercía de cortafuegos. Y Thomas, general colchonero, también achicaba cualquier atisbo de peligro.
Únicamente alguna arrancada de Morata cortada de raíz por la defensa del Pucela y alguna carrera larga de Guardiola conseguían acercar la bola al área rival. Parecía una premonición: o se rompía el partido, se abrían líneas y se movían las piezas o las únicas ocasiones vendrían a balón parado.
Fue esto último la opción elegida. Y, en concreto, favoreció al Real Valladolid. Tras un balón que peleaban en el área Thomas y Toni, Sandro, hiperactivo como siempre, se colaba en la pelea, buscaba hacerse con el cuero y caía dentro del réctángulo, aparentemente sin que ocurriese nada sancionable.
El juego continuó mientras Zorrilla alzaba la voz. El grancanario protestaba al colegiado y esté se llevaba la mano al pinganillo. Hablaba el VAR. Algo raro había ocurrido. Juego detenido. Pasaban los minutos y nadie revisaba la acción. Todo al oído del árbitro. ¿Era?. ¿No era? Había que revisar. Repetición en pantalla y… penalti. A los once metros. Sandro lo pedía: podía romper su maldición.
Foto: LaLiga
Dos años sin ver puerta pesan mucho y algún aficionado ya veía fantasmas antes de que el delantero se colocase frente a la portería de Oblak. Bien fuera por el césped, que por azar o por falta de cuidado se levantó en el momento del chut, o porque la presión sobre Sandro podía ser demasiado como para gestionarla desde la línea de once metros, lo cierto es que el balón se fue a la grada. Pena máxima perdonada y eso, ante el Atleti, es una concesión demasiado grande.
A la vuelta del intervalo se repitió el mismo guión, con dos equipos bien plantados que solo enseñaban sus fauces en algún que otro córner, como el que peinó un sobresaliente Kiko Olivas cerca del minuto cincuenta, pero que no encontró rematador en el segundo palo.
Morata seguía siendo el más activo, cuyo testigo lo recogería Correa ya cerca del final al entrar en sustitución de su compañero João Félix, desactivado, al igual que la pantera Diego Costa, durante todo el partido.
Sandro se iba a la caseta entre aplausos, consciente de que había gastado una oportunidad de oro para los suyos. Él era, en suma, el reflejo del Real Valladolid. Remar para morir en la orilla. Porque el Pucela igualó a su contrincante en intensidad y en garra y tan solo un palo del mencionado Ángel Correa dedujo un mayor repunte colchonero en los instantes finales del encuentro.
El punto conseguido sabe a poco visto lo visto. El José Zorrilla sigue sin sentirse campeón, pese a que el míster Sergio González destacase el «buenísimo trabajo» de sus pupilos. No es para menos. El Atleti no fue el de siempre y eso es, sin duda, digno de aplauso.