Real Valladolid y Atlético Osasuna igualan en el estreno del ‘nuevo’ Zorrilla en un envite en el que seguramente ambos creyeron que podían ganar

Hace ya unos cuantos años, seguramente más de lo que quien escribe cree, Miguel Bosé popularizó –o, bueno, algo así– una canción alejada de sus grandes ‘hits’, pero que seguramente si no fuera por el reggaeton podría haber sonado al término del empate entre Real Valladolid y Atlético Osasuna en sus vestuarios.
«Estuve a punto de, a casi casi nada; a punto estuve de partirme bien la cara», decía aquel denostado temazo –como tantos de Bosé, que lo saben, los ha fabricado como churros y de manera extemporánea durante toda su carrera–, y sí, eso le pasó a blanquivioletas y encarnados, que estuvieron a un poquito de ganar y, a la vez, de perder.
Se adelantaron los primeros, que tuvieron alguna que otra ocasión clara, como el testarazo de Guardiola en el arranque del segundo tiempo, aún con empate a cero, y casi lo voltean los navarros al final, en una acción de Chimy Ávila en la que salvó Masip. No es por menos que, en medio de la igualdad, los dos se pueden creer en cierta manera merecedores del triunfo.
Demostraron ambos ser competitivos y tener un plan. El del Real Valladolid, como es lógico, pasaba por hacerse grande en el ‘nuevo’ José Zorrilla, engalanado con más de 20.000 espectadores y con un área técnica más larga que un verano sin fútbol. De su presión inicial sobre la salida salió Osasuna como sabe y no le importa hacer, buscando hacerse grande a partir de Chimy Ávila, su mejor recurso, rosarino, argentino, y por lo tanto canchero en el mejor de los sentidos.
Entre que el césped –sin estar del todo mal– no ha terminado de asentarse como lo estará dentro de un mes, la ponganaquílaexpresiónquequieran de Ávila y la movilidad de Brandon, Osasuna era capaz de descongestionarse a partir de un envío para un duelo del sudamericano –participó en una veintena y salió ganador de nueve, una barbaridad– y enlazar a partir de ahí. Aprovechaba también y sobre todo el alto vuelo de sus alas y situaciones de dos para uno sobre todo por el lado de Porro, menos asistido por Plano que Nacho por Waldo.
A decir verdad, quizás las oportunidades más claras eran para los navarros, pero no transmitían los vallisoletanos malas sensaciones. Si bien el propio Waldo patinó en más de una ocasión, cogió la bicicleta y lanzó varios slalons hasta la cal. Pedro Porro, por su parte, corría por el otro costado como si hubiera elegido mejor que nadie los tacos, como quien sabe qué neumáticos escoger en una carrera de Fórmula 1. Y por dentro, el silencioso Fede San Emeterio y el más ruidoso Sergi Guardiola bregaban intentando imponer un dominio imposible por el alto nivel competitivo compartido.
El segundo periodo arrancó con un testarazo del balear desviado, después de encoger el cuello y el boca de gol, cuando el Fondo Norte amenazaba con gritar el primero sin foso. Desatinado, dejó que fuera la magia de Pablo Hervías la que hiciera vibrar de nuevo a la afición. En su primer impacto con el balón –al menos claro–, en una falta que parecía más alejada que escorada, pero desde donde había enviado el balón a la red alguna que otra vez, golpeó. Y ese toque se convirtió en caricia inesperada para Rubén, que no supo reaccionar y solo pudo agitar la mano como quien intenta sacarse de encima una abeja.
Con el centro del campo intentando dar empaque al equipo en la primera coincidencia de San Emeterio y Alcaraz en el campo y Joaquín calentando junto a Sandro, por si las moscas, Osasuna se mantuvo firme intentando no irse de vacío. No se puede decir que dio un paso adelante, porque nunca dio uno atrás; si acaso incidió en el plan. Y en estas, el Chimy Ávila, que es capaz de descargar por bajo y no solo batallar por alto, se la dio a Rober Ibáñez, que empató en una de las mayores desatenciones defensivas del Pucela (que las hubo, pocas pero llamativas, como otra en la que Salisu supo rehacerse ante el nueve osasunista).
Joaquín, que estaba preparado para entrar, dejó sus primeros minutos esta temporada por obligación, porque Sergio prefirió a Sandro, cambiando así de cara el morro torcido. El delantero canario se movió entre líneas y trató de ser revulsivo en los minutos de que dispuso, aunque poco pudo hacer, ya que Osasuna andaba en otra historia, que era en intentar vencer. Si no lo hizo fue por el paradón de Masip al Chimy –a quién si no–, decisivo para el reparto de puntos, justo en realidad, como así lo valoraron los protagonistas de ambos equipos, aunque los dos mostraron su perfil ganador. Como ese perfil es bueno, no obstante, las victorias les llegarán a unos y otros.