Carta de despedida de Jesús Domínguez de la dirección de Blanquivioletas
Mentiría si dijera que no me he imaginado este momento durante meses. Hace ya unos cuantos decidí dar un paso a un lado y dejar la dirección de Blanquivioletas. En un acto que no adivino a pensar si fue de valentía o cobardía, lo hice el mismo día de mi cumpleaños, reunido con varios de los muchos amigos que he hecho en estos años aquí. Supongo que tuvo que ver con esa manía que tenemos los gallegos de utilizar una muerte para celebrar la vida; en mi tierra, un entierro suele ser un acto social que se aproxima a los de las películas americanas. Como comemos tanto y tan bien en nuestro caso no hay tentempiés, pero sí aprovechamos el momento como de reunión y para celebrar al finado.
Creo que, para variar, me fui por las ramas, en esa costumbre muchas veces tan mía de no poder simplificar el mensaje. Sentí los segundos previos antes de decirlo como el final de Los Soprano; solo faltó el fundido a negro. El silencio fue igual de abrupto, aunque es justo decir que se rompió pronto en palabras que llenaron el corazón y que continúo agradeciendo. Supongo que lo mejor que pude encontrar en esos instantes fue esa comprensión, aun sabiendo que dolía –y que duele– y sintiendo un cariño que sigue siendo incondicional, quizás porque yo todavía me culpabilizaba y pensaba que en realidad no todo se tenía que acabar, como cuando se nos agota el amor y decimos, no obstante, que no, que aunque estemos vacíos, seguramente quede en un recoveco un gramo de fuerza que tratar de exprimir para ver amanecer otra vez juntos.
Me gustaría pensar que todas aquellas personas que me han acompañado durante este camino y se han esforzado en recorrerlo junto a mí son conscientes de que mi sitio siempre ha sido aquí. En Blanquivioletas he aprendido, he crecido como profesional y, sobre todo, he encontrado una familia, de la que a menudo presumo aunque suene a tópico. Ellos saben que verdaderamente lo son. En estos siete años hemos alimentado una bendita locura que nos ha convertido en ello, hemos compartido muchos primeros pasos en una profesión tan dura y tan bonita como es el periodismo y hemos sido capaces de posicionarnos como un referente informativo que se ha significado en una apuesta decidida, firme y orgullosa por nuestro fútbol modesto y por el fútbol femenino. Si tuviera que quedarme con algo de estos años en lo estrictamente profesional, seguramente sea eso: hemos visto crecer a personas que aman el fútbol como lo hacemos nosotros hasta poder saborear como si fueran propios un ascenso como el del CD Parquesol o como el de la generación del 95 con nuestro Real Valladolid.
Entre tantas experiencias, rescato por encima de las demás aquella mirada de un padre en el Bosco mirando hacia su hijo mientras dice que él se siente hijo de este campo tras huir de una guerra. Entre tantos abrazos de gol, me quedo con los recibidos el pasado verano, cuando Anuar, Toni y Calero cumplieron su sueño. Con Anuar me guardé las lágrimas. Con Toni no pude hacerlo. A ellos, y todas esas buenas personas que he conocido estos siete años gracias al fútbol, gracias. Gracias también a quienes se han convertido en familia por comprender que todo tiene un final y por haberme dado el hogar que hace trece años jamás imaginé que fuera a ser Valladolid. No es fácil abrigar a los gallegos que salen de casa, y sin embargo, gracias a vosotros mi casa ahora es aquí.
Me reconforta saber que seguirá existiendo una bendita locura y que al final del verano, cuando vuelva a rodar la pelota, seguirá habiendo un lugar de pasión y de periodismo naciente en el que poder verme reflejado y con el que quizá pueda reencontrarme a veces cuando terminen estos meses de transición que comienzan definitivamente con estas líneas y de un cambio que espero que a todos nos haga mejores desde el inicio de la próxima temporada. Durante el estío intentaré ser útil como el recién iniciado que llega a su primera redacción. Cuando vuelvan los abrazos de gol, seguiré siendo de aquí. De otra manera, pero siempre de la familia de Blanquivioletas.