Griezmann otorga al Atlético un triunfo gris (2-3), después de que los blanquivioletas igualaran el cero a dos con dos goles a balón parado

Todavía queda la duda de si el Real Valladolid tuvo que firmar el punto cuando se había llegado a tal proeza. O es que acaso no se le puede llamar así a marcar dos goles a balón parado ante el conjunto que mejor lo explota de la categoría –por mucho que ya no sea su seña de identidad– y poner contra las cuerdas a todo un Atlético de Madrid, incapaz de ser superior al Pucela hasta el tiempo de descuento.
Cuando Saúl se metió en propia meta a falta de veinticinco minutos, en todas las cabezas retumbaba el «ahora qué». Por fin se ha conseguido pasar esa pantalla, aparentemente imposible, pero quedaba todavía la última, así que había que decidir si guardar el botín o, ya que estamos, tirarse al río. El Real Valladolid prefirió dejar paso a la osadía.
Y claudicó, pero con toda dignidad. El gol de Griezmann al cuarto de hora remató a un conjunto local que en ese momento rozaba la gesta, y rescató a un equipo rojiblanco que nunca fue superior, que por momentos se mostraba perdido, incluso en una primera mitad en la que se llevó un botín desmedido para sus prestaciones.
Porque los de Sergio González salieron valientes al partido, dispuestos a asumir la iniciativa pese a que ello conllevara someterse a las posibles contras de un Atlético que, si bien dedicó los primeros cuatro minutos a imprimir una presión engañosa, se refugió en su campo, como de costumbre, a partir del minuto cinco.
Cómodo se encontró, pues es su habitat, y además su rival necesitaba Dios y ayuda para amenazar la portería rival. El Pucela conseguía dominar, de lado a lado, pero cada centro era una oportunidad perdida con los aviones Savic y Godín, que al principio desperdiciaban cualquier balón aéreo que pasara por sus dominios.
Hasta que Óscar Plano avisó con un remate alto y Ünal, que vivió otra tarde intermitente, terminó de meter el miedo del cuerpo a los visitantes, que se daban con un canto en los dientes de irse al descanso con esa tímida ventaja, pero que se encontraron con el máximo enemigo del Real Valladolid en esta liga: el VAR.
Las manos de Kiko Olivas en el área pasaron desapercibidas en Zorrilla, pero no en Las Rozas, donde rápidamente dieron la voz de alarma a Undiano que, previa revisión –y estreno, por fin– de la pantalla de Zorrilla, decretó penalti. Griezmann lo ajustó a la escuadra; el mazazo no podía ser más gordo ni llegar en peor momento.
Balón parado, para lo bueno y para lo malo
Quién podía levantar dos goles al Atlético de Madrid, se podía pensar en el intermedio, y más aún cuando Oblak –el que faltaba– se sumó a la fiesta. Sacó un remate a bocajarro de Ünal y un cabezazo de Savic que, irónicamente, se convirtió en la más clara para el Valladolid. No obstante, eso no hizo que los de Sergio cesaran en su empeño, con demasiado abuso de centros laterales, pero que, esta vez sí, dio resultado.
Míchel se la puso a Calero desde el córner izquierdo y el de Boecillo, con un testarazo, marcó su primer gol en Primera División, que ayudó a encender la caldera blanquivioleta que terminó de explotar con el segundo tanto, otra vez –no puede ser verdad, pellízcame– a balón parado.
Entonces, con otros protagonistas –Keko y Ünal– y un invitado inesperado –Saúl–, quien introdujo el balón en su portería, sin que el esloveno pudiera obrar otro milagro. Con corazón, con fe, pero sobre todo con criterio, el Real Valladolid había logrado derribar a la tropa del Cholo Simeone, después de tanto tiempo, y con toda justicia. Era momento de sufrir.
Y, sobre todo, no se podían cometer errores, porque era la única opción que tenía el Atlético de sumar los tres. Dicho y hecho, porque en otra pérdida en el centro del campo y en un contraataque comandado por Griezmann, Nacho envió la pelota a córner, y ahí resurgió de nuevo el cholismo, que en Zorrilla parecía, por momentos, desfallecido.
Eso, y que la defensa local no despejó la pelota en los segundos –que parecieron minutos– en los que el balón seguía en el área, hasta que el francés aclaró la jugada con un disparo cruzado letal para Masip, que arengó a su equipo de nuevo, sin ser consciente de que con ese tanto el partido, en realidad, había terminado. Cosa distinta habría sido si Undiano llega a revisar las manos de Arias, cosa que esta vez no hizo, después de varios segundos de impás, con la grada y el Pucela en plena efervescencia, mientras el pinganillo le echaba humo. Su decisión de no volver a la pantalla hizo bramar a todos.
Ni siquiera los cambios ayudaron, porque ni Verde –previsible–, ni Leo Suárez –inoperante– ni Borja –último y extraño cambio– consiguieron apretar. Es más, el descuento fue el tramo con más dominio colchonero, que ya saboreaba tres puntos que nunca merecieron. Los blanquivioletas sufrieron otra derrota en casa, la segunda seguida, con la crueldad de quedarse a un paso de terminar con la hegemonía cholista en Zorrilla.