El Real Valladolid rindió a un altísimo nivel ante un Real Madrid que necesitó un rebote y un penalti para poder ganar
Aunque se usen como sinónimos, muchas veces no es igual haber sido vencido que haber sido derrotado. Bien lo sabe el Real Valladolid, que perdió sin merecerlo en el Santiago Bernabéu ante un Real Madrid que necesitó un rebote y un penalti para poner imponerse en el marcador, que no en el juego, porque ni siquiera volcado fue capaz de hacer hincar la rodilla a los blanquivioletas.
Perdieron la contienda, sí, pero jamás fueron doblegados. Su final fue como el de los trescientos espartanos, duro pero romántico, orgulloso. Y lo fue desde los primeros minutos, en los que el Real Madrid jugó a lo que tenía que jugar, a tratar de amedrentar al rival a través de la tenencia de balón, que la hubo, aunque sin apenas profundidad ni ocasiones claras.
Tres centros tempraneros desde la izquierda hicieron pensar que el guión iba a ser el previsible, y que el gol no se demoraría. Benzema remató un de Asensio y Bale uno de Reguilón, pero sin incidencias para la meta de Masip, ya que la defensa mostró firmeza. Instalado en un bloque medio que se hacía bajo cuando las combinaciones del cuadro merengue le permitían acumular jugadores en el campo rival, el Pucela fue solidario y no se desordenó.
Esto permitió cortocircuitar la circulación de uno de los mejores centros del campo del mundo, aunque debido a esa posesión ofensiva y a lo que conllevaba en defensa hasta cerca de la media hora los de Sergio González no asomaron en campo rival. Su primera incursión fue por la banda derecha, en la que Antoñito actuó de nuevo como extremo, con un servicio suyo hacia Enes Ünal que no alcanzó la zona que ocupaba en ese momento el turco. Pese a la pobreza de la ejecución, sirvió para creer.
El propio Antoñito rozó el gol tras aparecer por dentro, en posición de nueve, y plantarse escorado en el área. El pase magistral de Leo Suárez entre cuatro jugadores habría merecido que el balón acabara en la red, pero al diestro le quedó en la zurda y remató alto al intentar picarla. Un disparo de Toni que se marchó desviado poco después permitió que al descanso la sensación fuera de justicia, porque aunque el arreón había durado menos que el dominio blanco, las oportunidades fueron más claras (al menos la primera).
Otro rival ‘normalizado’
El buen hacer de la primera mitad provocó pitos en el Bernabéu al descanso y que las redes sociales bramaran contra el fútbol del Real Madrid. Con la mirada fija en su ombligo, impedirá a su afición darse cuenta de que, al margen de su crisis, si el Madrid fue normal es porque el Pucela hizo algo bien. Muy bien. Otra vez.
Esa virtud es la misma que hizo sufrir al FC Barcelona en Zorrilla, pese a que los titulares se los llevara el estado del terreno de juego –hay que reconocerlo: pobre– y permitió a los blanquivioletas ganar a domicilio al Villarreal primero y al Real Betis Balompié después haciéndoles caer en la mediocridad absoluta.
Y si con lo ya hecho los aficionados que poblaban la zona visitante sonreían orgullosos en el entretiempo, luego lo harían con más motivo, porque en la segunda parte el Real Valladolid fue, como mínimo, un igual. Le compró al Real Madrid el alto ritmo, ese que en tiempos de un portugués que antes marcaba en Concha Espina resultaba demoledor para los rivales, y cerca estuvo de dar un disgusto a la parroquia local.
Casemiro disparó desde la frontal y obligó a Masip a hacer una buena parada, pero más dañino fue lo que estaba por venir, aunque no acabara en gol. Una buena progresión por el sector izquierdo del tapiz acabó en los pies de Alcaraz cerca de la frontal del área, y el mediocentro soltó un derechazo que impactó en el larguero antes de que se cumpliera la hora.
Sin complejos, tres minutos después los blanquivioletas transitaron rápido y Toni se plantó delante de Courtois, que en el mano a mano se impuso al murciano en dos tiempos. Antes de abandonar el escenario, el canterano volvió a rozar el gol; el Real Valladolid movió bien el balón y en una zona parecida a la del tiro de Alcaraz se produjo otro que acabó en otro larguero, cuyo rechazo despejó la zaga cuando asomaba Ünal. Daniele Verde, que lo sustituyó, también lo intentó, pero repelió el portero por arriba el golpeo centrado.
Foto: LFP
En la balanza de la justicia el Pucela ya merecía ir por delante gracias a las cuatro ocasiones muy claras que generó. El reloj iba corriendo, pero a priori no en contra. Se volvería así por la mala fortuna del impacto de Vinicius en Kiko Olivas. El joven delantero brasileño entró buscando ser la revolución y fue, más bien, la excentricidad.
Demostró su calidad en esa jugada, en la que se metió en el área entre dos rivales, pero seguramente lo que intentó, fuera un centro o un disparo, habría acabado en saque de banda, y no en el uno a cero, de no encontrarse con el culo del zaguero. Sin embargo, no le quedó un solo gesto en el festejo: que si me beso el escudo, que si un saltito en la banda, que si reverencias al Bernabéu… Todo un show.
Sergio González no perdió el hambre e introdujo a Cop por Moyano, pero el equipo se desnaturalizó al ver que lo acumulado podía terminar en nada y ya no fue claro (quién puede culparle de ello). Y entonces, y solo entonces, apareció un detalle técnico, el de Benzema, para intentar desasirse en las lindes del área de Calero, que lo derribó a posteriori, cuando ya había sido superado. Sergio Ramos convirtió el penalti en un tiro de gracia, definió en algo que quiso ser un ‘panenka’ antes de dejar en anécdota todos los excesos de Vinicius con otra basta celebración.
Más que aliviado, el Real Madrid parecía respirar confiado y orgulloso de haber ganado sin haberlo merecido, aunque tampoco vale la pena enredar en aquello. Lo importante de verdad es que el Real Valladolid demostró que es de su misma liga, que por mucho que se hable de distintas con base en los distintos objetivos y en la diferencia de presupuesto, es capaz de competir contra el más pintado.
El cántico de «orgullosos de nuestros jugadores» resonó en el Santiago Bernabéu como otros muchos que antes profirieron los más de 1.300 aficionados que acompañaron a su equipo y fueron testigos de primera mano de su casta y raza. El resultado refleja, efectivamente, que fueron vencidos. Lo cosechado, que no fueron derrotados.