Se estrena como goleador con el Real Valladolid frente al equipo al que marcó –con el Rayo Vallecano– su otro tanto como profesional

No es habitual ver a un lateral marcando goles, al fin y al cabo no es su principal rol. Tampoco lo es para Nacho, hasta el punto de que no se había estrenado aún con la zamarra blanquivioleta. Pero siempre hay una primera vez y si además ese gol –golazo–, sirve para dar la victoria –la primera– al equipo, poco más se puede pedir.
Realmente es una lástima que el madrileño no sea un goleador habitual porque, al menos por lo visto hasta ahora, parece que solo sabe mandar maravillas a la red y, curiosamente, ante el mismo equipo.
El Levante ya se ha dado cuenta de que es el rival talismán de Nacho Martínez, pues sus dos únicas dianas las han recibido los valencianos.
Si la de este jueves es prodigiosa –no es para menos empalar con tal precisión una volea como esa-, y más aún hacerlo además con empate en el marcador, poco tiene que envidiarle su otro tanto como profesional.
En la campaña 2012/2013, y en ese caso, con empate a cero, el entonces futbolista del Rayo Vallecano cogió el balón a treinta metros de la portería y pegó un zurriagazo a la escuadra de la portería levantina, entonces resguardada por Munúa. De esta forma inauguró el triunfo de los rayistas, que acabaron ganando por tres a cero –sus goles, además, significan victorias–.
Han pasado muchos años desde entonces, seis en concreto. Por aquel entonces Nacho iba a cumplir los veintidós años. Ahora, con veintinueve, vuelve a demostrar que no solo tiene la pierna zurda para echar a correr, ni para centrar –aspectos en los que también rinde notablemente–, sino que también genera obras de arte como la acontecida en Zorrilla en esta ya histórica noche de jueves.
Histórica para el Real Valladolid porque suma su primer triunfo en Primera División, después de seis jornadas sin hacerlo, pero también para el lateral, que se convirtió –con todo el mérito– en el protagonista de la hazaña. Puede que pasen otros seis años hasta presenciar un nuevo chicharro suyo, pero, por si acaso, que tiemblen en el Ciutat de Valencia en la vuelta, aunque solo sea por el dicho de que no hay dos sin tres.